Desde Londres
La estrategia pro-Trump de Theresa May quedó sumergida en el caos del decreto que prohibe el ingreso a Estados Unidos de pasajeros de siete países musulmanes. Con el respaldo de más de un millón de firmas para que cancele la visita de estado de Donald Trump al Reino Unido, un amplio arco de diputados laboristas, nacionalistas escoceses, Liberal-demócratas y conservadores exigieron a la primera ministra que dé marcha atrás con la invitación oficial formulada el viernes pasado durante su reunión con el presidente norteamericano en Washington.
En un caldeadísimo debate en la Cámara de los Comunes el canciller Boris Johnson acusó a la oposición de “demonizar” a Trump y aseguró que May había obtenido garantías de que los británicos de origen musulmán podrían viajar sin problemas a los Estados Unidos. Como para remarcar el mismo punto, Downing Street indicó a la prensa británica que no daría marcha atrás porque la visita era esencial “para el interés nacional”. Confundiendo más aún una situación extremadamente volátil, la embajada estadounidense en Londres desmintió al canciller Johnson y señaló que los británicos que tengan doble nacionalidad con los siete países que figuran en la lista del decreto de Trump - Irán, Irak, Libia, Somalia, Sudán, Siria o Yemen, pero no Arabia Saudita, cuna de buena parte del jihadismo y primer productor petrolero mundial - tendrán la entrada prohibida a los Estados Unidos. Al final de la jornada, el Parlamento británico aprobó una moción de emergencia condenando la conducta de Trump como “discriminatoria”, que divide en vez de unir.
En 10 días de mandato, el flamante presidente está provocando el caos que insinuó su surrealista campaña electoral en este mundo que muchos llaman post-fáctico. Los “hechos alternativos” de Trump están provocando efectos muy concretos como muestran los seis musulmanes muertos y ocho heridos en el ataque a una mezquita en Quebec, Canadá (ver aparte), hecho que quedó irremediablemente atado a la xenofobia global que ha disparado el discurso incendiario de Trump.
Con casi 3 millones de musulmanes británicos, decenas de miles de personas de todas las edades, credos e ideologías (desde Trotskistas hasta monárquicos que quieren preservar a la Reina Isabel II de una cena de estado con Trump) desafiaron el gélido invierno británico en las principales ciudades el Reino Unido bajo el grito de “shame on May” (May deberías avergonzarte). Delante del portal enrejado que custodia la entrada a 10 Dowming Street una pareja con sendos “Fuck Trump” escritos en sus caras dijeron a la televisión británica que el ambiente de “absoluta negatividad creada por Trump es insoportable” y recordaron que el decreto llegó horas después de su reunión con la primer ministro y que el gobierno británico reivindicara la influencia “positiva” que ejercía sobre el presidente estadounidense.
El costo político para el gobierno de May es muy alto en un país con la memoria a flor de piel de la última vez que un primer ministro británico se casó con un presidente estadounidense en una estrategia globalmente rechazada: la aventura bélica de Irak. El problema de May es que una vez movida la ficha Trump, su margen político es estrecho y requerirá una habilidad diplomática que no parece abundar en estos momentos. A semanas de que se lancen las negociaciones para la separación del Reino Unido de la Unión Europea, Trump le ofrece a May algo que la primera ministra puede vender como la luz al final del túnel: un tratado bilateral de libre comercio. El gobierno británico apuesta a que esta luz refuerce la posición negociadora de May ante sus pares europeos, neutralice turbulencias en los mercados y dibuje un futuro menos desierto una vez que se llegue a un acuerdo con la UE (teóricamente en 2019).
A nivel icónico el gobierno británico quiere que la dupla Trump-May sea un exitoso “remake” de la que formaron en un contexto histórico bien diferente Ronald Reagan y Margaret Thatcher. El canciller Johnson no se amilanó ante un parlamento que trazó contínuos paralelos entre Trump, el nazismo y la política de “apaciguamiento” que siguió el Reino Unido hasta que la guerra y Winston Churchill los sacaron del ensueño. “Estoy de acuerdo con rechazar el prejuicio y el nacionalismo. Pero no estoy de acuerdo con las comparaciones que se han hecho contínuamente en este parlamento esta tarde entre el gobierno electo de nuestro más importante aliado y las tiranías barbáricas de los años 30. Estas comparaciones menoscaban el horror de los años 30 y trivializan el diálogo”, dijo Johnson.
Un diputado de su propia bancada conservadora le respondió evocando la frase de ese gran totem británico del siglo 20, Winston Churchill. “¿Es consciente el canciller que en un discurso de 1940 Winston Churchill dijo en referencia a los países que permanecieron neutrales en la guerra que todos esperamos que si damos a los otros como alimento de los cocodrilos, estos nos comerán recién al final?”, dijo el conservador Ben Howlett.
El torbellino Trump coincidió con la reunión que Theresa May mantuvo en la capital de Gales, Cardiff, con los líderes de Escocia, Irlanda del Norte y Gales para intentar apaciguarlos respecto a su estrategia negociadora por el Brexit. La primera ministra fue recibida por un centenera de personas que, bajo una lluvia torrencial, la abuchearon por su entente con Trump. En diálogo con el The Guardian la ministro primera de Escocia Nicola Sturgeon señaló que en su encuentro cara a cara con May le había dicho que todos entendían el deseo de tener una relación constructiva con Estados Unidos, pero que ésta se debía basar en valores morales. “Tenemos que ser claros respecto a cuáles son nuestros valores fundamentales. Mucha gente cree que prohibir el ingreso a un país en base a la fe que profesan es fundamentalmente equivocado y con toda probabilidad contraproducente en la guerra conuyta el extremismo y terrorismo”, dijo Sturgeon. No fue el único desacuerdo. Al igual que Gales e Irlanda del Norte, Sturgeon le advirtió a May que el actual Brexit que parece buscar con la Unión Europea es inaceptable. El desacuerdo por Trump sirvió para tensar mucho más la cuerda de un Reino Unido que se acerca a los tumbos a la negociación con la Unión Europea.