Sons of Kemet
Your Queen is a Reptile
Primero tragedia, luego comedia, dice Marx. Primero punk, luego doblemente punk responde el jazz británico, porque si según Johnny Rotten la reina no era un ser humano, para el saxofonista Shabaka Hutchings no sólo es un reptil sino que ni siquiera es su reina. Kemet significa Egipto, Shabaka fue el nombre de un faraón y cada tema de los nueve que integran el tercer disco de su ferozmente rítmico cuarteto –lo completan una tuba y dos percusionistas– lleva en su título el nombre de las que sí considera sus reinas: todas mujeres, todas negras. Pero el grupo no sólo pone la actitud bien al frente, sino que hace lo propio con una contagiosa mezcla de bebop con afrobeat, soca caribeño y dub ante la que es imposible salir indemne, como lo testimonia su nominación al premio Mercury (hubiese sido el primer grupo de jazz en ganarlo). Lo que Kamasi Washington representa para el jazz norteamericano es el lugar que ocupa de su propio lado del Atlántico este saxofonista nacido en Londres pero criado en Barbados, que ha tocado en la Sun Ra Orchestra y forma parte de dos grupos más: Shabaka and The Ancestors y The Comet is Coming.
shabakahutchings.com/sons-of-kemet
Sleep
The Sciences
Sucedió el 20 de abril, el día mundial de la marihuana. Fue entonces cuando este trío doom de abanderados de la tribu stoner editó sorpresivamente su esperadísimo primer disco en dos décadas. Formados como cuarteto en San José, en el norte de California, a comienzos de los 90, llegaron a editar dos álbumes –y perder a un miembro por el camino, que se hizo... ¡monje!– antes de separarse cuando su sello se empacó en no editar el tercero, una oda al porro de sesenta minutos de duración que no aceptaron cortar en partes o canciones (mucho después de su separación se editó como Jerusalem y luego como Dopesmoker, y es considerado su obra maestra). De regreso en la senda discográfica de la mano del sello de Jack White, el grupo del bajista y cantante Al Cisneros y el guitarrista Matt Pike (que desde hace una década venían tocando con el baterista Jason Roeder) tiene su como-decíamos-ayer en el inconfundible sonido de una larga calada a un bong como introducción de “Marijuana’s theme”, el segundo tema de un disco fumón, claro, pero también espiritual y político, que los muestra en su mejor momento grupal (y también cada vez más deudores de Black Sabbath).
Ashley McBryde
Girl Goin’ Nowhere
Hasta que la estrella del country Eric Chruch la descubrió para la época de su EP Jalopies and Expensive Guitars (2016), esta nativa de Mammoth Spring, Arkansas (963 habitantes), llevaba una década instalada en Nashville, autoeditando sus discos, ganando concursos de bandas aquí y allá, y abriendo shows para Willie Nelson o Hank Williams Jr., siempre sin contrato discográfico. Petisa, tatuada y rockera, sólo por la fuerza de su melancólico simple “A little dive bar in Darholenga”, a los 34 años, finalmente McBryde parece estar cumpliendo el sueño de su adolescencia, del que se burló una maestra del secundario a la que le dedica el título de su primer disco propiamente dicho, que tiene a Warner detrás y los elogios de Garth Brooks y Miranda Lambert. “Como una pelea en un Waffle House entre Bonnie Raitt y Loretta Lynn”: así describió McBryde cómo suena lo que ella hace, que –asegura– en los años 70 hubiese sido etiquetado simplemente como rock. “Mamá dejaba Police sonando demasiado alto en la cocina/ Papá era un rockstar manejando un tractor, escuchando Townes Van Zandt”, se presenta en el pegadizo “Radioland”, una de las cumbres de un álbum lleno de calle, corazón y canciones.
