Julien entra a un lujoso hotel en una playa del Mar Báltico y se fuma un puro tocándose la entrepierna mientras apoya la mano que le queda libre en sus bigotes. Se acomoda el chabot de su camisa y piensa: es la década del 20, es Italia y Violet me espera en el lobby. Después pensará en Virginia, no en cualquier Virginia sino en Woolf. Salvaje, para el amor soy un salvaje, se dice a sí mismo Julien. Luego saldrá a los cafés, será saludado como todo un señor y se jugará parte de su fortuna en Montecarlo. Julien sabe disfrutar de su dinero y de su porte: todo un caballero. Julien sale por las noches, sin embargo durante el resto del tiempo es Vita Sackville West y mantiene un matrimonio arreglado para la sociedad con el diplomático John Nicolson. Pero en Vita vive Julien y en Vita y Julien el amor por Virginia o por Violet. María Moreno supo definir la relación entre Vita y Violet como “la estrategia de dos proscriptas para escapar de sus matrimonios” y encontró en esta performance una chispa de “potencialidad política”. Por la misma época Natalie Clifford Barney se pasea por la calle Jacob de París agitando su bastón e invitando a la fiesta que esta noche dará en su famosísimo salón: tal vez Mata Hari se pasee desnuda a caballo y Natalie cante algo al lado del piano, recite poemas en inglés y se haga llamar Joseph. Esta noche, rompemos todo, nos chamuscamos la chota, nos entregamos a la lujuria, parecían decirse las lesbianas que se juntaban en la calle Jacob emulando tal vez sin saberlo las palabras de “Los Reyes del amor” la dupla King y musical que por Buenos Aires en estos días presentan un video y piensan en la primera serie King del mundo. París en la década del 20 y Buenos Aires en 2018 parecen cantar como en coro: esta noche, arrastramos hasta nuestros nombres y arrasamos con nuestros géneros, ¡esta noche nos dragueamos! La poeta y performer Luciana Caamaño hace pocas semanas recitó sus tremendos poemas en un ciclo en la ciudad dónde vive, Mar del Plata. Lu apareció con bigotes, corbata, un saco marrón impecable y el pelo corto peinado casi a la gomina. Su voz bailarina agitaba versos que sus manos arrojaban al público presente, dice Luciana: “Como todo lo que tiene que ver con el lesbianismo, el dragueo sufre una tremenda invisibilización. En principio era una fantasía que venía trayendo hace años. Siempre busqué cosas de lesbianas, películas, textos, y también me pasó con el dragueo, buscar tutoriales, por ejemplo, de cosas bien concretas como qué pegamento usar para ponerme barba en la cara y no encontraba mucho y como casi todo en el lesbianismo se generó de manera colectiva, empecé a preguntarle a un par de amigos trans, a un par tortas y me empezaron a pasar data. Empecé a probar en casa y de a poco a salir. No voy a fiestas sino a lecturas, a reuniones con amigues. Me pasó algo muy loco últimamente que me sacaron unas fotos en la calle unas amigas y me vi sin el bigote y me sentí un chongo afeitado, como que me faltaba algo, pero lo loco es que hace poco que uso bigote y ya siento que me falta. Me resulta una fantasía pura porque podés hacerte lo que quieras prácticamente, diferentes colores, grosores, laburar con la espesura, a mi gusta mucho además jugar siempre con el borde, siento por momentos una performatividad más bien marica y a eso meterle dragueo King lo deja en un lugar rarísimo que me encanta. A veces cuando uso bigote me pongo algún aro de señora dorado de clip, o me pinto los labios, a chongearla se ha dicho”
En eso parecemos estar todas de acuerdo: a chonguear que se acaba el mundo y a otro estamos naciendo siempre. “Se trata de poner en cuestión el género en sí mismo y además sentir en la carne que el género es performance. Es divertido y enriquecedor, me parece maravilloso.”
En pleno siglo de oro español, más o menos le calculamos alrededor de 1650 y con el teatro de corrales explotando de éxito dos actrices, La Baltasara y María de Navas junto a algunas de sus contemporáneas y compatriotas (Barbara Coronel y Micaela Fernández) interpretaban papeles de varones y llevaron el dragueo al nivel donde todavía existe y vive: el humor. La Baltasara, sobre todo, era una gran comediante, que descollaba haciendo papeles de “galanes”. María de Navas se lucía en los espectáculos de corrales como soldado o caballero o viejo venerable. Claro está, esto no les salía muy barato a las chicas que pronto recibían algún tipo de ataque social o exilio cultural. En el siglo anterior,el XVI, la participación de las mujeres en el teatro estaba penada por la ley y ellas cien años después iban un punto más allá representando y en ocasiones (casi todas) caricaturizando a los señores caballeros de la sociedad. En una de sus obras más famosas “El mundo al revés” La Baltasara hace el papel de marido, saliendo a escena con “espada y broquel”. Terminó sus días pidiendo disculpas, ermitaña en un convento. Cuentan que en el medio de una función recibió un mensaje divino y se apartó para siempre de las tablas.
