“Muchas veces vi la muerte de cerca”, dice a PáginaI12 Raquel Hartwig, con voz temblorosa. Tiene 33 años, es madre de cuatro hijos pequeños y vive en el barrio San Martín, en Comodoro Rivadavia, Chubut. Hace menos de dos semanas su esposo, José Nemesio Gallardo, le desfiguró la cara a golpes. Recién cuando ella le escupió en los ojos la sangre que inundaba su boca, él la soltó. “Ahora, cuando vuelva te emparejo”, le dijo el marido, amedrentándola con una pala, mientras ella seguía tendida en el piso. No fue la primera vez que recibía sus piñas ni sus insultos. Siempre los soportó en soledad, como tantas otras mujeres, fantasmas en hogares convertidos en salas de tortura. Ni sus amigas sabían. Por vergüenza, por temor a represalias, no se animaba a contarles, dice. Pero esta vez, pudo romper ese cerco de silencio. Y decidió que sería la última paliza. Lo denunció, como ya lo había hecho 8 veces antes, en la Comisaría de la Mujer. Y como siguió desprotegida resolvió publicar en Facebook las fotos de su rostro, deformado por moretones violáceos, como acción desesperada. A partir de esa difusión, empezó a tener algunas respuestas. Pero vive aterrada. “Es increíble que anden libres y nosotras presas”, dice Raquel y habla en plural, por las otras mujeres,  miles, que denuncian  violencia machista sin recibir ayuda oportuna del Estado y temen por sus vidas.

“Decidí publicar mis fotos porque si me pasa algo, nadie va a saber qué me pasó. Gallardo siempre me amenazó con hacerme desaparecer. Acá en la zona hay muchos cerros. Me decía que me iba a hacer desaparecer y que iba a decir que yo me había ido”, contó ayer la mujer a este diario. 

La última golpiza fue el jueves 19 de enero, en la casa que compartían, delante de los chicos. En cuanto pudo, fue hasta la Comisaría de la Mujer a hacer la denuncia. “Me dijeron que no había médico forense para constar las lesiones y que fuera al día siguiente a una salita de primeros auxilios. Pero como ese mismo día me descompuse, fui a la guardia del hospital regional. Ahí me dijeron que el forense estaba de vacaciones, que no solían llamarlo desde la comisaría. Llevé el certificado a la comisaría. Ya estaba la orden de exclusión y la prohibición de acercamiento a mi persona. Pero cuando lo fueron a notificar, Gallardo la rompió en la cara de los oficiales. Tuvo el privilegio de romperla. La policía dijo que recién después de notificarlo tres veces, lo pueden detener. Entonces me fui a la casa de mi suegra, con mucho miedo”, contó Raquel.

A su propia madre, Bonifacia Vargas, también la golpeó muchas veces, contó Raquel. El hostigamiento que recibió la joven llegó al punto de que el sábado 20, dos días después de molerla a trompadas, ya había puesto un inquilino en la casa familiar. “Estaba comiendo la comida que yo le había comprado a mis hijos. Mi suegra fue y lo pudo echar”. Pero a los pocos días, Gallardo mandó a su hermano, Julio, y se la vaciaron. “Se llevó todo, los tres lavarropas, la heladera, el freezer, los muebles, los colchones, hasta los juguetes de los chicos, sus bicicletas, incluso unos tomos de libros que yo les había comprado. Nunca lo vi leer ningún libro. Pero se los llevó igual. Hasta el documento de mi hija mayor y sus medicamentos para la psoriasis”, dijo. Raquel hizo la denuncia en la Séptima. Y algunos de sus eleobjetos pudieron recuperarse.

El domingo 21 finalmente decidió publicar en FB sus fotos. Y su historia empezó a replicarse. A partir de la difusión no solo sus amigas se enteraron. También sus vecinos. Ayer, la estaban ayudando a poner rejas y otras medidas de seguridad en su casa. Y la empezaron a tratar mejor en la policía. “La primera vez que fui a la Séptima, se burlaron de mí y no me quisieron tomar la denuncia. Me fui llorando”, recordó. 

El viernes en Comodoro Rivadavia se conoció el femicidio de Débora Martínez, de 28 años. Fue asesinada a golpes. Por el hecho quedó detenido su pareja, Néstor Aguilante, de 35 años, quien pretendió hacer pasar el crimen como consecuencia de un robo. “Yo podría haber estado en esa situación”, dice Raquel. Se le hace un nudo en la garganta. Solloza. Su primer marido falleció de leucemia. Con él tuvo una hija, que tiene 14 años. Con Gallardo empezaron a convivir hace 11 años. Tienen tres hijos, hoy de 10, 6 y 5 años. “A ellos también empezó a maltratarlos”, contó a PáginaI12. Se casaron hace dos años. La violencia, dice, empezó cuando quedó embarazada del mayor. “Primero fueron agresiones verbales, Insultos, no servís para nada, prostituta, puta, trola. Después vinieron los golpes. Siempre me pegó. Yo tenía un negocio polirrubro. Decía que todos los proveedores del negocio eran amantes. No me dejaba hablar con los vecinos. Ni con mis amigas”, relata. Su historia parece calcada de otros relatos de víctimas de violencia machista.