Aunque no lo dice, Nicolás Vázquez es un militante de la comedia. El actor que debutó a los veinte años en RRDT y luego formó parte de ciclos televisivos como Verano del 98, Calientes, Son amores, ¿Quién es el jefe?, Alma pirata, Casi ángeles, Mis amigos de siempre y Solamente vos reivindica a ese género que siempre fue mirado de reojo por vaya a saber qué establishment cultural. Su defensa por el género que busca hacer reír a la platea no es sólo declamativa, sino que también la plasma en hechos concretos: como productor y protagonista de Una semana nada más, la obra que de jueves a domingo se presenta en el Teatro El Nacional (Corrientes 960), Vázquez le imprime a la comedia un sello de calidad que no siempre tuvo. “Así como en un momento estaba de moda la firma de Neil Simon, con puertas de decorado que se abrían y se cerraban, hoy creo que la comedia teatral argentina debe renovarse”, le cuenta el actor a PáginaI12.

Esa concepción de hacer de la comedia un género que esté a la altura de su tiempo es la que, tal vez, explique el fenómeno que en este verano envuelve a Una semana nada más, que desde su estreno encabeza las recaudaciones en la cartelera porteña. La obra que Vázquez protagoniza junto a Benjamín Rojas y Florencia Vigna ya es el suceso teatral de la temporada, al punto que en una plaza en la que la crisis económica se hace sentir, tuvo el privilegio de colgar el cartel de “no hay más localidades” en todas sus funciones. Una comedia ágil, de esas que disparan la carcajada sin pedir permiso.

–Una semana nada más tiende puentes con El otro lado de la cama, la anterior obra que produjo y protagonizó. Aborda la complejidad que encierran las relaciones de pareja... ¿Por qué esa búsqueda?

–Es una decisión artística. Uno es aquello que hace y que disfruta. Quería encontrar una obra que tuviera la misma energía de El otro lado... Había trabajado con Clément Michel como director con El canasto, la obra en la que estaba mi hermano, y me topé con esta que tiene una temática simple y universal. Cuando la encontré empecé a trabajar, primero en soledad, y luego con Adrián Suar y Paul Kirzner, para luego terminar de adaptarla con Mariano Demaría. Me encanta trabajar las cosas artesanalmente y participar de todo. No voy a mentir: en el medio de los ensayos me agarró un poco de inseguridad, que creo que estaba más ligado al éxito que fue El otro lado... que a la creencia de no estar haciendo bien las cosas. Nada bueno puede salir sin trabajo. 

–¿Cuándo un comediante se da cuenta de que la obra está lista para estrenarse?

–No sé la fórmula. A mí lo que me pasó es que a poco más de una semana de estrenar, estábamos ensayando y en un momento me saqué, le pedí disculpas a mis compañeros y les dije que ya necesitaba el público, necesitaba el otro tempo que te marca el pulso de la comedia. La comedia en teatro necesita de la platea para completarse. El público acomoda a la comedia. El guión de comedia suele ser una guía que termina de convertirse en obra cuando el público se ríe. El buen comediante es el que visualiza al público sin tenerlo. Y hay un tipo de comedia en el que me siento cómodo. No soy muy consciente de esa cualidad cuando lo hago. Pero sí soy muy rompehuevos con los detalles. Una milésima de segundo puede convertir un buen gag en uno malo. Me autocorrijo mucho. En las comedias como Una semana... no podés pifiar. Soy de castigarme cuando me apuro en un remate. El error es parte de la vida pero tenemos que esforzarnos para que no se repita. Me gusta que todo funcione bien.

–¿Y esa autoexigencia te impide disfrutar del trabajo?

–Noooo, disfruto. Supongo que porque también trabajo para que todo salga como debe salir. No creo que haya tanta gente que disfrute como yo mi trabajo. Soy muy feliz arriba del escenario. Es de los lugares en los que me siento feliz. Diría que el escenario es el lugar en el que me olvido de todo, en donde me puedo ocupar de mí y también puedo disfrutar del otro. Ver a Benja (Rojas) sacar una carcajada al público me llena de energía, verla a Florencia (Vigna) dar sus primeros pasos me alegra... 

–¿Qué significa que en el escenario es uno de los pocos lugares en los que te podés “ocupar” de vos?

