I.

Hago tod/o para ver a Júpite/r girar en su órbita desde el instante en que pronuncia el primer chillido. Caos que en elipse desciend/e, asciend/e, y crece mi única y querida rueda contracorrient/e en mitad del cielo. Es la belleza misma que vive.

 

II.

Júpite/r esquiva un/a nave estrangulada hiriéndose en señal mud/a pero fulminante. Es por eso que orbito alrededor del texto en búsqueda de un art/e sin cerrojo/s.

 

III.

Taquicardi/a. Me hundo en la reposera. Escondo el instrumento vibrador anti-materia. A Júpite/r le agrada la serieda/d sin afectación de mis actos. Júpite/r está en órbita. Este gran planeta, vivo, ingenuo, lúcido, deja escapar entre precipitados solsticios la masa cerífera y se vuelve para pispiar.

Los asteroides abandonan la playa.

 

IV.

Siempre nos conmueve el éxodo de los pequeño/s astro/s, la gente que los recoge en sus canastos, junto a los anteojos de sol, el bote inflable, el perro flaco, el muchacho absorto en un libro de Jim Morrison. Todo orbita más allá del cristianismo, del taoísmo, del dadaísmo, del realismo, no hay necesidad de preguntarse blanco, rosa o gris nacarado.

 

V.

Júpite/r conoce el camino. Es mi propia vida la que cruza, y ríe e/n cada una de las galerías venosas, y hace lo que yo hice, y descubre las resonancias profundas del secreto que está a salvo con/migo porque yo desnarro los relato/s.

 

VI.

Júpite/r volverá por la noche, y buscará las gafas, acariciará el perro y saludará al muchacho loco que, al verlo, hablará de magias chamánicas, de súcubos e íncubos. Se levantará y caerá en sus brazos, y las aletas de la nariz de Júpite/r se estremecerán. Yo, desde la flor enloquecida, namasté.

 

VII.

Una argolla en el hocico del text/o y del coraj/e. Alguien relata una historia, dos a la vez. La persecución de lo evidente, de la lectura madre, atenta contra la curiosidad, desflora el ano púrpura del sobresalto, y yo creo que sería tan necesario recibir la visita alienígena del Snark.

 

VII.

Júpite/r no puede estar encerrado bajo la limosna del relato. Se pone en mis manos tan de prisa, que el corazón se sobresalta como si se le hubieran enganchado los pelos, cuando todo el mundo está en otra parte desde el principio hasta el final de una retóric/a enterrada bajo los libros.

 

VIII.

No está prohibido escribir acerca de un conejo sepultado bajo la nieve. Escribir la palabra sepultado y obligar a los lectores a mantener las ideas bajo tierra. Que tampoco esté prohibido escribir sobre el bálano de Júpite/r, que tiene luces de colores y una tensión palpitante en su ojo medio, velando entre sus globos seminales.

 

IX.

Al lector del relato embalsamado se le llena la boca con la nata del lenguaj/e y le sale por los oídos. Con las lágrimas y con la risa le sale algo agrio por la nariz. Pienso que no estoy preparada para ese tipo de pulsión narrativa, una palabra detrás de la otra, un sentido en/cadena.

 

X.

La poderosa bestia literaria pasa por galerías bajo la nieve y se arrodilla junto a las leyendas mil veces sabidas acerca de aquel señor con sotana que, cansado de explicar sin provecho la existencia de Dio/s en la iglesia, iba con frecuencia al burdel para encontrar/lo.

 

XI.

La irrealidad se pone más tiesa aún ante las excitantes estimulaciones de Júpite/r y de la poesí/a. Acunada por la melodía del espacio-tiempo, me quedo al principio petrificada, y sin sacarle el dedo de la boca le digo tomá esto, este salmo mío que me explotó una noche sin fin, entonces Júpite/r, moviéndose de un lado a otro, estirando la pata delantera y lamiéndose las pezuñas y los fervores, me entierra a su vez el dedo cósmico para sacarme del estado de languidez, así nadamos los dos en un mar cuidadosamente desmontado por la poesí/a, como dos náufragos completamente felices.

 

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