Pablo Martínez tiene 28 años y es el primer surfista no vidente del país. Vive en Mar del Plata, la capital del surf argentino, donde estudia kinesiología. En noviembre se consagró campeón sudamericano con su gente y ya suma tres participaciones mundialistas. Ejemplo de superación y esfuerzo, es el protagonista de una historia sin límites. Cuando lo esencial es invisible a los ojos.
A menos de dos meses para cumplir cinco años, Martínez perdió la visión en cuestión de días: “Comencé un domingo con pérdidas visuales transitorias y para el otro domingo ya estaba ciego totalmente. En esa semana no tuve la conciencia de lo que realmente estaba pasando. Me desperté y quise mirar a mi mamá que estaba en la habitación conmigo: ‘vieja, no te veo la cara’, le dije”, recordó.
La pérdida parcial o total de un sentido obliga a la persona a cambiar sus hábitos y costumbres ante una situación inesperada de la vida. La inseguridad y los cuestionamientos se hicieron presentes a los cinco años: “Estaba por empezar preescolar. Si ya era curioso a esa edad con la información que te da la vista, imaginate cuando me quedé ciego. De chico me la pasaba jugando al fútbol o al básquet. El deporte me ayudó de chico a rehabilitarme. No fue un proceso fácil, pero pude utilizar varias herramientas del período en el que había visto. Los primeros años fui a una escuela convencional a la mañana y a un jardín integral a la tarde”, confesó.
Después de probar con distintos deportes, a los 25 años encontró su pasión que lo impulsa a entrenar y superarse todos los días del año: “Comencé a surfear en 2016. Estaba entrenando con una profesora en un gimnasio y me sugirió probar. De a poco, con el paso del tiempo, nos enteramos de que era el primer surfista no vidente de Argentina y que había más surfistas ciegos en el mundo que se estaban preparando para el Mundial de la Asociación Internacional de Surf (ISA). Empezamos a buscar la manera de financiar el viaje que se hacía en California, Estados Unidos. Al no contar con apoyo económico, entendimos que la única forma de viajar era presentándonos en las redes sociales contando nuestra historia y pidiendo ayuda a partir de rifas y eventos”, expresó.
“La primera vez que surfeé me enamoré del deporte. Cada vez que me meto en el mar aprendo algo nuevo y eso hace que ame más lo que hago. El surf adaptado me dio la oportunidad de conocerme a mí mismo dentro del mar. Me sacó de la comodidad. Fue como empezar a rehabilitarme otra vez, incorporar conocimientos desde cero. Desde que me metí a surfear por primera vez en abril de 2016, percibo que me oriento mejor afuera del agua”, reveló sobre sus primeros pasos en el deporte y cómo la disciplina marcó un antes y un después en su vida.
Como en todos los deportes adaptados, el entrenador cumple el rol de lazarillo para orientarlos en el ambiente y ayudarlos a desarrollar sus habilidades. Fernando Elichiribehety, el Chiri, su guía dentro del mar, es clave en este sueño: “En las competencias entramos juntos al mar pero no puede haber contacto físico. Por eso, es importante el entrenamiento y la comunicación. Construimos una relación. Nos manejamos con códigos ya establecidos. Antes de entrar al agua charlamos sobre los aspectos técnicos: en qué sentido viajan las corrientes o el tamaño de las olas. A la vez trabajamos la confianza y la seguridad en el otro”, explicó.
El noviembre pasado, en Playa Grande, Mar del Plata, Martínez se consagró campeón en el 1° Campeonato Sudamericano de Surf Adaptado, en el que participaron delegaciones de siete países del continente, y al que se sumó un surfista de Israel, llegando a un total de 44 competidores: “Fue una satisfacción enorme. Una gratitud por todo el trabajo que hicimos con mi entrenador. Poder estar a la altura de una final sudamericana fue muy lindo. Nos da mucha fuerza para seguir trabajando”, subrayó.
Asimismo, Martínez participó, a mediados de diciembre pasado, de la cuarta edición del Mundial de Surf Adaptado que se llevó a cabo en La Jolla, California, Estados Unidos. El representante argentino avanzó hasta la segunda ronda del certamen y por muy poco no pudo acceder a las semifinales: “Queríamos meternos en la final, llegábamos muy bien desde lo físico y lo mental, estábamos muy motivados aunque nos volvimos muy contentos por las experiencias y emociones vividas”, insistió.
A los 28 años, Martínez no se deja despistar por las olas y la tabla y hace hincapié en su formación académica: “Estoy estudiando kinesiología. Me quedan cinco materias para recibirme. También me gustaría vivir solo. Soy papá separado, mi idea es tener un espacio propio para poder compartirlo con mi hija. Giuliana ya tiene cuatro años, me gustaría compartir sus últimos años del jardín y los primeros años de escuela habiéndome recibido y entrando en el ámbito de la salud a nivel laboral. Para ella es todo una novedad verme con una tabla dentro del mar. Poder transmitirle los valores del surf me llena el corazón”, concluyó.
Con el trabajo y esfuerzo como bandera, Pablo Martínez no negocia el sacrificio en el camino de sus sueños. La ceguera y las trabas burocráticas que le imponen no restringen su deseo de seguir progresando. Su historia es una muestra más de que la vida es un océano de oportunidades.