En medio de una nutrida agenda de obras teatrales, el Festival Internacional de Buenos Aires escogió una propuesta proveniente de Alemania para dar cierre a su 12ª edición. Se trata de Atlas del comunismo (Atlas des Kommunismus en alemán), una puesta con texto y dirección de la escritora, actriz y performer argentina Lola Arias. Estrenada en el Teatro Máximo Gorki de Berlín, en 2016, desembarca ahora en la Sala Martín Coronado, del Teatro San Martín (Corrientes 1530), donde se la podrá ver por únicas tres funciones hoy a las 20.30, mañana a las 20 (función que incluirá una charla y debate posterior) y el domingo a las 20.30.
El proyecto, que se presentará con su elenco original, reúne las voces de Matilda Florczyk, Salomea Genin, Mai-Phuong Kollath, Ruth Reinecke, Tucké Royale, Jana Schlosser, Helena Simon y Monika Zimmering; ocho mujeres de entre 10 y 86 años que relatan sus vivencias en torno a los valores del socialismo, tomando como punto de partida histórico la creación de la República Democrática Alemana (RDA) en 1949, y su posterior disolución en 1990, tras la caída del Muro de Berlín. “Son ocho historias de mujeres y queers, porque la obra tiene una perspectiva de género. Y eso está bueno porque la historia del socialismo siempre se contó desde una mirada masculina”, apunta Arias, para quien ésta será la primera vez que presente en Buenos Aires un trabajo de su autoría creado en Berlín.
“Desde 2009 vengo haciendo obras en Alemania y nunca se pueden mostrar acá porque son producciones muy difíciles de traer. Pero la productora general del FIBA, Lucila Piffer, luchó mucho para que esta obra se hiciera, y Federico Irazábal, el director artístico, también quería traerla, y ese esfuerzo fue acompañado por el Goethe Institut y la embajada. Para mí es como un milagro haber logrado traer Atlas del comunismo. Por eso estoy feliz”, asegura la directora, que también presentó en el marco del FIBA su película Teatro de guerra en la cual aborda la Guerra de Malvinas.
Arias se ha especializado en el cruce de la ficción con la realidad. Su primera performance en Alemania fue Familienbande (2009) y luego estrenó otras como El arte de hacer dinero (2013) y El arte de llegar (2015). Pero fue la primera versión de Audición para una manifestación, exhibida en el teatro Máximo Gorki en 2014, la que disparó la idea de montar un proyecto específico sobre el socialismo. “En esa versión reconstruíamos una manifestación que había ocurrido el 4 de noviembre de 1989, unos días antes de que cayera el muro. Y en esa performance en la que actuaba el público, empecé a escuchar un montón de historias de personas de Alemania del Este y del Oeste sobre la caída del muro, y lo que eso representó para la vida de muchos. A partir de eso pensé que sería interesante hacer un proyecto que retratara lo que fue la RDA, un país dentro de un país que duró cuarenta años y que, de alguna manera, está un poco olvidado en la historia de Alemania”, revela.
Desde su estreno, la obra no dejó de representarse. “Fue exitosa porque generó mucha discusión”, explica Arias. “Cada uno tiene su opinión sobre lo que fue la RDA, lo que generó la reunificación y sobre por qué Alemania está donde está hoy. Salvo pocas excepciones, como las películas Good Bye, Lenin o La vida de los otros que abordaron ese momento histórico, esta es una parte de la historia que ha quedado sepultada en términos de las contradicciones políticas y lo que fue la complejidad de esa época.”
–¿Cómo fue el proceso de selección de las ocho protagonistas?