Hace muy poco, apenas unos meses atrás, el teatro San Martín de Buenos Aires tuvo que dar marcha atrás con el estreno de “Esperando a Godot” de Samuel Beckett con dirección de Pompeyo Audivert porque había mujeres en el elenco. La agencia que manejaba los derechos revocó la autorización de la obra alegando un deseo póstumo del autor cuyos herederos hacen valer como si así estuvieran poniendo a salvo el honor de la masculinidad toda: “Esperando a Godot” sólo podía ser representada por varones, suponemos además, que varones cis. Dos actrices, de lo mejor de nuestras tablas, Analía Couceyro e Ivana Zacharsky interpretarían los papeles de Lucky y el Muchacho. Couceyro, que ya había encarnado roles masculinos y cuya exquisita androginia es parte de su caja de herramientas como actriz, escribió entonces un largo texto poniendo en jaque lo extemporáneo del deseo de Beckett y a la vez poniendo en común el dilema ético que se resolvió cuando la decisión de todo el equipo fue no poner en escena la obra. Se ve que todo bien con los varones interpretando nuestros roles femeninos pero algo sucede, algo se mueve cuando nos aplastamos las tetas, nos calzamos el bigote y aflojamos el pantalón. Los King y sus variantes teatrales más sofisticadas vienen sufriendo hace años poca visibilidad y cuando no, censura directa.
No sabemos si por mensaje divino o todo lo contrario, pero las tablas por estas latitudes las pisa hace muchos años la gracia de Ana Carolina, comediante que nos dice sobre las Drag King: “No sé si King pero Drag sí. Yo me maquillo los bigotes que tengo con rímel, agarro el rímel y les doy más volumen y visibilidad, esa es mi práctica drag, eso y no “corregir” a quienes se refieren a mí en masculino. Draguearse es fugarse, es escurrirse, es una manera de resistirnos a la imposición de la norma (la norma no es el problema, el problema es la imposición). Y es también una manera de señalar que el género es un invento, una convención, una herramienta fundamental para instalar el binarismo que resulta de lo más funcional a la dinámica capitalista de la competencia de “unes contra otres” y al esencialismo a través del eso para vos no, para vos esto porque sos aquello. Hay un anhelo de disolver esto de masculino y femenino. De habitar ese borde”.
De bordes y no bordados. O de bordar otra historia en relación a ejercer una performance que dejaría a Judith Butler bebiendo una copa en la antesala del show escuchando sin querer cómo dos chicas se dicen los poemas de Renée Vivian al oído. Renée, la novia de Natalie Clifford Barney, a la que también le gustaba aparecerse con galera y pantalones a leer sus poemas. Y quién además quiso cambiarse su vulgar nombre femenino por uno bien queer y drag: Reneé. Por la época en que la señorita Vivian nacía, la era napoleónica había liberado a las mujeres de los torturadores corset y el neoclásico las invitaba a soltar un poco sus ropas para asemejarse al estilo griego, pero no nos detenemos en las formas de lo femenino en esa época sino al estilo pomposo de la masculinidad napoleónica encarnada en sus mismos tacos, su sombrero alto, esa expresión sobreactuada y la mano sobre el estómago.
Cristina Coll es una artista performática y audiovisual que desde hace una década draguea sus obras. Una en especial para nombrar en este camino drag: Errores. Se trata de una intervención fílmica que realiza Coll a la película Desirée de 1954. La artista interpreta a Napoleón Bonaparte, con un guión de su autoría, poniendo en escena el tema de la impaciencia. E Interpreta a un Napoléon perdido (¿en la política o en el género?) quién vistiéndose rápidamente y con ayuda, encuentra en sus ropas y su sombrero de doble ala la forma de salir de su habitación. Cristina Coll tiene otras obras audiovisuales dónde por ejemplo interpreta a Juana de Azurduy mientras suena un temazo de Sandro, una de esas canciones con las que de verdad dan ganas de sacarse la bombacha y tirarla, pero para ponernos los calzones de raso y la bata colorada del morocho de Lanús y empezar a agitar a nuestras nenas.
