Para el psicoanalista Jorge Alemán la reciente pelea entre los líderes de Podemos, Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, podría entenderse como lo que Freud llamó el narcisismo de las pequeñas diferencias. Hace pocos días, Errejón renunció a su candidatura a la Comunidad de Madrid por Podemos, para aliarse con la alcaldesa madrileña, Manuela Carmena, en las elecciones de mayo. En conversación con PáginaI12 el psicoanalista y escritor que vio de cerca el despliegue de Podemos, alertó sobre la peligrosidad de una pelea que desdibuja el verdadero enemigo de la izquierda española: la avanzada de la ultraderecha.
–¿Cómo interpreta la pelea entre Iglesias y Errejón?
–Al pertenecer a una generación en donde los proyectos políticos transformadores tuvieron como consecuencia muertos, desaparecidos y exiliados, y a la vez al ser alguien que estuvo interesado históricamente en los proyectos de transformación donde conocí los impasse y las lógicas sacrificiales que estuvieron presentes en los mismos, no puedo dejar de tener con respecto a Podemos una percepción crítica de lo que sucedió. Los de Podemos no tuvieron una guerra civil, ni exiliados ni tampoco persecuciones políticas, y sin embargo pusieron toda su energía en destruir el propio aparato que inventaron para traducir políticamente la experiencia del 15M. Aunque a ellos no les guste, yo no puedo evitar leer este conflicto desde la perspectiva psicoanalítica como lo que Freud llamó el narcisismo de las pequeñas diferencias. Dos personas brillantes pueden ser muy tontas en sus relaciones con los otros cuando se comparte una experiencia política.
–¿Cómo puede afectar el narcisismo a un proyecto político?
–Un problema que tienen los conflictos de orden especular, y en este caso el narcisismo, es que se desdibuja el gran Otro o mejor dicho el enemigo. Por ejemplo ahora en España hay que estar muy atentos al giro político hacia la ultraderecha y en esa escena Podemos no puede darse el lujo de sacudir todo un aparato histórico que por fin logró ser distinto, que surgió del movimiento de los indignados y que mostró que no toda Europa era la tentación del racismo. Entonces este conflicto es peligroso porque mientras Pablo e Iñigo se pelean, el Partido Popular, Ciudadanos y Vox se cohesionaron y optaron por un discurso xenófobo.
–¿Cuál es entonces el problema que tienen las izquierdas con la unidad?
–Me parece que el problema es que los intelectuales de izquierda no tienen, como sí tienen los grupos de derecha, instancias de poder que los monitoreen y los controlen. Por ejemplo, cuando Ciudadanos el Partido Popular y Vox se pelean, un grupo económico levanta el teléfono y los pone en su lugar. En cambio a Podemos no les levanta el teléfono nadie. No tiene un exterior que los regule y esa es la primera fatalidad que tiene la izquierda. Están librados a sus pasiones.
–¿Qué mecanismos podría pensar la izquierda para intentar evitar que las pasiones se antepongan a un proyecto político?
–Esta pregunta me parece clave pero no tiene respuesta. Porque tradicionalmente la militancia de izquierda se acostumbró a creer que todos los conflictos son de naturaleza ideológica e histórica y no ven hasta donde sus propias posiciones subjetivas más inconscientes intervienen en los procesos de construcción política. Lo interesante en estos casos sería lograr actuar de otra manera a cómo el otro espera que actúes. Por ejemplo, ahora sería interesante que Pablo no le ponga otro candidato a Iñigo que le quite los votos, pero a su vez Iñigo tendría que entender que Pablo es el conductor. Pero lograr que las pasiones no se antepongan en un colectivo humano es muy difícil. En primer lugar la izquierda tendría que realizar una experiencia ética dónde se pregunte cómo son los pactos y qué intervienen en ellos. Y luego hacer una doble operación: reconocer el aspecto subjetivo que interfiere para después tomar una distancia irónica con él, separarlo y no identificarse.
–En su momento el comunismo fue el significante que organizaba a las izquierdas, sin embargo ahora parece que no hay instancia simbólica que las ordene. ¿Ayudaría una instancia de este tipo o hay que pensar otras formas?
–Sin dudas hay que pensar otras formas en un mundo que se complejiza y multipolariza. La izquierda tiene que armar un nuevo camino que aún ni siquiera está empezado. Por un lado tiene que pensar cómo traza alianzas internacionales y por el otro tiene que repensar de nuevo la idea de nación, de patria. Tiene que demostrar que puede haber una patria no racista, que le dé la bienvenida al extranjero y que sin embargo pueda quererse como patria.
–A cinco años de la irrupción de Podemos, ¿qué fue lo que se perdió de ese momento instituyente en lo instituido?
–Lo que se perdió, y espero que no se haya perdido definitivamente, es que en el momento instituyente había un compromiso por sobre todas las cosas con el proyecto transformador. En cambio ahora parece que toda la pelea está en cómo cada uno conserva su lugar. Espero que esta segunda instancia no sea la que termine sofocando el lugar del proyecto transformador que nos entusiasmó a todos.
–¿Cómo ve el futuro de Podemos?
– Yo creo que la opción de Iñigo con Carmena y lo que quiere construir es interesantísimo y me consta que entusiasma a un montón de gente. A la vez el trabajo que venía haciendo Pablo con Cataluña y con el PSOE también era brillante. Si bien hay varias personas que creen que esta movida de Iñigo abre la puerta de un nuevo proyecto transformador que trascienda Podemos, yo no pertenezco a un mundo donde todo el tiempo las cosas se disuelven en favor de una instancia superadora. Es una idea un poco ilustrada y un poco optimista que no comparto del todo. Por eso quiero expresar mi profundo anhelo de que arreglen entre ellos la situación.
–¿Cómo explica la nueva reorganización de una derecha que aparece desinhibida?
–La derecha descubrió que es muy potente el efecto homogeneizante y desorientador que produce la globalización en el sujeto. Porque por más que el capitalismo se presente como lo diverso o como la novedad, finalmente no deja de ser un proyecto que homogeneiza y entonces ahí es cuando la derecha propone un retorno a la identidad. Y el gran hallazgo de Lacan en esto fue mostrar que en ese retorno a la identidad hay un lado oscuro y eso es el goce. Es decir, mostró que la verdadera fórmula del racismo no es el odio al otro o el odio a la diferencia si no el odio al goce del otro. De hecho todos los argumentos racistas siempre tienen que ver con que el otro goza mal, sobre que hacen los otros con el dinero, con el trabajo o con el sexo. Por ejemplo, en los últimos días Vox dijo que las agresiones sexuales de género en su mayoría son perpetradas por los extranjeros. Es decir, el extranjero se vuelve la encarnación de un goce maligno que hay que erradicar y que amenaza la identidad. Y otro componente que no ayudó a evitar esta derecha desinhibida es la vigilancia discursiva de la izquierda que parece estar siempre controlando lo que se puede y no se puede decir. Recientemente esto provocó un efecto desinhibitorio en Vox, por ejemplo, que hace pocos días dijo: “nosotros vamos a decir lo que queramos”, y eso es muy peligroso.
Entrevista: Sofía Solari