Desde París
Los 28 miembros de la Unión Europea no han seguido los pasos del presidente norteamericano Donald Trump y del selecto club de admiradores que tiene en varios países de América Latina. La sensatez y el perfil negociador han prevalecido hasta ahora con muchas dificultades. Trump les ha destruido el plan. La Unión, de hecho, está al borde de la explosión debido a los desacuerdos arraigados en torno a Venezuela pero aún no adoptó medidas drásticas contra el gobierno del presidente venezolano Nicolás Maduro. En bloque, la UE mantuvo su respaldo a la Asamblea Nacional presidida por el autoproclamado presidente Juan Guaidó, sin llegar no obstante a reconocerlo como el nuevo jefe del Estado. El Viejo Continente lo promovió como el encargado de liderar el proceso de transición pero no lo legitima para ocupar el sillón presidencial. Los europeos mantienen la línea definida por la Alta Representante de la UE para la Política Exterior, Federica Mogherini, quien optó por la convocatoria de elecciones como solución “idónea y natural”. Se trata de uno esos típicos y cínicos ejercicios de equilibrismo de opereta tan corriente en el seno de la UE. No es sí, pero tampoco no. No reconoce a Juan Guaidó como Jefe del Estado al tiempo que tampoco le resta legitimidad y ofrece un respaldo completo a la Asamblea. “El 23 de enero, el pueblo de Venezuela pidió masivamente democracia y la posibilidad de determinar libremente su propio destino. Estas voces no pueden ser ignoradas”, dice el comunicado de la UE donde luego exige “un proceso político inmediato que conduzca a elecciones libres y verosímiles”. Según la Unión Europea, los poderes de la Asamblea “deben ser restaurados y respetados”.
Europa parece tener una pasión democrática con América Latina, sobre todo cuando se trata de Cuba o Venezuela. Ya dieron sobradas pruebas de que, para ellos, los valores retóricos que defienden dependen en mucho de los intereses que están en juego, por ello castigan a algunos y son condescendientes con otros. Las petrodictaduras como la de los países del Golfo Pérsico, regímenes capaces de asesinar y descuartizar a periodistas en su propio consulado como lo hizo Arabia Saudita en Turquía con el periodista Jamal Khashoggi, o autocracias criminales como la egipcia han sido tratadas con una benevolencia de santos proporcional a los contratos millonarios que Europa firma con esos países. Allí, los reclamos de democracia, soberanía del pueblo, libertad y Derechos Humanos no existen. Europa pisotea sus presuntos valores sobre la misma alfombra roja que pone bajo los pies de los dirigentes de esos países cuando visitan las capitales europeas llenos de petrodólares para comprar armas y tecnología. A nadie le importa que Arabia Saudita haya lanzado en Yemen una guerra que ha dejado decenas de miles de muertos y cientos de miles de desplazados, ni tampoco que el régimen egipcio del general Abdulfatah Said Husein Jalil al Sisi, surgido de la contra revolución conservadora que decapitó la revolución de la Plaza Tahrir, encarcele, torture y haga desparecer a cientos de personas. En cambio, en América Latina, la democracia es sagrada. Ese escenario impúdico se repite hoy con Caracas como antes se extendió con Cuba en los años en que existía la famosa “posición común” de la UE frente a La Habana promovida por otro patético peón de Washington, el ex presidente del gobierno español José María Aznar. Hoy, el problema radica en que nadie estaba preparado para el giro repentino de los acontecimientos. El gringo-intervencionismo los tomó en ayunas. Hace una semanas, había en Caracas una misión de la UE encargada de estructurar una solución negociada entre la Asamblea Nacional y la presidencia. Más aún, el lunes 21 de enero, Federica Mogherini llegó a evocar una agenda de trabajo que debía iniciarse en febrero con el Grupo de Contacto Internacional activado por la UE para encauzar el diálogo. La irrupción Juan Gauidó y la posterior intromisión de exaltado Trump derribó el edificio europeo.
Dentro de la Unión hay países como Grecia, España, Suecia o Portugal que se niegan a plegarse a soluciones de fuerza o reconocimientos unilaterales. Apuestan más bien por un proceso antes que por un golpe. Por ahora, hasta que se pongan de acuerdo, están ganando tiempo mientras la derecha europea muestras sus filosos dientes. Los conservadores agrupados en el PPE, Partido Popular Europeo, se apresta a presentar en el Parlamento Europeo una resolución donde exigirán a los gobiernos el reconocimiento de Guaidó. El alemán Manfred Weber, jefe del PPE, ya reconoció a Guaidó “como presidente interino de Venezuela”. Antonio Tajani, presidente del Parlamento Europeo y el más acérrimo adversario de Nicolás Maduro en el Viejo Continente, aclaró que “Guaidó sí tiene legitimidad democrática”. Cabe recordar que el Parlamento Europeo ya aprobó un montón de resoluciones de condena contra Maduro así como sanciones económicas y un embargo de armas y de cualquier material que pueda ser usado en la represión. A Egipto le siguen vendiendo barcos de guerra, aviones, cañones y material represivo.
Europa busca todavía en qué lugar situarse dentro del escenario forzado que se plasmó en Venezuela. Estaba a favor de una solución “estándar”, es decir, con todas los mecanismos del dialogo institucional en marcha, pero Guaidó, Trump y las demás capitales latinoamericanas que respaldaron el golpe les empañaron la fórmula. La sinfonía de twitts emitidos individualmente por cada líder europeo, las declaraciones y las posturas han sido un poco más explícitas. En Francia, el presidente Emmanuel Macron siguió la línea europea pero, en un twitt, dijo: “Después de la elección ilegítima de Nicolás Maduro en mayo de 2018, Europa apoya la restauración de la democracia. Aclamo la valentía de centenas de miles de Venezolanos que caminan por su libertad”. El presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, aplaudió el “coraje” de Guaidó. Prueba de que Caracas ha sembrado un profuso malestar fue la reacción del jefe de la diplomacia española, Josep Borrell. Cuando le preguntaron sobre la postura de Macron, el canciller dijo: “Hay algunos que quieren tener un protagonismo... ¡Pues que lo tenga! ¿Qué quiere, que digamos lo mismo ?”. La derecha europea prepara su arsenal de patrañas para librar una nueva cruzada. Hay pocas dudas de lo que ocurrirá en las próximas semanas. Se pondrán bajo el amparo de Trump y de los irresponsables latinoamericanos que, una vez más, ceden la soberanía de sus soluciones regionales a la versión más improvisada, salvaje y grosera de la política exterior norteamericana.