“Vivo en este lugar desde 1955, el mismo año en el que toqué junto a Duke Ellington aquí abajo”, afirma un anciano Don Shirley en Lost Bohemia, documental de Josef Astor amorosamente dedicado a los inquilinos –todos ellos artistas– de los departamentos/estudios ubicados justo encima del neoyorquino Carnegie Hall, a su vez un registro de los intentos por resistir un inminente desa-lojo. Hijo de inmigrantes jamaiquinos nacido en el estado de Florida, niño y adolescente prodigio en el universo del pentagrama, estudiante del prestigioso Conservatorio de Leningrado a una edad en la que la mayoría de sus amigos jugaban en la vereda, compositor y ejecutor de jazz, virtuoso del piano, creador de una fusión única con influencias de la música clásica, Donald Walbridge Shirley (1927-2013) tuvo su período de mayor producción y éxito durante los años 50 y 60, grabando una importante cantidad de discos y recorriendo parte de los Estados Unidos junto a su trío de piano, contrabajo y cello. A comienzos de la década del 60, en un intento por llevar su talento musical a las raíces geográficas del jazz, al corazón de los estados sureños, el Dr. Donald Shirley, como se hacía llamar (al fin y al cabo, poseía sendos doctorados en los terrenos de la psicología, la musicología y las artes litúrgicas), contrató a un ex portero y patovica del célebre nightclub Copacabana de Nueva York para hacer las veces de chofer, guardaespaldas y eventual valet durante un extenso tour por los estados segregados. Frank Anthony Vallelonga Sr., más conocido como Tony Lip, un italoamericano del Bronx, terminaría acompañando al músico en un primer viaje de dos meses por el Sur profundo, dando inicio a una relación laboral no reñida con la posibilidad de la amistad. Al menos eso es lo que se desprende de Green Book: una amistad sin fronteras, la primera película en solitario de Peter Farrelly –hasta ahora eterno compañero de su hermano Bobby– y también su primer largometraje de tono dramático, aunque no esté exento de humor e incluso de más de un paso de comedia.
La historia de los opuestos que se repelen y se atraen (uno adinerado, el otro de clase trabajadora; uno culto y refinado, el otro nacido y criado en la calle; uno negro y el otro blanco), basada asimismo en hechos reales, resultó demasiado atractiva para los votantes de la Academia de Hollywood y el film –que se estrenará en nuestro país el próximo jueves 14– recibió cinco nominaciones a los premios Oscar, entre otras las de Mejor Película, Mejor Guion Original, Mejor Actor –por el rol de Tony, a cargo de ese favorito del público argentino, Viggo Mortensen– y Mejor Actor de Reparto para Mahershala Ali, quien ya logró llevarse una estatuilla a casa, hace un par de años, por su papel en Luz de luna.
Green Book arranca bien arriba, con una secuencia nocturna que homenajea en escorzo a las películas de mafiosos de Martin Scorsese. Tony Lip se mueve en los salones, reservados y pasillos del Copacabana como pez en el agua, conoce a todos y a todas, clientes y empleados, y no duda en sacar a las trompadas a un caballero con ganas de hacer lío. El hecho de que el hombre en cuestión termine siendo un miembro de una famiglia poderosa será el disparador del cierre momentáneo del local y, desde luego, de la posibilidad de que la situación de desempleo desemboque en la inminente relación con Shirley. El guion de Farrelly, Brian Currie y Nick Vallelonga (hijo de Tony) juega con las referencias al crimen organizado en un sentido estrictamente cinematográfico: años después de los hechos retratados en Green Book, el exchofer y portero inició una carrera como intérprete de bolos y breves apariciones secundarias en el cine y la tevé, usualmente en la piel de personajes “pesados”, gánsteres, asesinos y mafiosos, por lo general de origen italiano. No casualmente su primera aparición en la pantalla, apenas como un extra, fue nada menos que en El padrino; años más tarde sería llamado por Scorsese para encarnar a un tal Frankie the Wop en Buenos muchachos. Su coronación, de todas formas, llegaría tiempo después gracias a Los Soprano, donde supo darle vida al capo mafia Carmine Lupertazzi. Esa vida real rica en anécdotas y cambios de profesión –que terminó con su muerte en 2013, apenas unos meses antes del deceso de Shirley, como aclara una de las placas finales del film– cobra ahora una nueva dimensión en la pantalla, aunque las aparentes libertades creativas del guion fueron víctimas de más de un comentario negativo por parte de los descendientes del músico, quienes no se demoraron en aclarar que la relación entre ambos hombres fue apenas poco más que la de un empleador y su empleado. La respuesta del codirector de Loco por Mary y Tonto y retonto no se hizo esperar al compartir viejos audios de entrevistas en las cuales Don Shirley se encarga de afirmar lo contrario. El retruco fue cortesía de la sobrina de Shirley, quien llegó a afirmar que “la película era “la versión de un hombre blanco de la vida de un hombre negro”.
