Hace muchos años, una periodista chilena a la que había conocido en esos días en un talle, me contó una historia de su infancia que me impactó mucho. Sus padres habían sido perseguidos políticos. Desde que la escuché supe que quería escribir algo sobre eso. El cuento, tal como quedó, no es un calco de la historia de Javiera –desde aquellos días, mi amiga entrañable del otro lado de la cordillera–, pero se armó en base a la estructura de su relato. Le sumé muchos otros elementos, fragmentos de historias que escuché o imaginé a partir de haber vivido una infancia en dictadura. 

En la historia que me contó Javiera había tres mujeres: dos adultas y una niña. Y mantuve esa tríada. Lo escribí hace mucho, cuando mi hijo era bebé. A la hora de nombrar a la amiga de la madre de la niña que narra, pensé en una militante tratando de sobrevivir en la clandestinidad. Pensé en Laura Carlotto y llamé Laura a esa amiga. En aquel momento, yo conocía retazos de la historia de la hija de Estela Barnes de Carlotto, de haberla leído o escuchado en entrevistas que le hacían como presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. Mientras escribía “La canasta mágica” yo no tenía la menor idea de que tiempo después iba a hacer un libro de no ficción sobre la vida de Laura o cómo una hija parió a una madre. Las vueltas de la vida hicieron que Vida y militancia de Laura Carlotto se publicara antes que este cuento, incluido en El mundo no necesita más canciones (2017, La Parte Maldita).

A la distancia, “La canasta mágica” es un relato donde creo que se mezclaron, más allá de lo que se narra, muchas cosas. Algo que Javiera, después de leerlo, llama “una pequeña anécdota perdida en el tiempo”, la historia, las historias, la memoria, los vínculos, la literatura y la vida. Ciertos hechos a los que me he acercado desde el periodismo, el significado que les imprime la literatura. Algunos de los temas que me rondan, a los que vuelvo.