“Uno piensa que los días de un árbol son todos iguales. Sobre todo si es un árbol viejo. No. Un día de un árbol es un día en el mundo.” Con estas palabras Haroldo Conti le da conciencia a un álamo en un relato animista de una calidez entrañable, el que da título al libro La balada del álamo carolina. Un brote comienza a trepar hacia el cielo y se sorprende cuando supera la altura de los pastos, año a año es testigo de cómo surgen los retoños y de cómo caen las hojas. Se sorprende también cuando los pájaros hacen de sus ramas un hogar. Si serán misteriosos los días en el mundo: quien alguna vez se empeñó en escribir este notable cuento hoy le da nombre a una casa, a un centro cultural en donde también caen las hojas y algunos seres buscan cobijo.
En el recinto de la ex ESMA, donde los arbustos crecen hasta tapar las garitas de vigilancia, se encuentra el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti y en él, la muestra Arte en Territorio. “Año tras año, aprendemos del intercambio con los colectivos de artistas que son prácticas concretas las que redefinen el territorio y contribuyen a articular nuevos sentidos desde el presente” dice el equipo de Artes Visuales de la institución, que esta integrado por Paula Domenech, Guillermo Marini, Mariana Rocca y Melisa Flores Tortosa. Juntos llevan 4 años buscando hacer visible el trabajo de colectivos de artistas en barrios y en tierras que, por alguna razón, quedan fuera del radar pero dentro de una zona de conflicto. Ellos le ponen el cuerpo tanto a la progresiva merma de recursos como a los problemas que genera la muestra en sí misma, porque coordinar con ocho colectivos de arte y más de cien personas involucradas genera fricciones.
Meses antes de la inauguración Tainá Azeredo, del colectivo Intervalo-Escola, propuso un almuerzo en donde todos los invitados a participar del proyecto llevan su alimento y cuentan algo sobre la comida elegida. A medida que el almuerzo avanza, Tainá, con un fibrón, va anotando conceptos. Compañerxs está en el centro y de ahí salen flechas para todos lados. Afecto escrito justo arriba de afecta. Diálogo, urgencia, resistencia vinculados por una línea doble. Es un registro minucioso del imaginario de un grupo de gente dispuesta a compartir su tiempo y energía por fuera de un esquema individualista. ¿Cómo sacar a relucir lo particular del encuentro dentro de la tremenda inestabilidad en la que vivimos? Nos percatamos de que mucho se juega en tiempo de descuento, en el rato entre un laburo y otro, en la capacidad de hacer algo más con lo que otros piensan que es desecho. También, en la necesidad de comprender que a veces los gestos de desánimo o de miedo en los compañerxs no son algo personal sino un síntoma de cómo el capitalismo nos formatea. En el almuerzo se hacen escuchar las voces y sus acentos. Los grupos se reconocen entre sí como si fuesen miembros de tribus amigas pero distantes. Cada cual toma conciencia del desafío de generar la muestra: se trata de una construcción colectiva, proyectual y espontánea a la vez, algo que se va haciendo sobre la marcha y que busca abrirle un mundo a los demás.
EL MAS ALLÁ URBANO
En el medio de una bruma densa que se posa sobre el puerto, Sabino Wald no tiene miedo. La vías se abren como raíces, avanzan tomando la perspectiva, en el horizonte un montón de containers y unas grúas borroneadas se escabullen con misterio. Ningún otro chico de su edad estaría en ese lugar a esa hora pero Sabino creció en la Villa 31: tanto para él como para su familia el puerto es un lugar intrigante que está a la vuelta de su casa. Empezó a sacar fotos en un taller coordinado por Mariana Ibañez, Paula Navarro y Emilia Gimenez en el Club El Campito, donde las docentes ayudan a los chicos a familiarizarse con el momento fotográfico, a esconder un poco la cámara con el cuerpo para no quitarle espontaneidad a la toma. Los chicos salen así, a buscar fotos y luego en el club las miran y piensan en conjunto. Muchas de esas fotos están hoy en la muestra y es un orgullo que sus miradas puedan trascender los estigmatizados límites del barrio rumbo al más allá urbano.
“¿Cómo traer el territorio?” se preguntan Analía Bernardi y Guillermo Beluzo que viajaron desde Ingeniero White al Conti en representación del museo taller Ferrowhite. “El arte puede ser esa herramienta que ayude a darle otro sentido a un material de desecho”. Guillermo, sin tener en claro para qué juntó tubos de cartón durante meses, hasta que de pronto una mañana su mirada los transformó en algo más. Se convirtieron en el material elegido para hacer la instalación: una maqueta del puerto que es transitable. “Lo que tratamos de representar en este mapa –continua Analía– es el espacio donde usualmente estamos. Un espacio rodeado de terminales cerealeras, de usinas, del polo petroquímico donde se produce buena parte del plástico que nos rodea.” En Ingeniero White, el puerto se ha apoderado del hábitat a tal punto que el riesgo ambiental se encuentra sobre un delicado filo. Todos los jueves por la mañana el sonido de la sirena comunitaria les recuerda a los vecinos y trabajadores del lugar que se vive con la amenaza de daño ambiental permanente.