En el fondo, se trata de imprimir la leyenda, más allá de los datos fehacientes de la realidad histórica. Al fin y al cabo, Green Book también puede ser vista como una fábula navideña, el retrato de dos personalidades que, a pesar de su comportamiento conjunto parecido al del agua y el aceite, terminan venciendo todo tipo de barreras –las culturales, las de clase y, sobre todo, las raciales– para acabar comprendiéndose e incluso queriéndose. Todo eso que Hollywood adora, en particular durante la temporada de premios.
Conduciendo al doctor Shirley
En varias entrevistas Peter Farrelly afirmó que, a partir del lanzamiento de la película, recibió una enorme cantidad de felicitaciones de las personalidades más diversas, muchas más que todas las recibidas por el resto de su filmografía en su conjunto. Nueva demostración de que, como suele decirse, con el drama llega el prestigio. “La gente siempre me preguntaba si creía que en algún momento dirigiría un drama”, declaró a la revista digital Vulture, en ocasión del estreno mundial de Green Book en el Festival de Toronto. “Y yo siempre respondía que sí, seguro, que eso pasaría cuando llegara el momento. Nunca planeo esta clase de cosas. Y un buen día me encuentro con Brian Hayes Currie y me dice que está escribiendo un guion sobre la historia real de Don Shirley, quien en 1962 fue enviado por su compañía discográfica en un tour por el sur de los Estados Unidos. Como estaba nervioso contrató a uno de esos hombres de vigilancia del Copacabana para acompañarlo, el mejor que había, un tipo italiano, con educación primaria, a su vez un racista. Y, de alguna manera, luego de ese viaje, se convirtieron en amigos por el resto de sus vidas”. La película deja en claro el racismo latente de Tony en una secuencia temprana: un par de plomeros, ambos negros, arreglan la cañería de la cocina y su esposa Dolores, interpretada por Linda Cardellini, los despide no sin antes ofrecer a cada uno de ellos un vaso de agua. Segundos más tarde, el dueño de casa toma ambos recipientes y los arroja, sin dudarlo ni un instante, en el cesto de basura. La transformación del versátil y políglota Mortensen en un hombre de familia tosco y malhablado, fornido aunque algo pasado de peso (hay más de un gag referido a su ingesta desenfrenada de hot dogs, hamburguesas y pizzas) y esencialmente desconocedor de todo aquello que exista más allá del horizonte del barrio en el cual nació y vivió toda su vida, resulta un clásico de la actuación del Método, a la cual el protagonista de Una historia violenta le aporta una dosis irresistible de simpatía. A su vez, la otra transformación, la del personaje –que, en la mejor tradición de la road movie, irá mutando junto con el paisaje, de negro hater a hombre tolerante y, quizás, a defensor de minorías distintas a la suya–, toca las fibras más íntimas de estos tiempos de corrección política. Lo de Shirley circula en un sendero similar: él también, a pesar de las apariencias tempranas de control, tendrá algunas cosas que aprender de su chofer, aunque más no sea a comer con las manos engrasadas una porción de pollo frito, en una de las escenas de la película jugadas claramente a la comedia (y a los subrayados, que el guion los tiene y en dosis no escasas). No es casual que más de un espectador haya detectado similitudes con el arco dramático de Conduciendo a Miss Daisy: como en la película de Bruce Beresford, aquí también el contexto histórico –los años más explosivos del segregacionismo, con sus baños y ómnibus divididos y lugares totalmente prohibidos para la “gente de color”– ofrecen un condimento narrativo esencial.
