“Son las pasiones aquello por lo que los hombres cambian y difieren para juzgar”. No se trata de una frase del último consultor político de moda pero quizás el concepto nos ayude a pensar cómo se definirán las elecciones nacionales de este año con una sociedad en tensión por una situación económica crítica.
La idea es de Aristóteles, quien en su Retórica discute sobre la persuasión1. Allí señala tres elementos de este arte. Por un lado, el logos, que es el conocimiento, la información, los datos. Por otra parte, el ethos: se trata de los valores que expresa quien emite el discurso. Dicho de otro modo, la credibilidad de quien intenta persuadir. Y, por último, el pathos, que es el aspecto que busca convencer a través de la emoción.
Hace 2300 años, Aristóteles sabía que convencer no es igual a develar. Que persuadir no es lo mismo que enseñar. Que esta compleja operación destinada a que alguien modifique una posición no consiste en aportar los datos correctos a quien no los tiene, sino que requiere de algo más –o de algo diferente–. En contra de lo que el legado del iluminismo nos enseñaría, su convicción era que los hechos no hablan por sí solos. Y que es importante entender cómo se ven las cosas desde el punto de vista ajeno porque ¿de qué otra manera podríamos despertar un conjunto de emociones que nos ayuden en esta tarea?
En las últimas semanas, en el debate público, parece comenzar a moldearse una idea fuerza en algunos sectores que se oponen a Mauricio Macri. Y es una muy parecida a esta que recorríamos. No serán sólo los datos, los pésimos datos del desempeño de la economía durante el gobierno del PRO los que permitirán estar más cerca de derrotarlo en las urnas.
De acuerdo a este enfoque, para ganarle a uno de los peores gestores de la economía y del bienestar de los argentinos en décadas –esto obedece a información, a datos duros, estamos parados en el terreno del logos– debería acudirse a una forma de pensar anti-intuitiva. Podemos prever, con cierto grado de certeza, que Macri buscará que la campaña electoral no se centre en torno a la información que lo muestra como un pésimo gobernante en lo económico. La oposición tiene entonces ante sí dos opciones. Una es recostarse sobre el terreno que deja libre el macrismo, sobre ese espacio “cómodo” que nos ofrecen los datos. Creo que para tener más posibilidades, el camino es el contrario. Quienes se oponen a Macri deberían justamente acudir a ese mismo campo de batalla de las cuestiones “más que económicas” sobre las que buscará trabajar el oficialismo, aunque, por supuesto, con una visión diferente. ¿Cuáles son los valores de la Argentina que queremos construir? ¿Cómo vivirán nuestros hijos? ¿Qué creencias son las que llevarán a este país a buen puerto? ¿De qué forma construiremos una Argentina que viva más feliz? ¿Cómo haremos de esta parte del mundo un lugar que dé orgullo nombrar?
El conductor televisivo Mariano Iudica relató en el programa Polémica en el Bar que su hija, a quien describió como una incansable trabajadora, mejor promedio de su universidad y conocedora de su oficio emigrará en busca de un futuro mejor. En ese contexto, al comentar la noticia que indicaba que 2018 arrojó la inflación más alta desde 1991, señaló: “No se puede prever nada. ¿Qué crédito va a sacar?, ¿qué proyección va a hacer con su vida, con su novio?”.
La oposición, por momentos, se parece demasiado a alguien que se acerca a Iudica en ese instante y le agrega algún dato o información redundante. “¿Sabías que la inflación en alimentos fue aún mayor en el marco de la caída más abrupta en diez años de la actividad económica?”