–Estoy trabajando el poder disfrutarme a mí mismo. Viví mucho tiempo pensando más en los demás que en mí. La vida me puso en ese lugar. Me tocó una familia de mucha lucha. Tuve que ayudar a mis viejos en lo económico desde muy pendejo, hoy me toca hacerlo desde lo emocional (N. de la R: hace poco más de dos años murió su hermano menor Santiago, por muerte natural). La vida me hizo madurar más rápido que cualquier otro chico de mi edad. A los 19 años ya ayudaba económicamente a mi familia. Mi preocupación por los otros no tiene que ver con mi ego. Siempre fui muy cariñoso. Me hubiera gustado que no me tocara el lugar que me tocó. Pero no me victimizo. Soy un privilegiado en muchos aspectos. 

–¿En cuáles?

–En hacer reír, por ejemplo. La risa es uno de los medicamentos más importantes que existen en el mundo. No tengo dudas que la risa sana. La risa hace bien al que ríe pero también al que la escucha. Siento un privilegio muy grande de poder trabajar de esto. Me encanta actuar, pero hacer reír no tiene comparación. Yo le debo mucho a la risa. Creo que todos. El humor puede ser más salvador que cualquier medicina. Por más que hay estados de ánimo que hay que atravesarlos. No somos Patch Adams ni vivimos todo el tiempo haciendo chistes. No sería lógico y mucho menos real. 

–Si el teatro es transformador, ¿la risa también lo es?

–Sin dudas. El otro día una señora me abrazaba en la puerta del teatro, con mucha alegría, y me decía que hacía cuatro meses que no salía de su casa porque estaba sufriendo de ataques de pánico. Me contó que su marido, sin avisarle, sacó la entrada para ver la obra y la obligó a venir. “Y no sólo estoy hablando con vos acá, en la calle, sino que ahora tampoco quiero volver a mi casa y deseo ir a comer algo con mi marido”, me dijo. Esas cosas son muy emocionantes. El teatro es transformador, pero la comedia es liberadora.

–Es interesante lo que decís, porque por lo general siempre se relaciona la posibilidad transformadora del arte con lo dramático y no tanto con la comedia.

–Jim Carrey no ganó un Oscar, Ben Stiller no ganó un Oscar, Adam Sandler no ganó un Oscar, Steve Carell tampoco... La comedia siempre fue menospreciada. Es difícil entenderlo. En Argentina, sin ir más lejos, en los premios ACE –que son junto con los Trinidad Guevara las distinciones más importantes que tiene el teatro nacional– hay categoría a “actriz dramática”, a “actor dramático”, pero en el caso de la comedia “actor y actriz” comparten terna. ¿Por qué? ¿Porque es “más fácil”? ¿Porque es un género “menor”? La comedia no es reconocida como se debe. Es muy complejo hacer reír. La mirada despectiva hacia la comedia es injusta. Y además  desprestigia el trabajo del actor o la actriz que se para todos los días arriba de un escenario para hacer algo tan viejo como es la comedia. Me animo a desafiar a la carrera, incluso: creo que es muchísimo más complejo hacer reír que hacer drama. Con el amor que le tengo al drama y a los actores que transitan ese género, eh. Alberto Olmedo, Guillermo Francella, Adrián Suar, son grandes comediantes. Francella tuvo que hacer drama para ser reconocido. A Ricardo Darín le pasó lo mismo. Los actores de comedia somos más reconocidos por la gente que por el establishment.

–Algo que también se puede percibir con Una semana...  es que así como en el cine argentino la comedia argentina atravesó en los últimos años una renovación, algo similar empieza a suceder –aunque más lentamente– en el teatro. ¿La comedia argentina teatral necesita una nueva etapa?