“Si no soy lo suficientemente negro, si no soy lo suficientemente blanco, si no soy lo suficientemente hombre, ¿qué soy, entonces?”, le grita Don a Tony bajo una lluvia torrencial, luego de pasar algunas horas encerrados en una comisaría, en una de las escenas climáticas de Green Book. Es una línea de diálogo de enorme relevancia, escrita a su vez como eslogan publicitario de la misma película. La homosexualidad de Shirley, nunca admitida o confirmada en la vida real, es utilizada por el guion como otro encorsetamiento social en tiempos donde esa condición sólo podía empeorar sus posibilidades, como músico y como simple ciudadano negro. El “libro verde” del título, en cambio, no solamente existió en la realidad, sino que fue utilizado por una gran cantidad de estadounidenses negros durante varias décadas, hasta que los cambios sociales de fines de los años 60 lograron que el volumen dejara de ser imprescindible. The Negro Motorist Green Book fue una publicación anual dedicada a los viajeros y turistas afroamericanos, una guía de hoteles, restaurantes y edificios públicos y privados donde su presencia sería bien recibida. La película de Farrelly utiliza esa suerte de “Guía Michelin” para ciudadanos segregados como símbolo de toda una era, a su vez mapa metafórico de las nuevas rutas emocionales que el personaje de Tony comienza a recorrer. En conversación con el sitio web especializado Collider, Viggo Mortensen se explayó respecto de las bondades universales y atemporales de la historia: “La idea de llevarte bien con la gente que te parece diferente es algo que nunca va a envejecer. Y es fantástico cuando puedes hacer una película en la que el público sale, en general, sintiéndose mejor que cuando entró a la sala, tal vez incluso con una fe renovada en las habilidades personales para ejercer algún cambio en la sociedad. Me refiero a ser un poco más amable, más abierto a tener una conversación con alguien con quien normalmente no la tendrías. Esas son las cosas que hacen que una sociedad sea mejor, no un presidente portándose bien. Eso no importa. Lo que importa es lo que hace la gente todos los días de su vida”.
La pedagogía de la amistad
Si la música puede derribar muros, ayudar a la comprensión mutua y afianzar una amistad a partir del gusto, Green Book utiliza su estupenda banda de sonido –que va de The Clovers a Chubby Checker y de Sam Cooke a Professor Longhair– para acompañar, comentar y apoyar el derrotero de los personajes principales. A pesar de su escasa apertura a la cultura y el rechazo inicial a interactuar, más allá de los necesario, con sus conciudadanos de otras razas y orígenes, Tony parece conocer bastante bien la música negra producida en su país (¡Aretha Franklin apenas si comenzaba su escalada hacia el estrellato en 1962!). A diferencia de Don, embarcado en su viaje de fusión jazzera, amargado por no poder ejecutar sus piezas favoritas del repertorio culto ante una gran audiencia (“Nadie quiere ver a un músico de color en un escenario clásico”, le dijo en la vida real un famoso productor), desatento a la revolución que el rhythm and blues y el soul estaban produciendo en ese preciso momento, haciendo oídos sordos a la producción artista de “su propia gente”, como admite en un momento emotivo del relato. En ese juego de opuestos cada vez más cercanos entre sí, tocando las teclas adecuadas en el momento oportuno (a veces, de manera un tanto evidente), elaborando un relato personal de alcances colectivos, con deseos transparentemente bienintencionados, Green Book: una amistad sin fronteras intenta unir suturas que siguen recorriendo el cuerpo de la sociedad estadounidense. Una suerte de pedagogía cinematográfica de la amistad.