Algo de esa fuerza erótica y porque no sandrinesca llevó a Belén Gatti a componer su King. Una mezcla de Sandro, Elvis Presley y Leonardo Favio: trajes de colores, patillas, las palabras arrastradas y las eses bien marcadas mientras el micrófono se hace falo u objeto de placer. Recorrerlo con los dedos, ponerlo entre las piernas, que haga de extensor o accesorio. Y cantar, revolear los ojos y la voz para lograr hacer aullar a las chicas que la ven debajo del escenario. Las groupies entregadas a la sensualidad que se derrama como los líquidos que nos recorren en un ir y venir sin fin ni finalidad. O sí, solo estar ahí, habitar esa zona de goce y alegría, pensar por un momento que es posible: una masculinidad feliz y jocosa donde el juego de poseernos se da sin la carga de violencia acostumbrada sino con la vehemencia del sexo. Dice Belén: “Para mí el Drag King es además de show y espectáculo, un lugar para explorar las masculinidades en relación al machismo. Es una burla. Y en mi caso es también una investigación personal: hay un autopercepción de género y un paso a otra identidad momentánea. Mi personaje aparece en un ejercicio de actuación en el IUNA. Hice unas canciones de Sandro, y bailaba desde chica canciones de él y lo copiaba, a su vez hice una escena para un ciclo actualizando la obra Don Juan de Moliére, y el personaje era un imitador de Sandro que venía del interior y se cruzaba con mi historia personal y luego empecé con el tributo a Sandro y así nació Juan, imitador de Sandro”. Es Juan, su presentador y músico Leo (Pilar Rosas), y el Sr. Oso (Maruja Bustamente) quienes protagonizan el videoclip Drag King “Los Reyes del amor” dirigido por Gimena Tur que cuenta con actuaciones como las de Laura Novoa y Sofía Gala y que prontamente se convertirá en la primera serie Drag King del mundo. Sr. Oso es un piloto que en cada aeropuerto encuentra un amor: “Siempre me puse ropa de varón pero creo que mi primer drag premeditado fue cuando egresé de la secundaria. Para la entrega de diplomas me vestí con camisa de los 70, pantalones marrones de vestir y zapatos tipo tap de hombre y para la fiesta de egresados usé un frac. Siempre fluí en aspecto con mi género. Muchos de los personajes que hice después estaban en una zona de fluidez. Digamos que puedo ser una nena y un macho. Me cuesta un poco más lo de mujer. Siempre me daban ganas de hacer los personajes de hombre. Los que pensaban. Los que cambiaban el mundo. Cuando era chica mi papá me enseñó a tirar y yo quería hacer de pistolero (a él le gustaba mucho el zorro y los western). Sr. Oso nace para draguearme. Así de una. Para burlarme de los hombres. Para burlarme de mi papá. Para reconocer mi lado chonga” dice Maruja. El Sr. Oso además se presentó ya cuatro veces en el teatro Timbre 4 con la obra “Oso Teatro Fantasy”. Gimena Tur será la directora de la serie y adelanta: “No hay ninguna experiencia parecida a “Los Reyes del amor”, sería la primera serie íntegramente Drag King. El elenco estará conformado 100 por ciento por mujeres, lesbianas, trans, travestis y no binaries. En estos momentos la serie se encuentra en la instancia de preproducción. Vimos en este proyecto la posibilidad de encarar la lucha desde una perspectiva diferente, abordarlo desde la comedia y la sátira. Con esta serie buscamos cuestionar prácticas con las que convivimos cotidianamente. Así como generar nuevos códigos en este mundo tan binario, la serie en sí es un acto de rebeldía”.
La primera serie drag que veremos por estas latitudes tal vez tenga un antecedente teatral en “Cosa de Machos”, obra drag king que se estrenó en Buenos Aires en 2005. “Empezamos con la obra en 2005 en San Telmo. Fue un año muy enriquecedor. En el 2007, nos invitaron del primer festival de teatro lgttb en Chaco y ese año estuvimos en el Encuentro de Mujeres. Pensamos que la obra iba a quedar vieja en el 2017 pero descubrimos que la nueva ola feminista la mantenía vigente y quisimos reponerla y estuvimos un mes en El excéntrico de la 18”, cuenta Patricia Roncagliolo, autora de “Cosas de Machos”. Marcela Díaz, también responsable de la obra, dice: “En el 2004 a través de un taller con Susana Cook, que vive en Estados Unidos, veníamos planteando en el ámbito del teatro una mujer haciendo personajes masculinos, no lo veíamos con frecuencia, y más bien se resistía. Con Susana Cook trabajamos la técnica del playblack, de Sandro, de Leonardo Favio. Susana nos enseñó una caracterización muy artesanal pero muy efectiva de cómo ponernos la barba, que parece una boludez pero no lo es. Con eso nos divertimos mucho además de habitar algo muy distinto. Y vimos muchas cosas en cuanto a los espacios, reales, físicos, que ocupan los varones, las piernas abiertas por ejemplo. Y nos quedamos con ganas de dar otra vuelta de rosca y le agregamos dramaturgia y nos juntamos con amigas y empezamos a improvisar: hinchas de fútbol, marines en Irak, los tangueros, y tenía un sentido político porque las Drag King a diferencia de las drag Queens surgieron con una connotación más política en relación a su crítica al machismo”.
