Desde Barcelona
UNO De un tiempo a esta parte, Rodríguez experimenta el placer no de llegar tarde a todas las cosas pero sí el de que ya no le preocupe tanto llegar a ellas primero y a primera hora. Adiós a esa necesidad de estar a la última para no estar de últimas. Hola, en todo caso, al esperar a que todo aquello de lo que uno corría detrás ahora te alcance por la inercia del avanzar propio y del retroceder o lentificarse ajeno. Así, recién hace unos pocos días Rodríguez fue a ver la nueva pero ya próxima a no serlo de Spider-Man. La de animación. La de Into the Spider-Verse.Lo que le llevó –y lleva aquí esa tan compleja como funcional idea de los multiversos (para que quepa todo lo que jamás entraría en una única dimensión) a una suerte de paroxismo orgásmico-electroshockeante y, finalmente, tan disfrutable. A los pocos minutos de comenzada la película, Rodríguez siente como si finalmente le hubiese hecho efecto aquel ácido lisérgico que no le pegó en los años noventa, en uno de esos festivales donde uno iba a cualquier cosa menos a escuchar bandas y grupos sonando a lo largo y ancho de sus quince minutos de fama. Pero lo más importante de todo: allí, en esa pantalla –donde bailan el twist y hacen pogo colores estridentes y fondos desenfadados y Spider-Man se multiplica sobre sí mismo en múltiples personalidades (incluyendo a un Spider-Ham/Peter Porker de aspecto porcino producto de una travesura de los chicos de la Marvel que, por supuesto, resultó comercialmente feliz– se propone, apenas subliminalmente, el verdadero atractivo de estas cuestiones. Lo que supo antes que nadie Philip K. Dick y lo que sabe después de todo Haruki Murakami. Lo de la inquietante idea de que lejos de aquí –pero apenas a partículas sub-atómicas de distancia separando, como una delgada membrana, a un pliegue dimensional de otro– las cosas pueden ser diferentes para algún avatar-clon-doble-alternativa propia y sin necesidad de andar mintiendo en Instagram. La consoladora creencia de que la vida, la verdadera vida, está en otra parte y que, sí, es una vida mejor.
DOS Así, Rodríguez salió del cine mareado por tanto caos y vértigo y acción centrifugante para comprobar, pasmado, que en realidad lo que proponía Into the Spider-Verse no era algo tan caótico como parecía y que –de sentirse uno desorientado– ahí estaba la exhaustiva entrada casi sin salida en la Wikipedia para ordenar todos los diferentes posibles niveles de existencia en Marvelandia. De regreso en casa y frente a los telediarios de la noche, todo fue angustia con más gemidos suspiran que onomatopeya pop: la supuesta realidad en la que vivía y respiraba –Rodríguez tuvo súbita conciencia de ello– también estaba quebrada en diferentes planos de vivencia que no dejaban de fundirse unos con otros. Y se mezclaban mal y el color que producían eran variaciones de gris que hacía mucho ruido blanco mientras el canal Cuatro anunciaba que prescindiría por primera vez en la historia catódica de España de los noticieros porque había que responder a las demandas de los televidentes –o algo por el estilo– que, se sabe, de un tiempo a esta parte se enteran de las novedades planetarias en base a breves despachos cortesía de plataformas informáticas que comercian con sus datos.
