Las historias de estas guerreras comenzaron a contarse hace siete años en Los Ángeles, donde vivía la fotógrafa argentina Eleonora Ghioldi. El germen del proyecto fue entre amigas, como ocurre tantas veces cuando el espacio de la intimidad se hace político y la charla construye esa red que se sostiene entre todas. Un proyecto que empezó como algo personal y compartido entre pocas –“hablemos, contame, te saco una foto, escribís, dejás tu testimonio”– devino político porque creció de boca en boca y se conformó en un espacio de escucha para que cada una contara lo suyo. Biografías ajenas que se encarnan como propias porque hay un cuerpo colectivo que interpela y es interpelado y del que salen voces que rompen el silencio. Aquellas tres amigas de Eleonora que en algún momento de sus vidas habían sufrido violencia sexual, se multiplicaron porque cada una traía a otras. A tal punto que todas las mujeres de este proyecto fotográfico se conocen. Son historias diferentes pero conocidas, escuchadas mil veces. El living, la cocina, la habitación, la casa de cada una de ellas fue el ámbito del encuentro en el cual se abría un mundo de abusos, muchas veces no dicho hasta ese momento. El amigo del jefe, un médico, el padre, un ex novio, el novio, el marido, el profesor, un desconocido. La vida cotidiana atravesada por la violencia sexual. 

La muestra “Guerreras, historias de resiliencia” da cuenta de esas experiencias que según la autora “las debemos mirar como algo que nos pasa a todas, porque me pasa a mí a través de la experiencia de otra, por más que yo personalmente no sea la víctima. Después de escuchar tantas historias las terminé viviendo como propias y me parece importante dejar de mirar al otro, al que le pasa, como a alguien distinto de mí.” Hay casos de violencia sexual y femicidios ocurridos en Los Ángeles, Ciudad Juárez y Argentina, un viaje que atravesó fronteras, luchas, movimientos y organizaciones de mujeres que expanden el abrazo feminista entre guerreras que se nombran vivas.

SOMOS TODAS

A nivel visual a Eleonora le interesó usar el marco de cada foto como soporte para el testimonio que cada una de las mujeres fotografiadas escribió. “La idea de que escriban a mano en un lugar que tiene que estar limpio, crea una tensión, y eso fue buscado”, revela la autora. “Ellas se llaman guerreras a sí mismas, el titulo nació de ellas, no quieren ser vistas como víctimas”. Así, cada foto tiene ese testimonio en primera persona, escrito en letra manuscrita sobre el mismo marco blanco. Como si fuera necesario poner en negro sobre blanco el relato que encarna ese decir, esa historia contada en pocas palabras. La consigna para ese texto fue: Primer nombre de cada una, edad de cuando ocurrió la violación, y por quién sufrieron el abuso, la relación que tenían con esa persona. Y luego un espacio abierto para contar lo que cada una quisiera: “Selfa, 26, mi doctor. Antes de la cirugía. Una relación sagrada rota. Vulnerable en un consultorio médico. Nadie me quiso escuchar”.

“Genoveva, 8-12 años, mi padre. Amigo, cuidador, trabajador, cuentacuentos, mentiroso, tramposo, ladrón, torturador, agresor de esposa, abusador, manipulador, violador, pedófilo, abusador de menores, mi padre. Me robaste mi inocencia e infancia pero no mi espíritu para vivir y tener esperanza. Prosperé a pesar de ti”.

“Larena, 3 años-13 años, padrastro. Tu egoísmo y malicia destructiva podrían haberme destruido. Casi lo logran. Pero al final, no fue así. Al final, me dieron alas y me abrieron el corazón. Me dieron una fortaleza que ni siquiera yo sabía que tenía. ¡Me hicieron deshacerme de la vergüenza y que volara más alto de lo que nunca había soñado posible! Me dieron la fortaleza para brindarme el regalo de contar mi historia de supervivencia”.