–Cuando empecé a trabajar la idea de contar la historia de la RDA, quería encontrar un grupo de personas de distintas generaciones que hubieran vivido antes y después de la caída del muro. Y las historias fueron elegidas a lo largo de una investigación muy larga que hice junto con el dramaturgista alemán Aljoscha Begrich, que trabaja dentro del Teatro Gorki. La primera persona que encontré, y que fue fundamental en la creación de este proyecto, fue Salomea Genin, la más grande de todas, que tiene 86 años. Su vida refleja todo lo que fue el siglo XX en Alemania, porque ella creció durante el nazismo. Ella es judía y logró escaparse con su familia a Australia. Ahí se hizo comunista, y volvió a su país porque quería ser parte de la RDA y construir una patria socialista y antifascista. En un primer momento, no la dejaron entrar porque pensaron que era una espía del Oeste, pero después entró en contacto con personas que trabajaban para el servicio de inteligencia de la RDA y que la invitaron a colaborar en la Stasi, para la cual trabajó durante 18 años. Otra de las historias es la de Jana, que cuando era adolescente fue líder de una banda punk en esa época, y escribió letras que la llevaron a la cárcel, de donde se escapó justo antes de la caída del Muro. También está la perspectiva que aporta Mai-Phuong, que es vietnamita. Durante la RDA se invitó a trabajadores de países socialistas hermanos para trabajar y formarse en Alemania, y ella llegó con la idea de estudiar pero terminó cortando papas en el puerto de Rostock. En la obra, ella habla de lo que fue la segregación de los vietnamitas dentro de la RDA, y también de cómo fue ser inmigrante después de la caída del Muro, con el resurgimiento de fuerzas racistas. Por otro lado, a través de las generaciones más jóvenes, representadas en Tucké y Helena, se puede observar la crisis actual de los refugiados en Alemania y el racismo que se generó a partir de la reunificación, porque ésta dejó a muchos de los que vivían en el este en una condición de ciudadanos de segunda categoría y eso generó mucho resentimiento. Lo interesante es que la obra va trazando un hilo hasta el día de hoy, entendiendo que la historia de la RDA también tiene que ver con el surgimiento de los movimientos de extrema derecha en Alemania. Las historias se van cruzando y van recorriendo un arco histórico grande.
–¿Cuáles son los ejes que se abordan?
–Hay toda una línea que tiene que ver con preguntarse por qué y para qué se creó la RDA, y con qué valores e ideas se reconstruyó Alemania después de la guerra. La República Democrática Alemana estuvo basada en una idea antifascista, socialista, y significó la construcción de un mundo con ideales de solidaridad que venían de la experiencia traumática de lo que había sido la Segunda Guerra Mundial. Se planteó un camino para llegar hacia el comunismo y, en ese sentido las, historias van contando en qué se fue convirtiendo ese objetivo a lo largo del tiempo. Se puede ver, entonces, lo que ocurría en la vida cotidiana o en el arte, cómo era la censura respecto de lo que se podía y no se podía hacer, cómo era el trabajo y hasta cómo intervenía la política, por ejemplo, en la anticoncepción. Mai-Phuong cuenta algo muy fuerte al respecto. A ella y a todas las trabajadoras vietnamitas que llegaron a trabajar a Alemania les avisaron que no podían tener hijos y les ofrecieron píldoras anticonceptivas, pero ellas no las tomaron porque nadie les explicó cómo hacerlo. Entonces, cuenta que algunas mujeres quedaban embarazadas y tenían cinco abortos a lo largo de cinco años, y tenían que esconder esa situación. De esa manera, puede verse cómo un régimen político opera sobre todos los aspectos de la vida de las personas. La RDA impulsó muchos derechos laborales para las mujeres, y las empoderó en muchos sentidos para tener una participación en la vida laboral y económica, pero al mismo tiempo no supo formar a los hombres para trabajar en las tareas domésticas, entonces las mujeres eran las que seguían trabajando cuando volvían a sus casas.
–¿Qué le atrae del teatro documental?
–En este género se trabaja con personas que no son actores, se les da una voz a historias que quizás están perdidas u ocultas y se abre un lugar para la discusión. Lo interesante de este tipo de proyectos es que se genera un espacio de creación y colaboración artística que dura en el tiempo, a diferencia de lo que ocurre con el cine documental, donde la película existe sin que estén presentes los protagonistas. En el teatro, en cambio, los actores y las actrices tienen que estar ahí para que eso suceda, y el público no sólo puede pensar y poner en cuestión sus propias ideas sobre el momento histórico del que se habla, sino que además tiene acceso directo a esos actores, y puede quedarse al final de la obra y hablar con ellos. Al mismo tiempo, para quienes actúan, la experiencia de poder contar sus historias y generar un debate a partir de eso también es muy empoderadora.