–El teatro argentino tiene una cantera impresionante. La comedia teatral argentina está dando muestras de que no basta con un capocómico. Quiero que el público crea lo que pasa arriba del escenario, que se meta en la historia. Hay buenas comedias en el teatro comercial y en el independiente argentino. Valeria Ambrossio, Sofía González Gil, Mariano Demaría, son directores jóvenes que tienen otra cabeza. La comedia merece el mismo respeto que el drama. Y los primeros que tenemos que respetarnos somos los actores y las actrices. Tenemos que hacer que los productores de siempre empiecen a confiar en nuevos talentos y en nuevos lenguajes. Los que hoy tienen laureles alguna vez necesitaron que alguien confiara en ellos. Hay que abrir la cartelera teatral. Cuantas más producciones haya, mejor. Hay que perderle solemnidad al teatro. Creo en la experiencia, en lo que se cuenta, en lo que le pasa a uno y lo que le pasa a la gente. Si uno quiere hacer un drama y la gente se emociona, el trabajo está cumplido. Si lo que quisiste fue hacer reír y la platea se viene abajo de las carcajadas, el hecho teatral pasó.

–En tiempos de crisis económicas como la que está atravesando al Argentina, ¿la gente elige más la risa que el drama? ¿Hay una necesidad mayor de reírse?

–La risa ayuda a atravesar momentos sociales y personales. Que hoy las carteleras de las principales plazas estén encabezadas por comedia es un síntoma muy claro. Los primeros puestas son comedias y musicales. La gente busca entretenerse, olvidarse por un rato de los problemas cotidianos. Estaría bueno que todo mejore para que la gente pueda ver dos o tres obras por mes, y no dos o tres obras por año, si tienen suerte de conservar su trabajo. Lo que me parece también es que no hay que subestimar nunca al público. Si se va a pensar en hacer una comedia, hay que tener una buena escenografía, un guión pulido, gente talentosa arriba y abajo del escenario, dejar librada al azar sólo la contingencia... La experiencia teatral debe ser confortable desde que el público entra al teatro hasta que se retira. La calidad artística debe estar acompañada con la edilicia. Es mucho el esfuerzo que la gente hace para pagar una entrada al teatro. 

–¿Está ese esfuerzo permanentemente en su cabeza?

–Cada espectador tiene una historia atrás. No sabés si el tipo que está sentado resignó algo que necesita para pagar un entrada, si se endeudó para poder ir a verte, si está atravesando una enfermedad y necesita distraerse, si venir a ver la función representa mucho más que una simple salida al teatro... Soy muy consciente de eso como productor, y muy inconsciente durante la función. 

–La obra dialoga con su tiempo, en el sentido de que pone a la mujer en el centro de la escena. ¿Fue una búsqueda?

–Ya con El otro lado de la cama habíamos adaptado la obra en función de correr a la mujer del lugar de ser “propiedad” del hombre. La idea de producir esta nueva obra tenía que ver con esa misma idea. De hecho, el final de Una semana... no nos terminaba de convencer, porque era un epílogo efectivo dese la comedia, pero blando desde el mensaje. Entonces le dimos a la obra una vuelta de rosca interesante. Porque hasta cuando ves una comedia hay un mensaje detrás. Las comedias no son inocuas. Y parte de la renovación de la comedia está también en pensar un nuevo rol para la mujer. No es una búsqueda oportunista, sino necesaria para la comedia en estos tiempos. 

–¿Considera que la “revolución de las mujeres” llegó para quedarse?

–Me encanta que la mujer pueda pelear con tanta fuerza por sus derechos y que nosotros como hombres las podamos acompañar, las podamos entender y podamos aprender de ellas. Los hombres estamos desaprendiendo todo lo malaprendido durante tantas generaciones. Me gusta escuchar mucho a la mujer. Lo hice siempre. De hecho, he tenido charlas muchas más profundas con mi vieja que con mi viejo, que siempre fue mucho más introvertido. Desde pendejo siempre hablé de sexo, drogas y rock and roll con mi mamá. Por eso para mí no es nuevo. Tenemos que empezar a entender como sociedad que lo que está pasando es bueno, que la revolución de las mujeres es positiva. No podemos hacer más oídos sordos a los femicidios. Basta. Las mujeres que defienden sus derechos no están “hinchando las pelotas” como creen algunos. No. Están tratando de que no las maten más, de que nos las violen más, de que no les peguen más. Quiero un mundo mejor. Veo que las mujeres están logrando un montón de cosas, que están muy fuertes. la revolución femenina no es un cuestión partidaria. Es una necesidad social. Ojalá dentro de algunas décadas podamos recordar esta lucha desde una sociedad más igualitaria.