Susana Cook vive en New York y todas por aquí la nombran como una gran precursora drag: “Leí en algún lado que la masculinidad no era monopolio de los hombres y empecé a jugar con gender en el escenario. Cuando llegué a Nueva York a principios de los 90 me uní a una colectiva de teatro de mujeres, WOW Café Theater, que fue fundado en los 80 como respuesta a una estadística que mostraba que de todas las obras de teatro en Nueva York solo un porcentaje mínimo, de dos por ciento o algo así, estaba escrita o dirigida por mujeres. El drag es muy teatral, divertido, intenso y liberador. A todos los actores y yo diría personas les interesa explorar sus expresiones de género. Los talleres de Drag King consisten en explorar las distintas fases de la performance de género: ropa, (vestuario, disfraz), maquillaje, (unas barbas hermosas que se hacen poniendo spirit gum en la cara y pegando arriba pelitos humanos cortados muy chiquitos), gestos, la forma de caminar, los estereotipos de género. Exagerando un poco, llegamos a formas más reales, que parecen naturales pero claramente son actuadas”.
Pero no sólo el taller de Susana Cook orientado a actrices es una de las vertientes por donde corre el río del draguismoking. También es una gran herramienta en los talleres de feminismo popular. Rosario Castelli es una de las responsables de llevar estas técnicas a los barrios: “Hicimos el taller Drag King con las doñas en el año 2015 en Adrogué, en la sede de SUTEBA donde funcionaba una de las 25 comisiones de la Diplomatura de Operadoras Sociales en Promoción de la Equidad de Género y Prevención de las violencias. Ya llevábamos varios meses de cursada, cuatro horas, dos veces por semana, con miles de revoluciones internas y externas, formándonos para acompañar a otras pero sobretodo en un proceso de transformación de cada una de las mujeres que participaba, todas titulares de los programas que ya no existen “Argentina Trabaja” y “Ellas Hacen”. Los encuentros siempre tenían una parte que pasaba por el cuerpo, algunas para reconocer las violencias, otras para sanar, otras para conectarnos con el placer, movernos, tocarnos, mirarnos. El taller fue una propuesta mía, no de la coordinación, pero consensuada con el grupo y todas llevaron distintos vestuarios. No todas participaron pero hubo acuerdo en que sea voluntario y sin problema de que hubiera algunas mirando. Lo que pasó fue un momento de juego, de poner sobre la mesa qué imaginario tenemos de la masculinidad, pero sobre todo de nuestra propia feminidad, porque el Drag King más que una propuesta de masculinidad, lo que hace es poner en evidencia nuestra propia corporalidad y expresión de género y todo lo que hay de construido en esa feminidad. El proceso entero fue colectivo y sobre todo afectivo. Lo que sale siempre nos sorprende, salió un king polícia; otro que era secretario del intendente y estaba muy muy ocupado; un pibe que andaba en calzones porque se le quedó el pantalón enganchado en un alambrado después de chorear; Nacho, cajero de Carrefour; Roberto, un Raúl cualquiera que ya venía saliendo en algunas representaciones en encuentros anteriores. Algunas siguieron todo el año presentándose con el nombre de su King. Es clave la reflexión final donde sale todo lo que se mueve, la que al principio no se animaba a participar y terminó con un personaje completamente definido, los recuerdos de la infancia, la sorpresa, los imaginarios de poder, de actitudes, de la relación con los varones pero sobre todo con sus propios cuerpos y emociones”.
Es una práctica que fuera de los escenarios activa empoderamientos y formas de militancia más horizontales. Isabel Almada participó de los talleres de Rosario y así lo cuenta: “Me impactó el hecho de verme en el rol del hombre, automáticamente me puse con esa fuerza, soberbia, saltó ahí ese poder que siente el hombre. Dentro de lo que yo pensaba, salió lo macho, lo soberbio, lo poderoso. Inclusive, ahora que lo pienso, en ese momento no lo noté tanto, pero ahora me doy cuenta que me salió lo ordinario, me acuerdo que me toqué las partes, me sentía muy tranquilo en un sector en el que estaba dominando. Esto influyó para empoderarme cada vez más”
El Drag King es una herramienta, y más que eso: se arma como gesto liberador para los cuerpos oprimidos, pasaje a la fluidez, formas de habitar nuevas masculinidades y crítica feroz a las formas del poder machista. Y ya lo sabemos, el poder nunca quiere ser burlado. Pero por aquí sí que queremos burlarlo. Y lo estamos haciendo.