La muestra completa se conforma de más de cuarenta fotos y testimonios, un audiovisual con doce entrevistas a profesionales como Diana Maffia, Karina Bidaseca, Julieta Paredes, Lala Pasquinelli, Julissa Mantilla, abogada feminista de Perú, entre otrxs que reflexionan sobre la relación entre violencia de género, patriarcado, sexismo, capitalismo y globalización. También hay audios de las mujeres fotografiadas que narran en primera persona sus historias; una instalación con un kit de violación que muestra los elementos y medicamentos por los que hay que pasar cuando se llega a un hospital después de una violación, y el protocolo de violación de los hospitales del Ministerio de Salud, (cuando era Ministerio). “La idea de los audios fue entablar una relación cara a cara, sentir que te está hablando a vos, porque se pueden escuchar frente a la foto en primer plano”.

Entre las historias retratadas está la de una mujer que sufrió en Los Ángeles una esterilización forzada en los años sesenta. Ella, como otras mujeres, fue esterilizada después de tener a su bebé, un caso que se repitió entre mujeres hispanas, negras y de pueblos originarios. “Un racismo extremo, además de la cuestión de género”, subraya Eleonora. También hay una serie de fotos en primer plano que tienen debajo una palabra elegida por las ellas mismas: Fortaleza, Aterrada, Vulnerabilidad, Miedo, Endurecida, son algunas. Dentro de esa serie, Eleonora cuenta que fotografió a una mujer que fue violada después de una cirugía. “Cuando trató de hacer la denuncia no le dieron importancia. Finalmente a ese médico le sacaron la matricula pero no por lo que ella había contado sino por las denuncias que hicieron otras mujeres que eran blancas y nativas. Otro acto de racismo. Discriminaciones que se cruzan por ser mestiza, pobre, no hablar el idioma y ser mujer”. En la marcha del 8 de marzo del año pasado, Eleonora conoció a Gustavo Melmann, padre de Natalia. Él la contactó con madres a las que fotografió para incorporar casos de femicidios de nuestro país. “Los casos argentinos que fotografié son femicidios en los que los asesinos son personas allegadas, esposos, parejas, novios. El proyecto también la llevó a Ciudad Juárez, donde Eleonora fotografió a madres de chicas asesinadas y desaparecidas. “Una amiga mía conocía a algunas mujeres que viven en Ciudad Juárez y trabajan con madres de víctimas de feminicidios. Me contacté con ellas y accedieron a formar parte del proyecto y a dejar sus testimonios. Con estas tres madres trabajé de la misma forma, fui a sus casas, saqué las fotos, escribieron el testimonio y también están los audios. Son mujeres que están muy organizadas porque hay mucha violencia, continua, constante y a muchos niveles. Siempre busqué ese espacio abierto para que digan lo que quieran decir, y las tres escribieron un mensaje a sus hijas”. 

Para cerrar, Eleonora cuenta que el proyecto se volvió algo “súper orgánico”. “Lo que salió de todo esto es que las mujeres nos contamos siempre lo que nos pasa, tal vez no lo hacemos en un ámbito público pero el tema es ¿Por qué? ¿Qué pasa con la justicia que no vamos a hacer la denuncia, qué pasa con el sistema de salud que las mujeres no quieren ir al hospital si las violaron? Los protocolos existen pero no se respetan. Son preguntas que tenemos que responder”. El tiempo transcurrido desde esos siete años, trajo un vendaval feminista que lo transformó todo. “El proyecto empezó con lo que era mi cotidianidad cuando hablaba con mis amigas. Habilitamos la escucha porque existía la necesidad, estaba tan presente que explotó. Por eso creo que los cambios verdaderos se dan de abajo hacia arriba, si hubiésemos tratado de crearlo hubiese sido imposible. Hablamos y contamos porque ya estamos cansadas. Ya está, no hay vuelta atrás.”

“Guerreras, historias de resiliencia”.

Museo Evita, Lafinur 2988, CABA.

Hasta el 11 de marzo.