Ser fan no es lo mío, ya que tengo una fascinación por mucho/as colegas, pero hay un artista que cambió mi concepción frente a la ideología del trabajo, el productivismo y la relación entre arte-vida, ironizando con sus obras la violencia del semio-capitalismo, su nombre es Mladen Stilinovic (1947-2016).

Mi encuentro con su obra fue un accidente o una premeditada acción política del colectivo de curadoras feministas croatas WHW (Quién, Cómo y Para qué), quienes en 2005 organizaron “Creatividad Colectiva” en el Museo Fridericianum de Kassel, Alemania, una de las tantas exhibiciones que internacionalizaron artistas de diversas generaciones y proveniencias que compartíamos algo en común, una misma impronta colectivista, antifascista y anticapitalista. Era un momento especial en la cultura del mundo, en medio de un clima de guerras antiterroristas, parecía ser que se abrían nuevos mundos posibles gracias al EZLN Zapatista que nos había convertido en estrellas danzantes; sumado las consteladas resistencias al G8 en Seattle y Génova; la caída de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 representaban la fragilidad que habita todo monstruo y como coletazo de Godzilla, la respuesta digna y organizada del pueblo argentino tras el gran fraude producido por el FMI y los gobiernos locales de turno, que culminó con el estallido social del 19 y 20 de diciembre 2001.

En medio de ese escenario color berme-llón que revitalizó las experiencias y archivos de los años 60 y 70, y las chispas del fuego que aún ardían de Tucumán Arde, se dio el errante devenir de nuestra práctica artística y también el encuentro con la obra de Mladen. Durante los días de montaje, con mi compañero de Etcétera caminábamos recorriendo la (pre)exhibición. En una de las recorridas por ese monumental museo nos topamos con un grupo de personas que pintaba un enorme mural del colectivo danés Superflex titulado “Superdanishun” una panorámica enorme con una imagen de soldados en medio de una batalla. Me acerqué para verlo y de pronto un delicado hilo rojo que caía desde el techo se cruzó en mi camino. Pensé ¿y este largo hilo rojo de dónde viene, será un accidente, es una obra, un error o qué? Miré hacia arriba recorriendo el edificio en vertical, el hilo caía metros abajo hasta toparse conmigo. Casi imperceptible a lo lejos desafiaba la arquitectura y nos recordaba la histórica línea roja que aún imperceptible permanece ahí en donde los ojos ya no la ven, ese hilo rojo era una obra del Mladen Stilinovic.

No recuerdo cuál de todas las obras fue la siguiente que vi, creo que puede haber sido la más conocida o mediatizada: una bandera rosada con una irónica consigna, “Un Artista que NO puede Hablar Inglés, NO es Un Artista”. El inglés al que se refiere Stilinovic es al idioma hegemónico en la era de la glo-balización. Ese NO marcado en otro color, ironía y juego de significantes, en medio de una exhibición en donde muchos de los artistas no hablaban una sola palabra de inglés; como el fallecido artista Arthur Leandro, miembro del colectivo Urucum con sede en la Amazonia Brasileña. Arthur gozaba protestando frente al museo con una etiqueta pegada en su poncho con la consigna “no lo intente, no hablo inglés”. Aún no sé si lo que me sorprendió de Stilinovic fue la obra o la rebeldía que producía en medio de un sistema de arte en el cual quien no se comunica bajo las normas y lenguajes del mainstream simplemente no existe. Y sobre esa existencia y sobre la ironía política de los usos del lenguaje, es que varias obras de Mladen fueron cautivándome, no solo por la pobreza de los materiales que escogía sino por su provocación constante a cómo concebimos nuestra relación entre arte, vida y trabajo.  

Algunos meses después tuvimos la suerte de ser invitados a Zagreb, ciudad en donde Mladen vivió y murió. Ahí el artista nos invitó a una inauguración íntima en el living de su casa, una tradición mensual. No era un open estudio, sino otro acto de insubordinación a la estúpida manera en que las convenciones neoliberales se han apropiado de la libertad y el deseo de los artistas, prescindir de una galería, de alguien que te marque la agenda, evitando mediadores, decidiendo cómo, cuándo y con quién compartes tus obras.

En medio de esa experiencia Mladen nos regaló un libro, dentro del mismo una foto biográfica de él mismo veintisiete años más joven, el artista acostado en una cama completamente vestido a plena luz del día, registro de la performance “Artista Trabajando” (Artist at Work, 1978), esta pieza consiste en una serie de fotos reivindicaron el derecho a la pereza, otra de sus resistencias a este sistema moral productivista del arte de “Occidente (capitalista)”.

Dentro del mismo libro un manifiesto escrito por él en 1993 “No Hay Arte Sin Pereza”:

“Los artistas occidentales no son perezosos y, por lo tanto, no son artistas, sino productores de algo. Su participación en asuntos sin importancia, como la producción, la promoción, el sistema de galerías, el sistema de museos, el sistema de competencia (quién es el primero), su preocupación por los objetos, todo ello los aleja de la pereza, del arte. 

Así como el dinero es papel, la galería es una habitación.

Los artistas del Este eran perezosos y pobres porque todo el sistema de factores insignificantes no existía. Por lo tanto, tenían suficiente tiempo para concentrarse en el arte y la pereza. Incluso cuando produjeron arte, sabían que era en vano, que no era nada.”

Mladen termina su manifiesto:

“Por último, seré perezoso y concluiré:

No hay arte sin pereza.

EL TRABAJO ES UNA ENFERMEDAD (Karl Marx-Mladen Stilinovic)

EL TRABAJO ES UNA VERGÜENZA (Vlado Martek)”

Después de trece años la ironía detrás del hilo rojo me sigue rozando en la zona más sensible, y por suerte cada vez que me acuerdo del encuentro azaroso con esa pieza, recuerdo que el dinero es papel y la galería es una habitación. 


Loreto Garin Guzmán nació en 1977 en Valparaíso, Chile. Desde 1998 vive y trabaja en Buenos Aires. Cofundadora de Etcétera, un colectivo multidisciplinario compuesto por artistas visuales, poetas, actores y artistas. Desde 2008, junto con Federico Zukerfeld, coordinan el archivo, las exposiciones, las actividades educativas y otras iniciativas colectivas. Etcétera ganó la segunda edición del Premio Internacional de Arte Participativo en Boloña (2013). El colectivo fue galardonado con el Premio Príncipe Claus (2015). Es miembro del colectivo de colectivos CRIA (Creando Redes Independientes y Artísticas).