Jacob Banks
Village
“Hace falta un pueblo para criar a un niño”, es la vieja sentencia africana de la que este cantante de 27 años nacido en Nigeria, crecido en Birmingham e instalado en Londres dice haber sacado el título de su primer disco, que llega recién después de tres EPs editados desde el 2013 al ritmo de uno cada dos años. Porque, de la misma manera en que criar a un chico es un esfuerzo colectivo, Banks dice intentar reflejar en su esperado debut que su música no tiene un sólo punto de partida, sino mas bien una deuda con cada uno de sus estilos preferidos, desde el jazz hasta el hip hop, pasando por el blues o el reggae. En este amplio y ambicioso recorrido en el que los géneros se entremezclan, con cantantes invitados como Bibi Bourelly, NaNa y la sueca Seinabo Sey (en la emotiva “Be good to me”), siempre es clave y distintivo el profundo barítono de un cantante que se ha recibido de ingeniero civil, es fanático del Fifa –al punto que suele licenciar sus temas para la banda de sonido del videojuego–, y que es dueño de una voz que envuelve desde el primer tema de Villages, un delicioso e irresistible gospel confesional devenido dubstep, titulado “Chainsmoking” y que ya había aparecido en su tercer EP, The Boy Who Cries Freedom (2017).
Lucy Dacus
Historian
“Te estoy llamando sólo porque me acostumbré a hacerlo/ y vos vas a atender porque nunca abandonás”, canta esta nativa de Richmond, Virginia, de apenas 22 años desde el primer tema de su segundo disco, en el que confirmó todas las promesas del debut, No Burden (2016). Creado casi como un proyecto universitario, con una banda de músicos locales que arregló sus temas durante una semana y grabó durante apenas diez días, aquel primer trabajo salió primero por un sello pequeño para ser relanzado –después de una catarata de elogios– por esa major de las indies que es Matador. Acompañada por el mismo grupo de músicos, Historian confirma y multiplica aquella promesa inicial, con un nuevo puñado de temas profundamente íntimos pero nunca simplemente confesionales, en los que Dacus cuenta pequeñas historias, terminándose de consagrar prácticamente como la Joni Mitchell de su generación. No sólo eso: con Phoebe Bridges y Julien Baker, jóvenes, cantautoras y solistas como ella, Dacus formó el mini-supertrío Boygenius, cuyo EP debut también asomó en las listas de los mejores discos del año pasado.
Jupiter & Okwess
Kin Sonic
Aunque en los papeles sea el sucesor de Hotel Univers (2013), el tardío debut discográfico de Jupiter Bokondji con su grupo, en realidad Kin Sonic fue grabado por un conjunto completamente nuevo de músicos, entre los que hay que mencionar a invitados de la talla de Damon Albarn y Warren Ellis. Anfitrión del documental francés Jupiter’s Dance (2007), que guió al grupo Staff Benda Bilili de las calles de Kinshasa al mundo, fue entonces que Bokondji conoció a Albarn, giró por Europa como parte de su proyecto African Express, grabó en el disco de músicos congoleses Kinshasa One Two (2011), y hasta terminó tocando la música de aquel debut con Okwess en el escenario principal de Glastonbury. A los 56 años, con este nuevo disco –cuya tapa es obra de Robert Del Naja, de Massive Attack– sigue adelante con el proyecto al que ha dedicado su vida: lograr que la música de su país no sea sólo una rumba africanizada conocida como suokous. A su mezcla de ritmos autóctonos del Congo profundo con instrumentos eléctricos la ha denominado bofenia rock, tomando el nombre del ritmo que interpretaba su abuela en las ceremonias de curación durante las epidemias de ébola, con un resultado musical vibrante, hipnótico y profundamente bailable.