Volviendo a la 31, Julián Wald, padre de Sabino y responsable del Club el Campito, dice: “El problema al que nos enfrentamos es un agotamiento de este sistema y de su modelo cultural. La mayoría de las propuestas políticas actuales no van en esa dirección, y terminan siendo parecidas. Hace falta un cambio profundo que termine con la estructura de desigualdad en nuestra sociedad; pero que termine también con la destrucción de la Naturaleza que se está realizando. Una nueva sociedad en donde el ser humano vuelva a estar en armonía con las demás formas de vida. Desde el Campito intentamos hacer conciencia sobre eso.” Nieves Cardona Peña, su compañera, lleva adelante la huerta del club, en un ecosistema tan abarrotado que recuerda el apretuje de un circuito electrónico, una huerta que empieza donde terminan los carriles de alta velocidad de la autopista Illia. Un circuito vivo que germina y brinda alimento gracias al calor del Sol al mismo tiempo ve pasar a miles yendo y viniendo, eliminando gases tóxicos a alta velocidad.
La pregunta por la coexistencia con la naturaleza también esta presente en el trabajo del Centro Rural de Arte. Un grupo que lleva al Conti la problemática de los humedales, del uso indiscriminado que se hace de estos hábitats y de cómo eso genera cambios abruptos en las inmediaciones, provocando inundaciones y diezmando la fauna y flora autóctonas. En la muestra una gran canoa de un intenso rojo reposa sobre un muelle construido con resistentes listones. Los y las visitantes de la muestra son invitados a subir al muelle y luego a la embarcación para ponerse unos auriculares y abrirse a las aguas imaginarias de un humedal. Allí no estamos solos porque habita un indio muerto. ¿De donde viene este mito? ¿Es real o acaso es un espíritu del humedal? Tal vez vaga, como zombie lumpen, desde los tiempos de Roca y ya está podrido de los desarrolladores que ven la oportunidad de volcar escombros y hacer otro country. Entonces, cuando el indio ve el volquete en el horizonte aparece y ayuda a comprender la diversidad, a escuchar los cantos de los pájaros y a respetar nuestro medio más allá de la ambición por los dividendos.
La voracidad del consumo
También participan de la muestra el Taller de foto en Barrio Mitre –que puso en marcha la extinta área de fotografía del Conti– con intervenciones fotográficas que muestran la vida barrial en su inspiradora sencillez, de la calidez de un abrazo a un paseo por los murales de Saavedra. Se suma MUCA, un grupo de chiques de La Plata que cuestionan la institución museo, en su propias palabras, “haciendo paracaidismo”. ¿Qué sería eso? Tomar con naturalidad espacios callejeros y volverlos espacios permeables a dinámicas creativas y de intercambio. En la sala desplegaron una intervención con paneles de madera y remeras que se expande por la muestra. Otro proyecto es Militantes, que tiene sede en Alberti, un barrio tradicional y a la vez humilde que antecede la llegada de los countrys en el partido de Pilar. Sol Severina y Ramón Quinteros, los responsables del proyecto, abren su casa para brindar talleres e invitan a otros artistas a mostrar su trabajo a los vecinos. En la sala del Conti muestran entre otras cosas una serie de divertidos retratos hechos en birome sobre banderines porque, como enseña Sol Severina en sus clases, no hace falta dinero para hacer arte.
La Cooperativa Guatemalteca es un grupo de arte que trabaja con la historia y el presente de la villa 31. El grupo esta integrado por Laura Códega, Renata Lozupone, Paula Massarutti y quien escribe estas líneas. Un video de cómo se realiza una toma de tierra, un taller de dibujo manga para adolescentes, una zapatilla gigante cuya marca es por una vivienda digna, todas éstas estrategias singulares utilizó esta cooperativa para correr de la gente los prejuicios que rondan lo villero. “Para esta muestra construímos un retrato del Padre Mugica” cuenta Laura Códega “desde que vamos al barrio escuchamos hablar del Padre, de su ejemplo, de su vehemencia para reclamar por los derechos de los vecinos.” En el Conti, el cura se encuentra abatido en el piso, se observa la basura que se le pegó al zapato y también, una suerte de torbellino, una montaña invertida de residuos que suben hasta el techo. “Queríamos hablar del consumo –continúa Renata Lozupone– de cómo una sociedad que está obsesionada con lo que compra, con lo que tiene y con lo que acumula no logra ver a sus semejantes. Por eso, si bien se sabe que al Padre lo matan López Rega y la Triple A en mayo del 74, nosotrxs como una licencia poética lo matamos con basura. La basura es la voracidad del consumo, el egoísmo de nuestra sociedad. La falta de tiempo para ayudar al otrx”.
Arte en territorio se puede visitar hasta mediados de febrero en el Centro Cultural Haroldo Conti, Avda. del Libertador 8151, de martes a domingo, de 11 a 21