Duró poco la excitación de la derecha latinoamericana. Una vez más anunciaban la caída de Maduro, el fin del régimen bolivariano en Venezuela, la instalación, finalmente, del gobierno que duró pocos minutos en 2002. (En aquel momento la revista brasileña Veja alcanzó a dar su portada con la caída de Hugo Chávez.)
Gobernantes, medios, parlamentarios, casi todos se preparaban para comprar pasajes y partir hacia la Caracas liberada. En Brasil, un columnista de Folha de Sao Paulo aconsejaba a Maduro que se fugara mientras tuviera tiempo. En Davos, presidentes de derecha se reunían para sacar comunicados de reconocimiento del nuevo presidente de Venezuela. (Ninguno se dispuso a viajar directo a Caracas.)
¡Bastaba la autoproclamación del joven y desconocido parlamentario de derecha para que, de repente, mágicamente, Venezuela tuviera un nuevo gobierno! Inmediatamente recibió el reconocimiento de Trump y de su grupo de Lima (como un conjunto de rock). En algunas ciudades salieron algunos a la calle saludando al gobierno poschavista.
Tardó poco la euforia. Luego de anunciar que Venezuela tenía un nuevo gobierno, las páginas de los diarios de derecha cambiaron los titulares, fueron desplazando la agenda hacia otros temas.
En Brasil, desmintiendo las declaraciones de Bolsonaro en Davos, el vicepresidente en ejercicio de la presidencia dijo que, en caso de que tomaran preso al tipo cuyo nombre no alcanzaba a pronunciar, como mucho harían una protesta.
Y así se fue el breve presidente, sin pena ni gloria, después de sus 15 minutos de fama.