En uno de los talleres del Pucará de Tilcara, casi a nivel superficial, fueron hallados los restos de una mujer de alta jerarquía social. La mujer fue localizada en 2016 pero exhibida al público de manera reciente. Conocido como uno de los grandes atractivos turísticos del norte argentino y, también, como un espacio de memoria y producción de conocimiento administrado por la UBA, el Pucará se encuentra en el centro de la Quebrada de Humahuaca. Fue construido en el siglo XII por las poblaciones nativas y alcanzó su auge durante la dominación incaica tres siglos más tarde y su posterior deceso con la conquista española. Ubicado a 2400 metros de altura, con una extensión de 18 hectáreas, se forjó como uno de los tantos centros administrativos, políticos y religiosos del maravilloso imperio con sede en Cuzco, y el emplazamiento de sus talleres característicos devino en un polo productivo de artesanías, cerámicas y tejidos. Allí trabajó la responsable del descubrimiento, Clarisa Otero, arqueóloga del Conicet en el Instituto de Ecorregiones Andinas. En diálogo con Páginai12, ella explica por qué el hallazgo es relevante a diferencia de experiencias pasadas; describe el modo en que permite la reconstrucción de prácticas funerarias prehispánicas; y explica de qué manera revisar la historia puede ser útil para que la ciudadanía aprenda a valorar el patrimonio cultural.
–¿Qué características tienen los restos óseos que hallaron?
–Sabemos que falleció en el período hispano-indígena, en un contexto signado por los reiterados intentos malogrados de los españoles por colonizar esa zona. Lo cierto es que no conseguían penetrar en la Quebrada de Humahuaca, convertida en un espacio de contención y refugio ante la caída del imperio incaico. Hasta la fundación de San Salvador de Jujuy en 1593 era prácticamente invulnerable. Se trata de los restos de una mujer de aproximadamente 30 años y que habitó la zona en el siglo XVI. Es un esqueleto muy bien conservado que apareció a tan solo 30 cm de la superficie en uno de los recintos del Pucará, próximo a la pirámide, el sector más elevado.
–Su equipo realizó otros hallazgos. ¿Qué tiene de especial éste?
–Lo llamativo es que nosotros ya no excavamos entierros, sobre todo por la sensibilidad de las poblaciones indígenas y el respeto hacia sus costumbres funerarias y sus ancestros. Hace dos años, cuando comenzamos, nos ocupábamos de estudiar la estructura de uno de los recintos para comprender cómo eran las tareas artesanales durante la dominación incaica y para conocer qué trabajos realizaban los artesanos en esta región. Hallamos sus huesos en un escenario muy particular que, probablemente, había sido un taller de producción metalúrgica y de objetos en piedra. Como los insumos provenían desde diversas latitudes, el descubrimiento nos brindó pistas para reconstruir las rutas productivas incaicas desde Machu Picchu hasta el norte de nuestro país. Incluso, algunas herramientas y manufacturas se realizaban de la misma manera que en Cuzco.
–En su investigación propone que la mujer gozaba de cierto prestigio social. ¿En base a qué criterios pudieron comprobar ello?
–Realizamos varios estudios sobre sus huesos y concluimos que no posee marcas de trabajo forzado y tiene su dentadura completa (solo registra cuatro caries). También pudimos advertir que no afrontó un estrés nutricional, ya que la hambruna queda fijada en los dientes y en otras evidencias óseas que sus restos no mostraban. Por otra parte, pudimos percibir el prestigio social a partir de las ofrendas que rodeaban al esqueleto: piezas cerámicas que no eran locales, una placa de oro y plata y cuentas turquesas provenientes del norte de Chile. Logramos saber que había estado envuelta en fardos funerarios –esto es, en un tejido de lana fina de vicuña de muy buena calidad– y en su interior tenía incorporados huesos de animales: una mandíbula de un cuis (roedor que servía de alimento pero también simbolizaba la fertilidad) y una pata de un lagarto, ambas especies traídas desde otras latitudes correspondientes a la gran extensión que ocupaba el Tahuantinsuyo, el territorio inca. En los Andes, las mujeres eran muy respetadas no sólo por la crianza y su rol como madres, sino también porque protagonizaban las discusiones públicas y las decisiones locales. Hoy, en algunos sectores andinos, siguen siendo consideradas de ese modo y son las que llevan adelante la economía familiar.