Este exceso de verdad por parte de la oposición choca contra conceptos que el oficialismo moldea con una intención que parece casi explícita: volverse inmune a los datos. El ministro de Transporte, Guillermo Dietrich, ofreció hace pocos días una entrevista al diario Ambito Financiero, donde mostró buena parte de ese arsenal. El funcionario explicó que el macrismo está compuesto por un grupo de personas que provienen “de afuera” de la política para luchar contra “la corrupción, el narcotráfico, los privilegios y la impunidad”. De esta forma, el Presidente se enfrenta a “un grupo que manejó la Argentina, que la destruyó” durante 70 años, que son “siempre los mismos”. Tras asegurar que el Gobierno hizo “transformaciones muy profundas” sostuvo, sin ejemplos, que le están “cambiando la vida todos los días a cientos de miles de personas en un montón de cosas rompiendo privilegios”. Se trata además de “cambiar la lógica de ‘yo te doy’”, que –según sostuvo– primaba en la Argentina especialmente durante el gobierno de Cristina Kirchner, quien –admitía el ministro– efectivamente “daba” cosas concretas. Añadía a esto que los problemas que se registran ahora ocurren porque el Gobierno “no toma atajos ni tapa” las cuestiones que funcionan mal. “Los resultados son parte de los procesos y los procesos llevan tiempo”, evaluó. Se trata de un discurso centrado en valores en el que los resultados carecen de importancia porque lo relevante es “el camino” (“el único camino”, en palabras de Macri). Atacar con información, bajo una lógica cartesiana y racionalista a alguien que se defiende de esa forma, puede tener en definitiva pocos efectos. Pero vayamos un paso más allá ¿qué pasaría entonces si la oposición, de manera anti-intuitiva también pasara a disputar en ese terreno?
Traducir esto en estrategias y mensajes concretos no es fácil para los sectores que se ubican a la izquierda de neoliberales y conservadores en todo el mundo. La forma en que Donald Trump tiene aún desorientados a quienes se le oponen es el mejor ejemplo diario de esta carencia.
En un contexto en el que el presidente Macri ofrece, dado su horrible desempeño, una oportunidad de una elección presidencial competitiva, donde hay sectores que lo votaron en la segunda vuelta de 2015 pero ya no creen más en él y han dejado de escucharlo, podría pensarse que es errado no apelar directamente al cúmulo de información sobre un gobierno que pone al país al borde del abismo económico. Sin embargo hay buenas razones para evitar ese camino.
Hagámosle algunas preguntas a la Historia. Por ejemplo, ¿por qué motivo Carlos Menem, ante una inflación de cuatro dígitos prefería apelar a la emotividad y a desbordar lo económico con la promesa de “salariazo y revolución productiva”, mientras el candidato oficialista se paseaba con un lápiz rojo hablando de las complicadas cuentas públicas? ¿Qué es lo que hizo que ya siendo presidente, pudiendo mostrar la mayor baja de la inflación de la Historia y un retorno al crecimiento luego de la década perdida de los 80, Menem eligiera hablarle a los argentinos de una imagen que excede esa información, hablando de un “ingreso al primer mundo”?
Insisto: en ningún lugar del planeta es fácil para los sectores progresistas posicionarse en este lugar anti-intituivo y si se quiere pos-iluminista. La formación en ciencias sociales de muchos de nosotros nos lo hace difícil. Había que ver a la extremadamente formada y competente, pero siempre fría y racional Hillary Clinton tratar de disputar al candidato más inepto para la Casa Blanca de la Historia.
Aún así vale la pena intentarlo. Las elecciones parecen cada vez más definirse por algo que se experimenta acá, en el estómago –un afamado consultor estadounidense hablaría de gut-level–2. Y no precisamente como el hambre. Más bien como en el amor, como en ciertos momentos de la vida, se trata de lograr que algunos de nuestros conciudadanos sientan –iba a escribir erróneamente “piensen”– “me parece que sí, me la juego por vos”.
- Recupero esta idea del libro de Guadalupe Nogués Pensar con otros: una guía de supervivencia en tiempos de posverdad, editado por Pablo González (El Gato y la caja).
- Westen, Drew (2008), The political brain; The role of emotion in deciding the fate of nation, Public Affairs.
* Politólogo (UBA/Flacso). Autor de La calesita argentina, Editorial Capital Intelectual. Editor de artepolitica.com.