¡Puf, tish!

Si m7

La tarde tomaba el esplendor de la adolescencia plena. Las bicicletas, una a una, iban llegando a la plaza Buratovich. Otros lo hacían caminando, como Juan que llegaba en la E, desde Arroyito, e iba con decisión, seguro de lo que haría minutos después, deprisa por las aceras del barrio.

¡Puf, pun, pun!

Mi m

El despintado asiento de la plaza, ubicado bien frente a la ventana, era pequeño, pero parecía de goma y no de madera, nos cobijaba a todos, aproximadamente treinta, también podría haber sido veinte o cuarenta jovencitos y jovencitas, que al son de la música, desenvolvían sus intereses. Algo les decía que había que estar ahí y no en otros tantos lugares infinitos donde también sonaba una banda de rock.

¡Tun, tun!

La m7

Los adultos de la época, azorados por el imaginario de que si hay chicas, pelos largos, rock, también debería haber drogas, libertinaje, vagancia, falta de respeto, bichos despreciables y temerarios. Lo que hacía mostrar los ojos por las rendijas de las ventanas, o mirar por el rabillo del ojo al salir de la iglesia de la cuadra, a la que es probable que se le hubieran caído varios santos de las vitrinas… ¡No se confunda! por las vibraciones que generaban las columnas de sonido, antiguas y a válvulas, para nosotros, increíblemente buenas.

¡ran pun pun pun tich!

Sol M

El sonido comenzaba y Marité, nos excitaba con su belleza desplegada sin desparpajo, con el pelo al viento, los pechos insinuando, y para qué seguir hablando, era bella y tan adolescente como todos los varones, que hubiesen dado lo más preciado que tenían para lograr que ella los mire, o les proponga besarse, como lo hizo con el cabezón, o con el flaco u otros. Era libre, ella era libre; mientras pasaba el Comando Radioeléctrico por enésima vez, en la renoleta azul invención del gobierno, en contra de sus fantasmas subversivos y cuyo temible jefe, solo vivía a tres cuadras de la libertad.

¡Pin, pan puf!

Sol, mi m, la m

Juan había llegado, antes lo había hecho yo, solía pasar eso, poseía inmunidad diplomática para ingresar al país Irreal. La ventana se abría un poco, y saltaba el balcón. Antes que comenzaran, me sentaba en el sofá marrón de cuero desgastado por el uso y el tiempo. Entraba ahí y todo parecía Irreal. A Juan lo tenía frente a mí, a tan solo cincuenta centímetros, y yo recostado, para que entremos todos y no me pidan que me vaya. El Topo, le pegaba con toda las ganas a los parches y Juan conducía el ensayo, con seguridad y escasas palabras. Mientras observaba algunos tonos desconocidos por mí.

¡Chin tan puf!

Do 7

Un halo mágico, nos protegía del mundo hostil, de los fantasmas de los adultos. A la abuela de Marcelo, su pronunciada sordera, la ponía distante, de lo que para ella, habría sido ruidos insoportables. Al que no protegía, era al señor del kiosco, que le solíamos robar la pierna ortopédica, cuando la dejaba al lado de su silla y salía presuroso atender con sus muletas, escondiéndolas, haciéndolo renegar, era simplemente un juego, nosotros nos divertíamos y él por un instante, se apartaba de la monotonía de su comercio.

¡Tun turun tuntu!

Si m7

¡A guardar todo, que esta noche tocamos! y vos que escuchás los ensayos, te quiero aquí ayudando, a cargar los equipos, con una sonrisa cómplice Juan me hablaba. Los chicos del banco, que habían desaparecido al abrir las persianas, colgaban del balcón de esa antigua casa…

¡El mundo se había transformado en Irreal!

mciani.psi@gmail.com