Todo exiliado vive obsesionado por regresar al país prohibido, pero los escritores tenemos a nuestra disposición una particular táctica para llevar a cabo ese retorno antes de que pisemos el territorio nacional: expresarlo en palabras, por medio de la imaginación que ningún tirano nos puede quitar. En mi caso, ejercí con intrepidez esa estrategia literaria cuando, después del golpe de 1973, tuve que partir de Chile, con mi mujer y mi hijo de seis años. Fui creando una serie de poemas y cuentos en que situaba a los hablantes y personajes en la patria lejana a la que mi cuerpo no podía volver. Provincias fue uno de esos experimentos, el más lírico y sobrepoblado de imágenes, y el primero en que el desdoblamiento  –país interior, país exterior, un hermano adentro, el otro afuera– dominaba la narración. Se me ocurrió que sería sugerente que el lugar del cuento fuera un castillo medioevo que había sufrido los estragos de una invasión, una ruina simbolizada en el rostro quemado de la mujer amada. Hice, además, que el protagonista se negara tenazmente a reconocer la profundidad de la destrucción que había asolado su ciudad. Me gustaba también que el cuento no tuviera referencias directas a Pinochet o a los bombardeos de La Moneda o a políticas neo-liberales. Un ejercicio de simulación: como si alguien me vigilara mientras lo escribía, haciendo como si hubiera sido escrito en Chile mismo, disfrazando mi identidad e ideología bajo un cariz distante y excesivamente poético. Otra manera de entreverme allá, en mi país remoto.

Terminé publicando “Provincias” como parte de mi primer libro de cuentos, Cría Ojos, que sacó Willy Schavelzon en el sello Nueva Imagen en México en 1980. Después se reprodujo en una serie de antologías de mis relatos y traducciones varias, e incluso fue la base de una cantata que hizo Patricio Castillo, el gran cantautor chileno, uno de los fundadores del Quilapayún. Hace tiempo que no pensaba en ese cuento, tan diferente de mi estilo habitual. Si, unos cuarenta años después de haberlo concebido, lo resucito en nuestro siglo XXI cada vez más belicoso y autoritario, es porque creo que los lectores de este momento actual podrán reconocer en mi castillo medieval las mismas guerras de antaño que hoy se repiten sin cesar en lugares de horror y resistencia, como Siria, Yemen, El Congo, Nigeria, Tibet, Kashmir o Myanmar, suma y suma y sigue. Y quizás encuentren esos lectores que este cuento resurrecto tiene una cierta relevancia especial para nuestra América Latina cada vez más tentada por nuevas formas de dictadura: “Provincias” finalmente instaba al protagonista a mirar y calibrar y entender el daño casi irreparable producido por sus enemigos, su mujer le exigía de que se diera cuenta de que no es posible un renacimiento si no tenemos el coraje de explorar las dimensiones aterradoras de lo que pasó con nuestras ciudades y nuestro linaje. Es una tarea dolorosa de los verdaderos demócratas que sigue siendo tan inagotable como necesaria.