El Banco Central fue poco original para presentar su informe de política monetaria la semana pasada. Los funcionarios realizaron una conferencia de prensa para auto felicitarse. Celebraron que el plan monetario y financiero acordado con el Fondo Monetario en octubre viene dando buenos resultados para calmar las presiones cambiarias y las expectativas de los inversores. El comité de política monetaria del Central no mostró preocupación por la apreciación nominal y real de la moneda en los últimos cuatro meses ni mencionó una solución para que las tasas de interés en torno al 60 por ciento dejen de ser un freno para la economía real. 

  Las prioridades de la autoridad monetaria están desfasadas de las del mundo. Los banqueros centrales en cualquier otro país sentirían vergüenza si en su mandato la economía cae a ritmos del 7 por ciento interanual, la inflación alcanza picos del 47,5 por ciento y el desempleo avanza hacia tasas de dos dígitos en los grandes centros urbanos. Pero en la Argentina parece que ninguna de estas variables resulta importante. La entidad a cargo de Guido Sandleris simplemente se mostró conforme porque el dólar dejó de subir y los inversores volvieron a comprar bonos del país en las primeras semanas de enero, bajando el riesgo país.

  La desconexión de las autoridades del Central respecto del rumbo de la economía productiva es absoluta. Están tolerando un importante sacrificio de la actividad en el mercado interno para evitar nuevos saltos cambiarios y tensiones financieras que comprometan las posibilidades del oficialismo en las próximas presidenciales. El resultado más visible es el incremento de la desocupación y la caída del poder adquisitivo. El propio informe de la entidad realizó las cuentas precisas para calcular la caída de ingresos de la población.

  Los técnicos de la autoridad monetaria midieron los costos laborales en la Argentina respecto de los de Brasil en los últimos años. El resultado resulta sorprendente.  El asalariado local recibió en el cuarto trimestre de 2018 un ingreso casi idéntico (ajustado por tipo de cambio y productividad) respecto del que recibió un asalariado que realiza tareas similares en el mercado brasileño. En el mismo trimestre de 2015 el argentino ganaba un 92 por ciento más.

  En economía el mismo dato puede analizarse con distintas perspectivas. Eso es lo que hicieron en el Banco Central con esta información. Aseguraron que el costo laboral de la Argentina se acercó al promedio de la región permitiendo mejorar la competitividad de la economía. “Las claves de competitividad de una economía es mantener brechas de costos salariales con países competidores en niveles sustentables. En 2018, con la corrección cambiaria, la brecha de costos laborales relativos entre Argentina y Brasil tuvo una convergencia significativa”, planteó el Central. El organismo intentó justificar que la crisis del año pasado dejó algunos resultados favorables y destacó el incremento de la competitividad para la economía.

  La lectura de la autoridad monetaria es poco interesante e incluso no encaja con lo que marcan las estadísticas. La Argentina recuperó en el último trimestre de 2018 el superávit comercial. Pero no lo hizo por un incremento de las exportaciones gracias a la mayor competitividad en costo de sus industrias. Lo hizo por un desplome de más del 30 por ciento de las importaciones. Se debió al fuerte retroceso de los salarios reales y en dólares de la población. La caída del consumo y no el alza de la competitividad fue lo que mejoró el resultado de la balanza comercial. Puesto en palabras simples: la Argentina en lugar de aumentar su productividad para exportar más al mundo redujo sus compras por la caída de ingresos de su población. La economía local en lugar de desarrollarse y despegar se parece cada vez más a la del promedio de la región.