Todos hemos discutido con tontos. Y hemos perdido la batalla. Porque al tonto no hay forma de ganarle una discusión. No importa si usted lee a Heidegger en alemán. El tonto no cambia de opinión. O cambia cuando el que lo volvió tonto se lo permite. Yo discutí con tontos y perdí mil batallas. Por eso ahí va este curso acelerado, y gratis.

Lo primero: más tonto el contendiente, más necesidad de preparación suya. A veces hay que seguirles el juego como a los locos y a veces aturdirlos como cuando se le tira Raid versión Manaos a un mosquito. Para esta contienda le conviene dejar de beber y, de ser posible, bajar unos kilos y hacer yoga. Si es lector, deje ya. En esto, leer libros no sirve de nada.

¿Cuántas probables discusiones hay en una mesa argentina de hoy? Olvidando las de Messi o Maradona, digamos que veinte. Entonces hay que armarse de veinte estrategias. Y no de simples respuestas. Las respuestas implican una lógica y usted está discutiendo con alguien que no es lógico. Lo que yo propongo son softwares cerebrales que usted deberá insertar en su espíritu, aunque duela.

Allá vamos. "Todos los políticos son iguales", dice su primo que votó a Macri y ahora no sabe cómo defenderlo pero no quiere reconocerlo. Acá la estrategia es no mencionar ni a Cristina ni a Néstor, y menos compararlo con nuestro benemérito presidente. Si lo hace, usted perderá la batalla porque sólo logrará cerrar el oído (casi sordo) de su oponente y clausurar su cerebro ya de vacaciones.

Usted tiene que tener preparada una frase del estilo de: "¿así que vos no sos capaz de reconocer la diferencia entre Alfonsín y Menem?", o "así que para vos Alfonsín y Menem son lo mismo". A esto se le podría llamar invertir la carga de la prueba pero en realidad es una avivada. La mención a Alfonsín es clave y sacará al tonto de su zona de confort porque él se basa en verdades absolutas: Evita puta, Cristina loca, Perón dictador.

Una vez que citó a Alfonsín, retírese a su sillón y déjelo balbucear. Lo oirá decir sí… no… bueno… Si amenaza volver sobre sus pasos, pregúntele tres veces por qué, por qué, por qué. Si insiste recuérdele el día que Alfonsín se plantó ante Reagan y rematelo así: "Diría que no es lo mismo que lo de las relaciones carnales". Y lo verá derretirse como helado al sol.

Si el primo cambia de tema y lanza el "se robaron todo" pase a la segunda fase de las preguntas en cadena: ¿cuánto?, ¿dónde?, ¿cómo?, ¿quiénes?, ¿cuáles? Y lance un "habría que comprar tierra en la Patagonia para ver si encontramos un conteiner enterrado lleno de guita". Si insiste, diga: "¿Habrán enterrado dólares o pesos?", seguido de una carcajadita.

¿Vamos bien? ¿Ya está agotado? No afloje. Lo peor está por venir porque usted deberá dejar morir sus sentimientos. O adormecerlos con hipnosis o anfetaminas. No olvide que en ocasiones deberá tratar como tontos a su familia más querida. Cuando las fuerzas le flaqueen, debe pensar que está haciendo un bien a la humanidad, que está sentando las bases de una nueva forma de vida, reglas para una mejor convivencia. 

"Íbamos camino a ser Venezuela", dice una tía. Acá yo recomiendo ir por camino de ripio y decir: "Y todo porque la OPEP cambió las reglas de juego de la demanda del crudo en relación al precio de la vaca en pie en Nueva Zelanda". No se la van a discutir, pero si llega el caso, usted podrá seguir citando rarezas o bien cerrar así: "Cuando llegue a casa te voy a mandar un "paper" (imprescindible decir 'peiper') del foro de Davos".

No siempre conviene librar la batalla, dirían Sun Tzu, Kwai Chang Caine y Maquiavelo. A veces uno puede anticiparse a los desbordes de los tontos y antes de sentarse a la mesa decir: "Disculpen si estoy distraído pero el martes vi la última de Kusturica y aún estoy shockeado por la dura realidad de los Balcanes". Si no los noqueó, agregue: "Como será, que al otro día soñé que el Mariscal Tito me hablaba".

Apréndase números. Estadísticas al voleo. Mencione a Mandela en cualquier ocasión. Sepa el precio de la yerba hace veinte años. La inflación de Ghana. La edad de Stalin al morir. La altura de la Estatua de la Libertad. Todo puede servir si está acorralado. Si todas las estrategias fracasan, hay que saberse frases de salida: "si Wall Street no hubiera intervenido durante la guerra fría ni estaríamos hablando de esto", o "si China sigue influyendo en África es probable que llegues a tener razón", o "mientras no se resuelva el conflicto del canal de Panamá no habrá un mundo mejor".

Si con esto no ganó, le conviene huir. Está ante gente totalmente inmunizada.

Ahorre. Porque en ocasiones deberá contratar a un vecino que se parezca a Marx o a Freud. Que tenga barba es fundamental. Que fume en pipa es opcional, pero tiene que tener siempre la pipa en la mano. Preséntelo como mi tío el catedrático o el profesor. El trabajo de este sujeto es mirar sin pestañear al tonto que discute con usted. Y aprobar, pero sin demasiado entusiasmo, cuando usted opina. Luego, una pitada a la pipa y un humm… Si alguien de la mesa le pide una opinión, debe decir "esto hay que analizarlo en profundidad", o "creo que hemos encontrado un gran tema de estudio".

Con el paso de los días verá que su agudeza crece. Que antes de sentarse a la mesa podrá semblantear a cada comensal y aproximarse al muestrario de idioteces de cada uno. Si la ve peliaguda, cite a Nisman antes de que lo haga otro, y agregue: "Para mí que esas fotos donde está rodeado de chicas y consoladores es del cumpleaños de algún amigo querido". 

Comience ya la preparación. ¡Llame ya! Memorice chicanas, frases de Marx en alemán y su traducción (puede ser falsa). Cite personajes al voleo. Si alguien dice "acá lo que hace falta es mano dura", usted responda: "como dijo Escipión el Africano, la multitud sólo quiere saber hacia dónde sopla el viento". Entrene para irse en medio de la discusión luego de decir: "Si Churchill no se hubiera dedicado a escribir y a pintar, sería otro cantar…". Y ahí raje al baño. Si es necesario, con una mano en la panza manifestando apuro.

Pero la mejor de las estrategias es hacerle creer al tonto que ha ganado la discusión. Dejarlo regodearse en su éxito pero sacarle una mínima aprobación cuando usted diga, como suspirando: "Debemos volver a ser un país que defiende su gente y su trabajo", o "si nos seguimos endeudando así no vamos a salir más". Por muy tonto que sea su interlocutor, deberá darle la razón porque no hay forma de estar en contra de estas verdades absolutas.

Una vez que el tonto aprobó, se lo guiará a su destino de cambio para bien de todos, todas, todes y tutti gli fiocchi. No sienta que perdió la batalla, porque una vez que volvamos a encauzarnos como país, lo tendremos de nuevo haciendo tonterías, y deberemos volver a remarla en una y mil cenas más.

 

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