¿Se puede escribir desapasionadamente sobre Venezuela? ¡No! Advertimos: queremos ser objetivxs, pero no neutrales. Tomamos partido.
Como señala Alan Wolf en su clásico Los límites de la legitimidad, el término democracia remite a unos principios que entran en contradicción con el capitalismo y, por ende, con su doctrina liberal, una genuina participación en los asuntos cívicos y una real igualdad material: "calificar a un sistema de democrático liberal es, en otros términos, decir que se está produciendo en él una lucha de clases y no que esa lucha ya ha sido resuelta". El elemento democrático se caracteriza por la más amplia participación y la multiplicación de los espacios donde desarrollar la práctica política, pero ello lo ha planteado sobre un imprescindible piso de condiciones materiales aseguradas, sin las cuales no hay participación y política genuina. Ha pugnado por la igualdad, pero en la medida en que lo hizo se encontró en fuerte contradicción con un liberalismo que promovía la igualdad en abstracto que, en el mundo real, la combatía ferozmente. Hasta el propio Mises se atrevió a cuestionar el principio de la igualdad natural que los padres del liberalismo habían defendido: "(…) la gente es diferente, son desiguales. Siempre lo serán".
Lo que ocurre en Venezuela de manera muy clara y dramática es la incomodidad del Capital por los excesos de democracia. Y a los excesos de democracia se responde con la necesidad de garantizar los excesos de neoliberalismo (un oxímoron en tanto es necesario admitir que el neoliberalismo es excesivo por definición) y, por lo tanto, hacer de la democracia algo menos peligroso para la clase dominante. ¿De dónde viene esto?
A mediados de la década del '70 el presidente del Chase Manhattan Bank, David Rockefeller, impulsa la creación de la Trilateral Comision, siguiendo una idea de Brzezinski, quien pensaba en una organización con el fin de rearticular toda la política mundial al servicio de la hegemonía norteamericana. Una suerte de gobierno mundial integrado por las principales potencias occidentales (Japón, Estados Unidos y la Comunidad Europea) junto a las principales empresas. En 1975, Crozier, Huntington y Watanuki escriben un documento para la Trilateral Comision titulado sugerentemente "La crisis de la democracia". Este documento es el reconocimiento de que lo que realmente les incomoda es la debilitada autoridad sobre los sectores subalternos debido al exceso de democracia que gesta pérdida de gobernabilidad. Por eso, la crisis del capitalismo evidenciada a mediados de los '70 en clave política y económica, es transformada en el documento en crisis de gobernabilidad, lo que conduce a que la lucha por la transformación social quede opacada frente al arsenal ideológico que comienza a hablar de la necesidad del buen gobierno. Precisamente, el subtítulo del documento es "Reporte sobre la gobernabilidad de las democracias", preocupación que comienza a emerger en la convulsiva década del '70.
El problema queda bien delimitado: se trata de las crecientes demandas sociales frente a las menguadas capacidades de gobierno. La razón más importante es que los riesgos provienen del propio proceso democrático, dicen. Éste generó un colapso de los medios tradicionales de control social, una deslegitimación de las autoridades políticas y una sobrecarga de demandas al gobierno que excede su capacidad de respuesta. Si los problemas vienen del interior, lo que se debe hacer es corregir esos desajustes internos.
El centro neurálgico del documento se encuentra expresado en la siguiente afirmación: "The democratic spirit is egalitarian, populist and impatient with the distinction of class and Rank". Si el espíritu democrático es igualitario, populista e impaciente con la distinción de clase y rango, entonces el pilar liberal de la acumulación del capital que produce desigualdad incesantemente tiene un problema con ese aspecto de la democracia. El efecto inmediato es reconocer que las democracias liberales requieren ciudadanías pasivas y dilución de la soberanía popular, cualquier cosa menos la producción de un espacio de disputa de sentido público y debate en torno al bien común. El documento expresa que la crisis de la democracia liberal se enuncia con ánimo de desacreditar el componente democrático y de fortalecer el componente liberal. Si esto expresa el sentir de mediados de los '70, no tenemos por qué pensar que no estemos frente a la misma perspectiva, aún más exacerbada, en estas primeras décadas del siglo XXI.
En Venezuela asistimos hoy a un "golpe de estado en proceso", como lxs propixs venezolanxs lo definen. En ciertas ocasiones, hablar de golpe de estado suele ser menospreciado con respuestas tales como "golpes eran los de antes", "seamos rigurosos conceptualmente", etc. Discutir con esa posición no implica desconocer las diferencias entre el golpe clásico de los cuarteles y el golpe soft de los mass media, la mano visible del mercado, la injerencia de Estados Unidos, del partido judicial. Implica reconocer las nuevas o revitalizadas fibras sensibles por donde transita el poder. Las teorías del soft power desde hace décadas vienen operando y revitalizándose, al punto tal que sus principales referentes han ocupado lugares claves en las diferentes administraciones norteamericanas, cuyo caso emblemático es Joseph Nye.
La recomposición del poder de clase a nivel regional en los últimos años se ha dado por diferentes vías, pero el objetivo ha sido siempre el mismo: volver a poner al Estado en manos de quienes se consideran sus "naturales" poseedores, sea cual sea el medio de hacerlo, golpes a la vieja usanza, pantomimas parlamentarias, rol activo del Partido Judicial, lockout patronales y desestabilización, o elecciones. En Venezuela los intentos de desestabilización no comienzan ahora, vienen de larga data, por ende, no es posible comprender los intentos de estos días contra el gobierno democráticamente electo de Nicolás Maduro, sin tener bien clara la genealogía en la que se inscriben. Tres niveles nos permiten realizar una disección del llamado "golpe de estado en proceso".