TRES Así, de pronto, desaparecieron los canales que Rodríguez tenía contratados en su servicio de t.v. por cable y así entró en una de las más crueles cosmogonías posibles. Allí donde ni Dr. Strange o el Silver Surfer se atreven a vagar: el servicio telefónico de reparación/contratación de Movistar/Telefónica. Rodríguez está seguro de que los usuarios de la plataforma tienen un círculo del infierno reservado para ellos. El problema es que a ese mismo círculo también van los comerciales/operario/técnicos de la empresa para hacerles compañía en una de las relaciones más sadomasoquistas y pasivo-agresivas de las que se tenga noticia. Obligando a repetir siempre lo mismo, una y otra vez –como en un loop de la marmota cruzado con tormento oriental– a seres de una gentileza un tanto zombie que hacen promesas con voz meliflua que –saben ellos y saben los usuarios– no podrán cumplir. De tanto en tanto (Rodríguez lo reconoce aquí y va aquí su agradecimiento y homenaje) se cruza con personas que parecen sensatas y preocupadas por los desmanes de la empresa para la que trabajan (Rodríguez no incluirá aquí sus nombres para no comprometerlos; ellos y ellas saben quiénes son). Profesionales –que en otra vida se habrían dedicado a la desinteresada cura de leprosos o a la alfabetización de mapaches parlantes o a ofrecer servicios turísticos en la Venezuela de aquí y ahora– en el aguantar a seres cada vez más desesperados (como Rodríguez) aullando a sus pantallas menguantes. En resumen: Rodríguez se quedó sin los canales de series y de cine de estreno y de Netflix (esa especie de loop que parece generar cientos de propuestas cada día, como no hace mucho parodió un gran sketch de Saturday Night Live, otro de los programas que Rodríguez ya no puede ver) y que para él eran parte de su felicidad de pisito de neo-soltero. Rodríguez tampoco pudo ver el tan mentado y discutido (es idea suyo o todo parece cada vez ser más trascendente aunque por menos tiempo) Bandersnatch de Black Mirror que va un poco de lo mismo: de elige tu propia desventura. Y, desde entonces, Rodríguez se/sí ha visto más bien limitado a los canales de clásicos (vuelve a ver la multidimensional 2001: A Space Odyssey y todo sigue allí muy bien y tan insuperable como siempre) y a internarse más que de costumbre en los fragmentos y pedazos del aquí absoluto que son los canales “de aire” cada vez más asfixiantes y tóxicos.
CUATRO Allí, todos estos días y noches, lo mismo de siempre: el morbo-rating y la excitación por transmitir durante días hasta el más mínimo centímetro del rescate del pequeño Julen (niño que, como Alicia, cayó en un pozo pero sin encontrar otro país maravilloso allí abajo sino la predecible muerte en este país); la nueva “regeneración” del Partido Popular con el retorno de Aznar y los ultraderechistas de Vox (que de nuevos no tienen nada y mucho menos en esa Andalucía de toreros y vírgenes y folclóricas faranduleras) respirando en la nuca al joven Casado cada vez más parecido a Anakin Skywalker; las marchas y contramarchas del Brexit (que, leyó Rodríguez, ya tienen serie de televisión que no puede ver); los debates por el subtitulado a esa correcta película de Cuarón que (junto a la última maravilla de los hermanos Coen) fue lo último que llegó a ver Rodríguez antes de ese eclipse; los múltiples posibles destinos del cadáver cada vez más caliente de un tal Francisco Franco; La Cruda de Puigdemont & Co. Como nueva marca para marcar territorio a independizar como sea y con/sin quien sea; Trump cada vez más parecido a un Thanos pero sin nada del lirismo del ecualizador eugenésico-eutanásico; el boomerang en la cara de Podemos quien –luego de años de andar regalando jocosamente packs de Juegos de Tronos a sus rivales para que aprendan como son sus miserias– implosiona y se hace pedazos en una vorágine de batallas entre los alguna vez coleguitas universitarios que invitaban al alumnado a pararse sobre los pupitres para ver el mundo de manera diferente pero en realidad compitiendo para ver cuál de los maestros salía más alto en la foto de puro grupo ¿Qué tienen todos ellos, tan supuestamente diferentes, en común? Fácil de responder y complejo de comprender: todos se creen el núcleo absoluto e indivisible del centro de sus respectivos universos. Después –last but not least– los pronósticos apocalíptico-meteorológicos de la eterna y cíclica “ola de frío” que, al llegar, nunca es para tanto. O –como Rodríguez le oyó decir muy bien dicho a un anciano en el metro– “A eso que le dicen ‘ola de frío’ en mis tiempos se le llamaba invierno”. Pues sí, pues eso. Hay otros multiversos. El problema es que están en éste. Y, en él, Rodríguez se siente cada vez más como un cerdo rumbo al matadero y, hey, ya es hora de volver a llamar a los matarifes de Movistar/Telefónica. Porque si hay que morir vivir veces, al menos que sea con la ilusión de un remoto control de una vida que no se puede cambiar como si fuera de canal pero en la cual, al menos, sí se puedan cambiar canales. Muchos. Cada vez más. Por favor. Devuélvanselos a Rodríguez. Los necesita para irse siguiendo aquí.