Este cuento forma parte del libro que va a salir este año: El sol mueve la sombra de las cosas quietas. 

Me fue dada la última imagen y escribirlo fue sólo ir hacia ella. A veces ocurre de ese modo. Otras veces avanzamos y el camino va planteando obstáculos, y hasta puede ser que el desánimo nos gane. Pero a veces la escritura es así, amable. 

En esa época iba al taller de Abelardo Castillo. Había escrito tan rápido el cuento que ni siquiera había podido imprimirlo. Lo leí con la computadora abierta en la mesa señorial cubierta con paño verde. Nunca lo hacíamos de ese modo, y los rituales eran parte del taller. Castillo me miraba serio desde la cabecera.

Hace poco escuché a alguien despreciar la palabra “Maestro” diciendo que es un término escolar. Yo me siento agradecida por lo que mis maestros me dieron. Guardo en mi memoria el gesto de Castillo cuando leí este cuento. Ese gesto me sirve de refugio cuando siento que no tiene sentido escribir.