Es raro que cause tanta tristeza la muerte de una persona de 96 años que tuvo una vida increíblemente plena. Pero es que Jonas Mekas no era un nonagenario apacible, sino una leyenda que seguía haciendo de las suyas, viajando, filmando, publicando actualizaciones en su muro de Facebook, la mente llena de proyectos para realizar. El 23 de enero sus múltiples cuentas en redes comunicaron: “Jonas murió en paz temprano esta mañana. Estaba en casa con su familia. Se le echará mucho de menos, pero su luz sigue brillando”. Fue un bombazo para sus seguidores, al mismo tiempo que una confirmación: ese era el modo en que Mekas dejaba este mundo, un movimiento luminoso, uno de tantos, una nueva migración.
Fue hijo de una familia de campesinos lituanos, poeta y estudiante de filosofía, pero la Segunda Guerra Mundial partió su vida a la mitad. En 1944 un Mekas extremadamente joven, que aun vivía en Semeniškiai, escribió un poema contra Stalin en una revista clandestina. Si bien escondió la máquina de escribir con que había realizado la publicación bajo una pila de troncos en el patio de su casa, la máquina fue robada. Antes de ser identificado como el autor de ese poema, tuvo que huir junto a su hermano Andreas. Tanto los soviéticos como los nazis eran un peligro. Así que inició una errancia durante algunos meses que se convirtieron en años y luego en décadas sin poder volver a su Lituania natal.
Toda esta historia es conocida y fue narrada en su célebre diario Ningún lugar a dónde ir (Caja Negra): el viaje que en emprendió a través de Europa destrozada, en el fin de la guerra, una migración difícil pero que nunca termina de ser del todo dramática, porque Mekas siempre está dispuesto a ver más de lo que hay, a tener una reflexión más hermosa, más singular, siempre lejos de la desesperación, buscando los lugares de intensidad y de vida. El poeta finalmente logra la salida al mar y llega a Nueva York, imantado por las luces que ve desde el océano. Y ahí se queda hasta el fin de sus días.
Exiliado y pobre, trabaja como obrero, luego se convierte en fotógrafo y tiempo más tarde en cineasta experimental, llevando su clásica Bólex a todos lados. Es curioso, en cada objeto artístico que llega de él (libros, películas, entrevistas), las condiciones de su vida –lituano, exiliado, obrero, artista– se dan a la vez, superpuestas, ninguna de sus experiencias se olvida sino que se eleva a una instancia superior. Eso lo convierte en una voz tan poderosa, tan sabia, de tanta originalidad. Y esto literalmente. ¿Cómo olvidar acaso su voz, en los off de sus películas? El inglés extrañamente pronunciado, lento, como si se tratara de versos que un poeta no está leyendo, sino que está recordando.
No tardó en convertirse en un hombre clave, el lituano loco activo partícipe de la vanguardia neoyorkina de los años sesenta. Se codeó con John Lennon, Andy Warhol, Paul Morrissey, los teatristas del Living Theatre, los poetas de la beat generation. Pero a la vez que fue uno de los máximos exponentes del cine experimental estadounidense, se ocupó de que esto no se perdiera. Que la fugacidad, la espontaneidad de lo que filmaban, también fuera preservada. Primero abrió la revista Film Culture en 1955 donde estos cineastas encontraron un lugar donde se hable de ellos y sus películas. Luego fundó la cooperativa The Film Makers (1962) que hizo visible para el mundo el trabajo de muchos cineastas, y finalmente los archivos Anthology Film Archives (1970), pensados para conservar y promover el cine experimental.
Puede decirse que Mekas fue un artista de su época, pero no solamente: fue el testigo que se mantuvo atento y quiso narrar estas experiencias. El que tuvo la generosidad de correrse del ojo de la tormenta para convertirse en un cronista con conciencia de cómo la historia se escribía en el presente, aun cuando nadie más parecía estar dándose cuenta, ni hacía nada para preservarla. Varios de los textos que escribió en diversas revistas donde teorizó e historizó toda esta escena, están incluidos en Cuaderno de los 60: Escritos 1958-2010 (Caja negra).
Mekas ya no podrá seguir haciendo historia, pero es mucho lo que deja. Sus hermosas películas-diario, donde organizó el relato de su vida como un collage fílmico, a partir del montaje de grabaciones tomadas a lo largo de cincuenta años: Walden (1969), Reminiscences of a Journey to Lithuania (1972), Lost, Lost, Lost (1975) y la monumental As I Was Moving Ahead, Occasionally I Saw Brief Glimpses of Beauty (2001) que significa: Mientras avanzaba, ocasionalmente vi pequeños destellos de belleza. Este último título, el más completo –cinco horas de duración– podría ser también el de su vida, el de toda su obra, y hasta de lo que se percibe mirándola.
Sus textos y sus películas son objetos anómalos y a la vez esenciales para entender el siglo que pasó. Pero a contrapelo, en una senda que corre justo al lado de la Historia. Premonitoriamente, el primer texto de su diario de partida de Lituania dice: “No soy un soldado ni un partisano. No estoy apto física ni mentalmente para ese tipo de vida. Soy un poeta. Que los países grandes luchen. Lituania es pequeña. En toda nuestra historia las grandes potencias han marchado sobre nuestras cabezas. Si uno se resiste o no tiene cuidado, termina convertido en polvo bajo las ruedas de Oriente y Occidente. Lo único que podemos hacer los pequeños es, de alguna forma, intentar sobrevivir.”
Y eso es lo que hizo siempre. Una historia, su historia, entregada a las formas pequeñas, erráticas, a la amistad, a los imprevisibles recorridos de la vida. Estos días estuvo circulando su manifiesto anti-100-años-de-cine en muros de sus seguidores y amigos. Allí escribía: “En tiempos de lo enorme, de lo espectacular, de producciones cinematográficas de cien millones, quiero hablar por los pequeños actos invisibles del espíritu humano, tan sutiles, tan pequeños que mueren apenas se los expone a los reflectores. Quiero celebrar las pequeñas formas del cine, las formas líricas, el poema, la acuarela, el estudio, el boceto, la tarjeta postal, el arabesco, el trío y la bagatela y las pequeñas canciones en 8mm.” Celebremos a Mekas y todas las formas que inauguró y que seguirán multiplicándose en su nombre, porque lo frágil no puede quedarse quieto.