Uno. Parafraseando a Roland Barthes: El discurso presidencial es hoy de una extrema y alegre comunión. Unido intrínsecamente al poder y alejado -en general- del buen uso de sus mecanismos (los del poder y los del discurso), el discurso presidencial se encuentra, entonces arrastrado al propio centro de la comunidad y no le queda más que ser el discurso de una negación. El lugar de alguien que habla para sí mismo, exteriorizando su monólogo interior. Constituye más bien un retrato. La distancia que existe entre el discurso y el buen uso de sus mecanismos, si se mira con candidez, se conforma con retazos (figuras). La palabra no debe entenderse en su sentido retórico, sino en sentido gimnástico, coreográfico. El cuerpo suspendido en in-acción. No el cuerpo de un atleta, ni el de un danzarín, ni mucho menos el cuerpo social. Es el cuerpo de un niño. Las figuras surgen en la cabeza del sujeto presidencial sin ningún orden, puesto que dependen de un caos -interior y exterior-. En cada uno de estos incidentes, el presidente extrae de la reserva de figuras las exhortaciones de su imaginación.

Es pues, el presidente el que habla y dice:

"El mar es enorme y el submarino pequeño".

Se abisma el sujeto presidencial, anonadado por la profundidad del océano y la metáfora sartreana de la inmensidad y la finitud. Su discurso se pretende abisal, pero es apenas pelágico. Se incomprende al encontrarse a sí mismo en la contradicción de no descansar hasta finalizar una tarea -que harán otros- y las prolongadas y sucesivas holganzas. Dice Sartre: "¿El abismo -marino- no es más que un aniquilamiento oportuno? Enmascaro mi duelo en una huida, me diluyo, me desvanezco para escapar."

"Argentina tiene muchas atractividades".

Al no conseguir nombrar la singularidad de su deseo por el ser presidido, el sujeto presidente desemboca en esta palabra un poco tonta: ¡atractividad! Dice, aproximadamente, Diderot: "Un hermoso día de setiembre salí a hacer mis compras. Argentina estaba adorable; esa mañana… etc". Una multitud de percepciones vienen a formar bruscamente una impresión deslumbrante. El clima, las calles, los brotes verdes, las sociedades off-shore, TN, todo el país está a mi disposición. Olvido todo lo real que, en Argentina, excede a su encanto: la historia, el trabajo, las paritarias, los jubilados, la pobreza.

"Lo peor ya pasó".

Como un señuelo, el sujeto presidente dice lo que cree que debe decir, aunque no lo crea ni él mismo. El discurso presidencial es un discurso a puertas cerradas de cualquier salida, una colección de palabras que embellecen lo que se sabe atroz para evitar cualquier salida posible. El pasado y el futuro anulados por ese ser verbal que es el discurso, un monstruo de Frankenstein construido con los fragmentos que interesan. Un brazo de esto, una pierna de aquello. El monstruo es un remedo de la vida. El discurso presidencial es un remedo de lo real.

Dos. Una ficción, cualquier ficción, está vinculada a la idea de mimesis, copia, imitación. La realidad, suele escuchársele a Marcelo Scalona, copia a la ficción, es decir que habría una suerte de mímesis inversa o contra mímesis, una triquiñuela que subvierte el orden académico de los conceptos. Personalmente, prefiero pensar que la realidad supera a la ficción, la agranda, la exagera -si escribiera una novela contando exactamente lo que le ocurre a alguien, estoy seguro que ese relato sería increíble-

El artificio se completa con una suerte de pleonasmo o de hipérbole.

Tres. Pienso inevitablemente en esas distopías bellamente inquietantes e intento un juego acrobático. Si hemos sido capaces de pensar Farenheit, 1984, el hombre en el castillo, en Frankenstein y su creatura, ¿cuál será, entonces la pesadilla que nos espera a la vuelta de lo real? Pienso ahora, inevitablemente en otra pesadilla aun peor. Pienso en "para esta noche". Creo, pienso, digo, escribo -me dejo llevar por la fe poética de lo anteriormente escrito- en esta sociedad asfixiante, siempre al límite de la revolución que no se concreta, y en ese dejarse llevar por la corriente que me deposita en la orilla rubia de los noticieros, los que piden en la vereda, los que buscan en la basura, en mi propia heladera. Pienso en la clausura simbólica de la república, en su venta no tan simbólica, en el sutil corrimiento del lenguaje, en el no tan sutil corrimiento de la historia y sus símbolos, en la transferencia de recursos, la persecución ideológica, los argumentos banales que justifican achicar el estado, excepto, claro en el ítem monopolio de la violencia.

Cuatro. Entonces, si Onetti, el áspero, el que no da concesiones, el escritor de la derrota melancólica, certera y violenta fue capaz de soñar esta atmosfera, ¿cuál será la oscura epifanía que nos espera? El sujeto sucede a partir y a través del discurso, al hacer uso del lenguaje. Hay un otro que escucha para que se establezca algo similar a la comunicación y entonces el lenguaje, es decir, el sujeto, tenga cierto sentido. Habrá que escribir cartas, canciones y poemas de amor para refutar la pesadilla.

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