Verano, Villa Riachuelo, frente al Autódromo de la Ciudad de Buenos Aires. Gael Dobar se sienta rápido a la mesa y apura dos superpanchos. No se llevó ninguna materia, así que su enero será tranqui: quiere patear, sacar temas con la guitarra y ver películas de la Segunda Guerra Mundial. En noviembre cumplió 13 años y en marzo comenzará el secundario. Mientras come un tercer pancho descartado por su hermana Alison, de 8 años, con sus dedos sacude un fingerboard blanco y recuerda su big bang con el skate, su verdadera pasión: “Vi a mi primo Matías, que andaba re bien, y me encantó; quería hacer eso mismo”. Hoy, este adolescente petiso y fibroso es una de las grandes promesas del skate argentino.

El cuerpo de Gael se desplaza solo. Si le cortaran la cabeza, su cuerpo seguiría pateando arriba de la tabla. “Son especiales los skaters”, confiesa César, su padre, mientras –de coté– le aparece una mueca de complicidad. Tiene 42 años y nunca tuvo vínculo con el skate. Es empleado en una fábrica de autos alemana y juega al handball. “La única condición que le puse es que use casco”, asoma firme María, su mamá. Ella tiene 38 años y tampoco anduvo nunca en skate. “Yo no voy a verlo y, cuando voy, me llevo un libro... No quiero que se lastime”, sigue.

Pero Gael casi nunca se lastima. Casi nunca se cae. Maneja niveles de excelencia y obsesión dignos del más profesional de los skaters. Cuando tenía 3 años, su tío le compró una patineta en la Feria de Mataderos. El niño Gael pasó de estar gede como cualquier guachín al pedo a mostrar signos de verdadero talento y distinción. A los 5, cuando advirtieron que la cosa se ponía seria, sus papás le compraron uno más power. “Era uno económico, pero era un skate”, continúa César. “Y ese skate nos hizo un favor”, se sincera María, entre sonrisas.

Al principio, sus maestras no le cachaban la onda: Gael era travieso porque le sobraba energía. Rebalsaba de bríos como un tanque lleno. Y también se mandaba de las suyas: un día se escondió, desesperando a todos, y lo tuvo que buscar el colegio entero. Además, entre otras señas particulares, hacía la tarea parado. Y sus papás vivían citados por las autoridades de la escuela. Pero el skate lo puso en foco, lo tranquilizo. “Quería hacer algo, me aburría y rompía todo”, suelta pícaro Gael.

A veces juega con la compu aunque ahora no puede: rompió el monitor tirándole un CD a su hermana. Le da al Call of Duty: Black Ops y al GTA V. De vez en cuando, con sus primos juega al Tony Hawk’s American Wasteland. Curiosamente, tuvo un encuentro cara a cara con el mismísimo Tony Hawk, pero Gael anda tranqui: “Sí, estuvo muy bueno”, comenta. Ambos patearon juntos en la apertura de los Juegos Olímpicos de la Juventud de Buenos Aires. “Me gusta tu airwalk”, lo bendijo la leyenda mundial del skate. Gael es admirador de los locales Ladas Amarilla, Milton Martínez y Sandro Moral. Además, reconoce el nivel de los brasileros en todas las competiciones. Hace poco presenció el Oí Stu Open, una competencia de profesionales en Florianópolis, y flasheó.

¿Te gustaría vivir en Brasil para competir todo el día con skaters profesionales?

--Sí, más vale

¿Y a ustedes?

--Y... con lo difícil que está acá, lo estamos pensando-- responden sus papás.

Entre rampas y obstáculos, Gael desarrolló su habilidad en el Parque Roca. Luego transpiró litros en el bowl de Parque Alberdi, en Mataderos. Y poco a poco fue ganando confianza y mostrando sus aptitudes en diversas competiciones. Anda como un rayo y saca trucos con una facilidad insólita. Eso lo llevó a las grandes discusiones del skate local. No obstante, todavía no compite como profesional pero sí contra pibes de mucha más edad que él. Y siempre se destaca. “Lo que más me gusta de todo esto es correr campeonatos, encontrarme con amigos, y me da mucha felicidad bajar trucos”, dice el futuro del skate argentino.

De fondo, en la radio suena un tema de Johnny Cash y Gael hace un ademán como si lo conociera. Heredada ésta sí de su padre, la música se yergue como su otra gran pasión. La escucha, la manosea, se compromete en sumar data, trivia e información. Le divierte sentirse una cita de autoridad y contradice con fuentes a sus padres. Sorprendentemente, amén de su juventud, hablar de música con él es abrir un acceso directo a un abanico de referencias que van, sin solución de continuidad, desde los punkies Dead Kennedys hasta los rockeros Ratones Paranoicos.

¿Y no escuchás al Duki, que le gusta a todos los pibes de tu edad?

--Nah… a mí me gustan el punk rock y el reggae. Me gusta la música de antes: Sumo, The Doors, Pink Floyd, Los Ramones. No me gusta la música de ahora, ni el trap ni Duki y todo eso. Me gusta el funk: negros tocando el bajo, ese ritmo. Ahora estoy sacando Get Up, Stand Up, de Bob Marley, pero me cuesta.

Si bien ya tiene el aval de una marca de tablas y de una famosísima firma de indumentaria, no se come ninguna película: “Ando muy bien pero no sé, qué se yo”. Hace unas semanas salió segundo en una competencia de mayores de 16 años en Perú Beach. “A mí me gusta competir con los más grandes”, reconoce. Asimismo, viene de ganar una mención en un open profesional (Bowl in Connection Santa Cruz) al “mejor de los más chicos”. Y, sin más, en todo este raid, hasta creó su propio truco, al que llamó Malambo Air, en el que hace una suerte de zapateo pie a pie en el aire.

¿Qué te gustaría que pase con tu carrera?

--Me gustaría convertirme en un skater profesional. También estudiar para chef, hacer pastas y tener una cadena de restaurantes manejada por alguien más mientras yo viajo por el mundo con el skate.