–Recibió ofrendas de diversas latitudes por su jerarquía pero, además, porque no había nacido en la quebrada. ¿Cómo pudieron saber esto?
–A partir de los análisis de estroncio que se realizaron sobre una de sus muelas y en una costilla. Nació en otro lugar que todavía no logramos identificar y llegó a Tilcara cuando comenzaba su adolescencia. Gracias al trabajo interdisciplinario y, sobre todo, al de los entomólogos forenses pudimos confirmar que la mujer no había estado enterrada. Localizamos un montón de pupas de moscas, con lo cual confirmamos que los insectos se alimentaron de un cadáver prácticamente expuesto y realizaron allí mismo todo su ciclo vital. Como había gozado de cierta jerarquía, fue colocada en un lugar específico y a la vista de todos los habitantes del Pucará.
–El trabajo interdisciplinario siempre da buen resultado.
–Trabajamos con Néstor Centeno, un prestigioso entomólogo forense de la Universidad Nacional de Quilmes, pero también con otros especialistas que nos ayudaron a armar la escena funeraria completa y los orígenes de las ofrendas. Por ejemplo, el herpetólogo nos dijo de dónde provenía el lagarto; una analista de metales nos dio información acerca de la aleación de oro y plata; los geólogos del grupo determinaron el sitio al que pertenecían las rocas; los paleontólogos estudiaron las características de la mandíbula del roedor; la palinóloga nos confirmó que el ritual de colocación del cuerpo fue acompañado por flores de laurel; los antropólogos examinaron los rasgos humanos y nos dieron precisiones sobre sus características; y los informáticos hicieron una reconstrucción 3D que nos vino muy bien para visualizar cómo, de manera hipotética, podría haber sido la mujer realmente. Todo esto demuestra el valor de la ciencia argentina y de nuestros investigadores que, desafortunadamente, se han acostumbrado a trabajar con pocos recursos, en medio de ajustes y retrocesos constantes.
–Al esqueleto le faltaba una de las tibias, un detalle que la investigación señaló como importante.
–El cuerpo fue colocado en cuclillas pero cuando ya se descarnó y perdió todos sus tejidos blandos, los habitantes retiraron la tibia. Esto es parte de un proceso muy sostenido de ofrendas que realizaban las personas de la región. Seguramente, los restos recibieron alimentos y chicha (bebida a base de maíz y cereales), y retiraron la tibia con el objetivo de ser ofrendada en otro rito ya que representaba una verdadera distinción honorífica. La manipulación de huesos se observa en toda la localidad, con otros entierros de mayor y menor relevancia social.
–¿El hallazgo puede proporcionar pistas para reconstruir las costumbres funerarias de las poblaciones precolombinas en el norte argentino?
–Sí, nos ayuda a rearmar el mapa de las costumbres y las tradiciones funerarias de los andes. Los difuntos continuaban participando de la vida cotidiana y ceremonias, se los “alimentaba” y “bebían”, así como también tenían protagonismo en el proceso de toma de decisiones políticas y económicas. De hecho, el fenómeno de separar a los muertos y confinarlos en instituciones exclusivas como son los cementerios se vincula con un fenómeno urbano y moderno. En la actualidad, ciertas tradiciones se conservan. Por ejemplo, están el “Día de las Almas” –fecha especial en la que, según se cree, el difunto regresa al mundo terrenal– y el culto de “Las Ñatitas”, celebrado por algunas comunidades bolivianas en la que se conservan y exponen los cráneos de los abuelos y demás antepasados.
–¿Por qué es importante revisar la historia en esta región del continente?
–Porque demuestra la eficacia del trabajo interdisciplinario y, además, nos permite dar cuenta de cómo se produjeron los procesos de resistencia de las poblaciones prehispánicas antes de la llegada del invasor y el rol qué cumplió la Quebrada de Humahuaca. Reconstruir el pasado nos permite valorar de otra manera nuestro patrimonio, reafirmar las identidades locales y también, por qué no, promover el turismo arqueológico, siempre y cuando las comunidades estén de acuerdo.