Tierra Whack
Whack World
Con quince temas de un minuto cada uno –y su video correspondiente–, o sea un disco (o video) debut de apenas quince minutos, esta inquieta joven de 23 años presentó ante el mundo su universo lúdico y surrealista, recibiendo elogios tanto de Solange Knowles como de Flying Lotus, y abriendo para su ídola Lauryn Hill durante su paso por su Filadelfia natal. Allí fue donde empezó a hacerse conocida con apenas dulces 16 bajo el seudónimo de Dizzie Dizz, pero aunque el rapper A$AP Rocky llegó a celebrar “su fluidez a lo Kendrick Lamar” decidió cambiar de aire e instalarse en Atlanta, donde terminó el secundario y recuperó su verdadero nombre (o al menos ella asegura que eso es Tierra Whack). De regreso en Filadelfia, lo que Tierra deja a la vista en su original debut –que llegó luego de un par de simples de duración tradicional– es un admirable despliegue de registros y paseos por toda clase de estilos, apoyado en los videos de un minuto (a la medida de Instagram) firmados por Thibaut Duverneix y Mathieu Léger.
Shame
Songs of Praise
Todos los domingos por la tarde la televisión británica aún pone al aire un tradicional programa de coros religiosos, bautizado Songs of Praise. No debe ser casualidad el título del debut de este quinteto de veinteañeros del sureste de Londres, como si quisieran meterse de contrabando en los hogares de toda la nación, dispuestos a armar bardo y berrear sus verdades. Herederos de The Fall y Gang of Four –aunque también pueden sonar britpop y como Fugazi–, el grupo del cantante Charlie Steen aparece como el abanderado de los angry young men de la nueva escena británica, fieles al rock de guitarras y canciones que llevan sus convicciones bien a la vista, como la venenosa balada “Visa vulture”, dedicada a Theresa May y su brexit. Formados cuando aún no habían dejado la secundaria, construyeron su sonido a fuerza de tres años de shows contundentes, que destilaron en diez días de grabación de los que emergieron con un debut visceral, lleno de sarcasmo y humor negro, en el que Steen canta en la stonerosesca “Friction”: “En un tiempo de semejantes injusticias/ ¿cómo no vas a querer hacerte escuchar?”
The Goon Sax
We’re Not Talking
Con apenas siete años, luego de escuchar American Idiot de Green Day, Louis Forster escribió sus primeras canciones en su Brisbane natal. Jamás se le hubiese ocurrido mostrárselas a papá Robert, que por entonces tal vez estuviese justo lamentando la muerte de Grant McLennan, su compañero en los Go-Betweens. Para el futuro bajista Louis ese rol lo ocupó el guitarrista James Harrison, que iba a su misma secundaria y también componía. Pronto sumaron a Riley Jones en batería, y con los tres como cantantes y compositores editaron su debut antes de dejar la escuela, el encantador Up for anything (2016), que mereció las primeras reseñas entusiastas, elogios de Iggy Pop y –por supuesto– comparaciones con Go-Betweens. Algo que se repitió dos años más tarde con este musicalmente mas maduro pero aún fresco y juvenil segundo opus, tal vez porque ninguno de sus integrantes cumplió aún los 20. Y porque desde su primer tema, “Make time 4 love” –firmado por Louis y que recuerda al mejor Belle and Sebastian–, suenan tan llenos de melancolía y de futuro como cualquier adolescente que crece y canta.
Lonnie Holley
Mith
“Soy un sospechoso en Norteamérica”, es el primer verso del siempre libre y por momentos apocalíptico tercer opus de este auténtico outsider en todos los sentidos del término, en el que suena como el legítimo heredero de Gil Scott-Heron. Nacido en Alabama hace 68 años, Holley vivió y trabajó dónde y cómo pudo, hasta convertirse en escultor al construir, a partir de lo que encontraba en la calle, las estructuras surrealistas y cotidianas que han terminado en el Met y el Museo Smithsoniano de Arte. Al mismo tiempo, siempre improvisó sus propios temas al piano, pero recién editó su primer disco a los 62 años. Después de girar con Deerhunter y Daniel Lanois, entre otros, junto a músicos como Richard Swift, Laaraji o Sam Gendel completó un trabajo hipnótico y deslumbrante, con temas que parecen deshilachados pero se convierten en universos de sonido, alrededor de versos –o títulos– que lo explican todo, como “me desperté en una Norteamérica hecha mierda” o “escapé de un barco de esclavos para caer en otro”.