Estados Unidos ha esperado su extraordinaria consolidación petrolera para patear el tablero energético mundial. Su revolución del shale le permite mirar por encima a sus principales competidores, tanto fuera como dentro de la OPEP. Ya no le preocupa arriesgase a romper relaciones diplomáticas con Venezuela –como efectivamente sucedió por decisión de Nicolás Maduro–, uno de sus muchos proveedores. Tampoco sancionarla, como efectivamente hizo a principios del año pasado, prohibiendo a toda nación prestarle dinero con un plazo de gracia mayor a tres meses. Aquí la razón del desplome de la producción petrolera y, por tanto, de divisas por exportación.
Como sea, el ascenso hegemónico petrolero estadounidense, sumado a una región con abrumadora mayoría de regímenes neoliberales precipitó la mayor hazaña golpista en la hermana república bolivariana desde el golpe contra Hugo Chávez en 2002.
¿Por qué EE.UU. quiere derribar a Maduro cueste lo que cueste? ¿Por el petróleo? Si fuera por esto, creemos que en todo caso sería por el uso emancipador (bolivariano) que la Revolución Bolivariana –valga la redundancia– le asigna al petróleo. Algo similar ocurrió en la Libia de Khaddafi, pues si la ex próspera nación africana ayudaba con su petróleo a sus compatriotas continentales oprimidos por el coloniaje de la civilizada Europa, lo propio hizo Chávez y continuó haciendo Maduro con América Central y el Caribe (incluso, y cada vez que pudieron, con América del Sur). Es el uso de las rentas estratégicas, históricamente en poder de las oligarquías locales y socios extranjeros, una de las cuestiones que más irrita a los enemigos del pueblo venezolano. Lógicamente también está el beneficio empresarial y la célebre seguridad jurídica: caído Maduro, la Faja del Orinoco será invadida por empresas estadounidenses, desplazando a las nacionales rusa y china, entre otras.
Pero hay algo aún más importante. La instalación de un régimen títere estadounidense asestará un nuevo y duro golpe a la OPEP, principal enemigo energético de EE.UU. después de Rusia. El imperialismo anglo-sajón y demás fuerzas de la OTAN ya se han hecho de Kuwait (séptimo productor), Irak (cuarto productor), Nigeria y Libia. Entre todas, EE.UU. domina directa e indirectamente –sin sumar su propio aporte– un 12,8 por ciento de la producción mundial. Y si sumamos su aporte llega a un 25,3, apenas debajo del 27 de Rusia y Arabia Saudita juntas. Fagocitándose a Venezuela, pasan arriba con un 28 por ciento.
En suma, es a través del control de potencias petroleras, el ascenso de su producción y de excedentes exportables que EE.UU. se propone dar pelea a la OPEP –en breve, cuerpo a cuerpo– por la fijación del precio del crudo en el mundo. El derrocamiento de Venezuela y, con él, el control de la novena potencia productora y exportadora, primera reserva de petróleo del globo, será la frutilla del postre para terminar de doblegar a la OPEP, Arabia Saudita y Rusia (no-OPEP) todos juntos.
Pero hay una razón aún más acuciante. EE.UU. quiere terminar con Maduro porque sería dejar totalmente aislada a Bolivia, y avanzando contra ella, terminar con el gran movimiento emancipador suramericano del nuevo siglo en su primera etapa (Consenso de Mar del Plata).
Finalmente, advertimos desde el Observatorio Oetec que es la soledad regional de Venezuela (suerte de “no injerencia positiva”) producto de la virtual desaparición de la Unasur y el Consenso de Mar del Plata lo que ha venido debilitando a la Revolución Bolivariana frente al imperialismo. No hay posibilidad de freno a las sanciones y bloqueos de EE.UU. El único gobierno que junto con Venezuela sobrevive del CMP, el de Bolivia, poco o nada puede hacer a esta altura de los acontecimientos. En este sentido, quedará como fundamental materia pendiente para cuando retornen al poder gobiernos populares en la Patria Grande trabajar en una injerencia activa cada vez que algunos de sus integrantes sean amenazados por golpistas de adentro o de afuera.
* Director de Observatorio de la Energía y la Tecnología (Oetec).