“Tengo cincuenta, me separé después de veinticinco años de casado. Quedar arrojado a la soltería fue como despertar, a lo Walt Disney, después de un congelamiento de décadas. ¡Aterricé en un mundo que era otro! Si quería correr a una mujer que me había gustado en la calle para pedirle el teléfono, por poco me mandaba preso, pero veinte años atrás yo era un gran maratonista”. Así repasa un abogado –porteño, voz de locutor– algunas de sus impresiones cuando le tocó estar de nuevo frente al mercado de la carne y los afectos en un presente atravesado por los feminismos y en el que conocer gente en un bar es retro. Esos relatos de desconcierto, sorpresa –y a veces de bronca– brotan en los diálogos con los varones heterosexuales de treinta para arriba.
Frente a un panorama de códigos de seducción en estado de revuelta, el pánico a los escraches ocupa el podio de las preocupaciones de los usuarios masculinos de apps de citas. Así lo grafica un joven gestor cultural, un poco en broma: “los varones argentinos hoy estamos en modo Quini 6: te persigue la pregunta ‘¡¿Y si esta semana te toca a vos?!’”. Sucede que los feminismos, en plena transformación del sentido común, alientan la redefinición de los modos de contacto, otras miradas sobre el consentimiento, que ya no es más tácito ni dígalo con mímica, y la salida a la luz de violencias que siempre estuvieron ahí pero antes no eran percibidas como tales.
Con machismo no hay match
“El sketch de Capusotto ‘Acá sí que no se coge’ podría haber sido un buen título para mi vida. Me incendio antes de hablarle a una mujer sola en un boliche. Las aplicaciones de encuentros fueron una salvación para mí porque estaba sobreentendido para qué te ponías a hablar y después te veías. Me da mucho más miedo, también, lo que pueda pasar ante una insinuación cara en cara, sin que hayamos chateado previamente, dado el clima imperante”, dice Luciano (38, comerciante), quien también asegura que las aplicaciones como Tinder o Hapnd son, además de un oasis para tímidos, una suerte de seguro parcial anti rebote.
Con el feminismo se educa y se goza: así se podría resumir la respuesta de Camila (30, docente de Letras) a la pregunta por el estado de alerta que despiertan en los varones las redefiniciones de los consentimientos: “Es agotador escuchar esos lamentos de que las feministas vinimos a pudrir la fiesta. No digo que no haya quienes toman posiciones moralistas pero, eso no es feminismo, es otra cosa. La gran mayoría de nuestras miradas son libertarias y pensado en que tanto hombres como mujeres podamos disfrutar más de todo. Estoy podrida de escuchar que culpan a ‘las del pañuelo verde’ por sus limitaciones para interactuar con respecto por el otro. Si me enojo porque me zamarreas en una fiesta, no es que sea una feminazi amarga. ¡Vamos! No es tan difícil escuchar o percibir qué quiere el otro. Y cuando hay dudas, ¿tanto drama es preguntar?”
Tan liberales que son
“Hablen o al menos respondan si uno se toma la molestia de escribir. ¡Todo lo tenemos que hacer nosotros! Tan ‘liberales’ que son todas, ¿y después? Si son tan modernas ¡al menos tomen la iniciativa!”, se lamenta un usuario en su perfil con un reproche emitido, al parecer, en respuesta a decepciones previas. El usuario –leonino, de Zona Sur, 39 años, foto con dos niños– escribe como si gritara. Es un quejido ante algo que debe haber descubierto a través de Badoo: el desapego emocional ya no es más percibido exclusivamente como capital masculino. Y eso a veces molesta.
Por supuesto, el espanto no es la única reacción ante la proactividad femenina. Cuenta el abogado de cincuenta que siente haber sido descongelado: “Pasás a buscar a una chica. Te encontrás con que se sube al auto y pone en el GPS la dirección de un telo antes de darte un primer beso. Tiene que ver con los tiempos que vivimos pero también con la inmediatez que propone la app. ¡A mí me encantó!”
“En el ámbito de la seducción, veo a las mujeres quizá más descontracturadas. Quizá sea una percepción. Pero esto se da en el marco del uso de las aplicaciones, donde los que estamos ahí sabemos para qué estamos. Al mismo tiempo, veo un efecto inverso en lo que sería la interacción cara a cara: en el ámbito laboral me pasó de decirle a alguna compañera que estaba muy elegante o que algo le quedaba bien y de repente quedar ante todos como un violador serial”, cuenta un consultor político de 38 años que pide ser presentado sólo con su inicial: E. “Por suerte, todavía quedan mujeres sensatas que cuando ven que el ‘avance’ es elegante y educado, se ‘dejan querer’, digamos”, concluye E.