Por un lado, en el asedio de Venezuela se reconocen mojones. Primero, el golpe de estado fallido del 11 de abril de 2002 donde se constituyó un nuevo gobierno de facto presidido por Pedro Carmona, quien era presidente de FEDECÁMARAS (organización empresarial), disolviendo la Asamblea Nacional, el Tribunal Supremo de Justicia y suspendiendo al Fiscal General, los gobernadores y los alcaldes electos. "La masacre de Puente Llaguno" es un excelente material para dar cuenta de los niveles de violencia que maneja la oposición desde aquel momento. Luego, el golpe petrolero en 2002-2003, una suerte de lock out patronal organizado principalmente por FEDECÁMARAS una vez más, llevando adelante acciones de sabotaje petrolero que tuvieron como resultado restringir la producción de combustibles aeronáuticos, gasolina, gasoil, como también dificultar el transporte desde los centros de producción o refinación hacia los puntos de suministro comercial y grandes ciudades.
En tercer lugar, enero de 2014 dio inicio al plan liderado por los representantes de la derecha venezolana Leopoldo López y María Corina Machado, conocido como "La salida", convocando a tomar las calles y a desobedecer la autoridad del presidente Maduro. Este acontecimiento provocó la muerte de 43 personas en el marco de los hechos violentos conocidos como "las guarimbas". Quien en ese entonces presidía el Parlamento, Diosdado Cabello, denunció que la oposición de derecha recibió para llevar a cabo este programa desestabilizador el financiamiento de la NED (Fundación Nacional para La Democracia) con sede en Washington. Más tarde, en 2017, la oposición vuelve a llamar a la insurrección civil, incitando a la violencia y dando lugar a 131 muertes que, como expresa Paula Klachko, "…sólo 13 fueron a manos de las fuerzas de seguridad bolivariana, por lo cual hay 40 efectivos procesados, detenidos o solicitados", la restante mayoría provocadas por disparos de las propias manifestaciones opositoras, con la aterradora cifra de 30 personas quemadas vivas o linchadas por ser funcionarixs gubernamentales, chavistas, simpatizantes o sólo "sospechosxs" de serlo.
Finalmente, la ofensiva contra el legítimo gobierno se profundizó a partir del 10 de enero de este año, fecha de juramento de Nicolás Maduro. En días recientes, el vicepresidente de Estados Unidos hizo un llamamiento público a la sedición de lxs venezolanxs; después, Juan Guaido se autoproclamó presidente interino para luego refugiarse en la embajada de Colombia, es decir, en territorio extranjero y, por último, Trump reconoce como autoridad legítima al usurpador, seguido por los gobiernos que conforman el Grupo de Lima.
Asimismo, estos mojones ocurren sobre una constante y perseverante agresión a las rutinas cotidianas del pueblo venezolano a través del desabastecimiento de alimentos, medicamentos e insumos básicos, el acaparamiento y el manejo criminal de los precios. Un ejemplo de ello cae sobre el grupo empresarial Polar, cuyo presidente no ha dejado de señalar que "está en esta guerra contra el gobierno bolivariano, socialista y chavista", caracterizando su proceder como desabastecimiento programado ya que controlan los grandes monopolios y consorcios empresariales que conducen desde la producción, hasta la distribución y comercialización, ralentizando la distribución de alimentos, medicamentos e insumos varios.
El tercer factor es la producción dosificada de la violencia a través de la criminalidad organizada, las células paramilitares implantadas en los territorios para disputarlos al chavismo, asesinatos a cuentagotas de funcionarixs, periodistas, militantes, trabajadorxs y campesinxs, militares, ataques a los cuerpos de seguridad del Estado. Como señala Marco Teruggi "esas muertes suceden de manera semanal, son políticas. Pocos saben que ocurren, tanto dentro como fuera del país. Son el tiempo subterráneo", es decir, una violencia dosificada y subterránea que tiene como objetivo horadar las certezas, los principios y las bases del contrato en los que se fundamenta la arquitectura política de la revolución bolivariana.
Esta genealogía en diferentes capas nos permite observar que Venezuela viene siendo blanco de ataques e intentos de desestabilización desde el mismísimo inicio de la experiencia bolivariana. Quienes agitan hoy las banderas de la falta de democracia no pretenden ni libertad, ni igualdad, ni mejoras para el pueblo, sino que son lxs responsables de sus miserias, sus muertes, sus persecuciones. No es la democracia lo que está en crisis, es el capitalismo. Por eso Venezuela está siendo atacada. Cualquier intento de fortalecer lo democrático agudizaría esa crisis. El capitalismo es contradictorio con lo democrático que sostiene los principios de igualdad, solidaridad y sociedad, con lo democrático como ampliación de la participación, de los espacios democratizados desde las fábricas, las empresas, las escuelas y universidades, hasta el poder judicial. En Venezuela no falta democracia, sobra petróleo.
* Programa de Estudios sobre Gubernamentalidad y Estado.
Facultad de Ciencia Política y RRII, Universidad Nacional de Rosario.
El PEGUES adhiere, participa y convoca a la concentración que se hará el próximo jueves 31, a las 18.30, en la Plaza 25 de mayo de Rosario bajo la consigna "Fuera el golpismo imperialista de Venezuela".