El gobierno que hoy tiene Brasil es resultado directo de los mecanismos montados para ganar las elecciones, que contaron con todo tipo de ilegalidad e inmoralidad y tuvieron cobertura del Poder Judicial y de los medios. Nadie tiene ahora el derecho de sorprenderse con el presidente elegido, ya sea porque sus declaraciones exhibían claramente de quien se trataba, o porque los vínculos de él y de sus hijos eran conocidos, o porque su falta de preparación para una funcion publica era evidente.
Pero fue el candidato que le quedó a la derecha, después de la debacle del PSDB y de la incapacidad de articular un candidato por fuera de la política tradicional, como el juez Joaquim Barbosa o el presentador de TV Luciano Huck. La radicalización de los sectores de clase media desde 2013, sobre todo en la campaña de desestabilización del gobierno de Dilma Rousseff, llevó a que la candidatura de Bolsonaro fuera la única de la derecha con cierto caudal de votos.
Aun así, Bolsonaro hubiera perdido las elecciones en primera vuelta frente a Lula y en segunda frente Haddad, si no hubiese sido impedida la candidatura del ex presidente de forma arbitraria y si no hubiera existido una monstruosa operación de fake news y robots: ambos aspectos cambiaron la campaña electoral y terminaron por definir el resultado. Un presidente elegido por las fake news se volvió un fake president.
Bastaron pocos días para que todos se dieran cuenta de que Bolsonaro no tiene las mínimas condiciones para asumir el cargo. Su pánico frente a cualquier entrevista que no sea hecha por sus adeptos o de cualquier debate público revelan su falta de preparación para enfrentar situaciones en las tiene que defender sus posiciones, responder a preguntas, expresar su pensamiento.
Pero ahora, después de haberse prestado a impedir la victoria del PT y de armar el gobierno, que tiene como ejes los militares, el ministro de economía ultraneoliberal y el juez Moro, él ya no tiene utilidad. Al contrario, su torpeza se vuelve un obstáculo. Y la derecha busca alguna forma de sustituirlo, porque el blindaje institucional está garantizado con el vicepresidente, un militar de confianza de la derecha.
Se cerraría así la operación de la guerra híbrida de reapropiación del Estado y del gobierno. Un fake president fue utilizado para esa operación, confirmando la afirmación de Gramsci de que si la derecha no tiene partido, se vale de distintas fuerzas y liderazgos, según las circunstancias. La derecha brasileña se ha valido de las Fuerzas Armadas durante la dictadura, de Collor y de Cardoso en la era neoliberal, y de Temer y Bolsonaro en el régimen de excepción.
Tratan de blindar el poder, para intentar impedir que la izquierda pueda volver a elegir a un presidente que dirija los intereses de las elites dominantes. El llamado a los militares vuelve a ser un elemento estructural de la derecha, cuando se han agotado los partidos y los liderazgos tradicionales. El final del PSDB como partido que había representado la alternativa neoliberal obligó a la judicialización de la política para sacar a Lula y al PT de una disputa democrática.
Hoy día la prisión de Lula es condición de supervivencia del Estado de excepción. El único líder político con credibilidad y prestigio, que ha circulado por todo el país diciéndole al pueblo lo que realmente pasa en Brasil, recordando que el pueblo ha vivido un tiempo mejor, las razones y los medios por los cuales vuelve a sufrir la miseria, el hambre, el desempleo, el desamparo, es fatal para este gobierno y este esquema de poder. Un gobierno que no tiene qué ofrecer al país, salvo discursos efímeros de efectos ilusorios, que sirven para ganar elecciones, pero no bastan para gobernar un país.
La izquierda tiene que mejorar sus formas de acción jurídica y de Internet, que finalmente se han vuelto las instancias decisivas para la victoria electoral de la derecha. Es cierto que son espacios de acción difíciles porque el Poder Judicial se ha revelado aun con algunas excepciones como un instrumento sólido de implantación del régimen de excepción y de persecución política de la izquierda. Es cierto también que la izquierda no puede apelar a fake news, por cuestiones de principio.
La vía democrática es la única posible de la izquierda, que tiene que pelear incesantemente por ensancharla, por valerse de los espacios existentes y, a partir de ahí, ampliar los niveles posibles de acción. Se tiene que encontrar los medios de retomar las luchas en el plano judicial de forma más eficiente, empezando por contestar el discurso de jueces que consideran que realmente están combatiendo a la corrupción. Así como encontrar nuevas y más eficientes formas de acción en la estrategia de las comunicaciones, en particular de Internet, que permitan neutralizar a las nuevas formas de operación de la derecha, y expandir las formas de difusión de las tesis democráticas y de defensa de los derechos de todos.