Consenso y cuidados
Empezar a derrumbar los avasallamientos y los sobreentendidos que son síntoma de la cultura de la violación, que minimiza y justifica los abusos, no tiene nada que ver con el celibato. ¿Por qué cuesta tanto internalizar esas premisas? ¿Por qué desorientan tanto a los varones, que “pisan con pie de plomo”? Algo de esto dice Germán (40, diseñador): “Siempre fui reacio al ‘chamuyo’. Pero ahora diría que estoy aún más atento a lo que le pasa a la persona que está conmigo: si veo el más mínimo freno, no insisto. Siempre espero un montón: la haya conocido en vivo o por Tinder, no me lanzo al agua si no veo guardavidas, nenes jugando y mucho sol. No soy ningún intrépido”.
También cambian los recaudos, dice, el consultor político: “Los que nos movimos históricamente en Internet, siempre tomamos nuestras precauciones. Eso no cambió tanto. Ya desde que empecé a conocer gente en foros o con el viejo ICQ, las mujeres, y, por qué no, también los hombres, avisaban dónde estaban, daban alguna descripción del partenaire y últimamente mandan fotos del lugar en el que estaban. Puede que de eso se haya tomado más consciencia ahora. Me pasó de invitar a una chica a mi casa y que fotografiara el frente del edificio. Nos reímos y lo respeté, claramente. Sabemos a lo que jugamos. Nunca invité a alguien a mi casa hasta no tener cierta percepción de su personalidad y circunstancias, aunque, como todas las percepciones, pudiera ser errada”.
“Podría decir que en mi caso particular, en vez de limitarme en lo sexual, la educación feminista, que logré de manera muy autodidacta, me habilitó a tener menos miedo en los encuentros porque sabía cómo tomar precauciones: encontrarme con desconocidos en lugares públicos, siempre avisarle a alguien de confianza dónde voy y con quién. Pero sobre todo me habilitó a no hacer cosas que no me cerraran y a expresar lo que yo quería: puedo ir a la casa de alguien, quedarte cinco horas, y si veo que no tengo ganas de nada más puedo decir simplemente ‘¿me llamás un taxi?’ En otra época de mi vida me hubiera quedado a dormir aun con incomodidades porque teníamos todas las de mi generación ese mandato tan fuerte de ‘si fuiste hasta ahí, después no podés decir que no’”, cierra Camila.
Alerta machirulo
Mariana Palumbo es socióloga. Basó su tesis en los modos en los que las mujeres de más de treinta y cinco, al momento del cortejo a través de apps, echan mano de algunos postulados del feminismo de la igualdad e ideas sobre la no violencia: “Ellas no esperan que él les hable. También, identifican las prácticas machistas muy rápidamente. Si se encuentran con alguien que les dice cosas como ‘ufa, ¿por qué no me contestabas ayer?’, salen disparando”. ¿Por qué corren? Porque aunque la mayoría no se presente como feminista, prende un alerta ante los celos y el control. “Trabajé sobre todo con mujeres de 40 y 50 años, que habían estado casadas y se reinsertaban en el ámbito amoroso. Pasaron por muchas cosas. Muchas venían de historias de violencia. Te dicen: ‘si percibo algo obsesivo, no contesto ni loca”.
“En la app que más usé este año, Tinder, hay muchos perfiles de mujeres estilo ‘pañuelo verde’, lo digo sin ánimo de ofender. Son perfiles escritos airadamente, con reclamos sobre el patriarcado y a favor del aborto, en un contexto que no es el adecuado, creo. Vos no discutís sobre la influencia de Althusser en la interpretación de la obra de Marx cuando estás en un boliche. Esto sería algo parecido, a nivel virtual”, justifica E. “Cuando leo esa clase de perfiles, en una página de encuentros sexuales, me huelen a manifestación en el desierto. Quizá funcionen como repelente para algún sector. A mí me resultan indiferentes. Me ahuyentan más las faltas de ortografía.”
Tanto en las usuarias treintañeras como en mujeres de más de cincuenta aparece una expertise que los feminismos han sabido diseminar: un detector calibrado de la machiruleada. “Vas aprendiendo a crear tus propios filtros”, cuenta Sara (32 años, artista, usuaria de OkCupid). “Me puse una foto rodeada de amigas y pañuelos verdes. Así filtrás fundamentalistas, antiderechos y también a esos que dicen ‘chicas, las banco hasta lo de la violencia de género, pero depílense más’”.