I

Camilo Aldao fijó residencia en la ciudad de Rosario a mediados de la década de 1860, un decenio signado por la guerra de la Triple Alianza, una letal epidemia de cólera y las convulsiones políticas provocadas por la construcción del andamiaje institucional de la provincia de Santa Fe. Años después, su hija Elvira escribió unas memorias en las que, tras evocar la mala impresión causada por la oscuridad y las tinieblas de la noche en la que se produjo el arribo de la familia a la ciudad, recordaba que, bajo el sol brillante de la mañana siguiente, un batallón de niños capitaneados por ella salió a curiosear el barrio que rodeaba a la casa ubicada a pasos de la intersección de la calle San Luis con la calle del Puerto:

"¡Qué horror! Nos mirábamos contristados, pareciéndonos algo terrible tener que vivir en semejante desolación… Mas, cuando mis ojos inquisidores se detuvieron en la esquina de enfrente, deslumbróme un enorme globo dorado, suspendido en una saliente ménsula en el ángulo del edificio, en cuyos dos lados ostentaba en grandes letras, esta enseña: "La Tienda de la Bola de Oro"… que leí con énfasis, en voz alta".

Otra tienda ostentaba su enseña en forma de cruz: "La Zapatería de la Bota Dorada." Enceguecidos por "la deslumbradora brillantez de esos dos prodigios de oro" entre los "miserables casuchos", los huecos de las aceras y los pantanos de la calle, el batallón y su capitana decretaron que Rosario era superior a Buenos Aires. La ilusión de abrir tiendas con enseñas doradas como las que deslumbraron a los chicos que proclamaron la supremacía rosarina parece haber sido más fuerte que la desolación del entorno, el estado de guerra y el temor a la peste porque los hombres y mujeres que llegaron en esa década desde otros puntos del país y del mundo hicieron que la cifra de sus habitantes pasara, de modo aproximado, de 9.000 a 23.000.

Descendiente de familias de antigua prosapia, Camilo Aldao fue, en la subjetivísima valoración de Elvira, uno de "los primeros factores del enriquecimiento" de la provincia de Santa Fe y un "pioneer del progreso." Gobernador por breves semanas, Aldao desmenuzó sus grandes latifundios en pequeñas propiedades para colonos y acometió la "hazaña" de levantar "esa atalaya del progreso" que fue el edificio de altísimos tres pisos que cobijó al Hotel Universal, próximo a la plaza de Mayo, frente a la que hizo construir la casa a la que se mudó la familia a principios de los años 70 del siglo XIX. Decorada con columnas, estucos, mármoles y artesonados, "la casa de la plaza" tenía proporciones de mansión y contaba con vastos salones de fiesta y una terraza que ofrecía una vista magnífica del río esplendoroso que traía la "ola civilizatoria del universo." Pero ésta era ventosa y destemplada, sin "ningún confort." Los Aldao vivieron años en esa "inconcebible incomodidad" hasta que Elvira y su esposo viajaron a Europa, conocieron otro estilo de vida y trajeron de Inglaterra el primer coche particular y el primer cuarto de baño completo e implantaron entre los rosarinos, según la memorialista de la familia, la costumbre de bañarse en todas las estaciones.

II

"Cuadros buenos" fue el título de una nota publicada en la primera página de la edición del 28 de noviembre de 1889 del diario El Municipio. En la casa de Pusterla y Clérici, informaba y juzgaba el redactor, había varios cuadros expuestos y algunos de ellos tenían "realmente valor artístico." Entre los dos mejores estaba el paisaje alpino firmado por Pizzi: "el efecto del conjunto, sin ser el de una obra maestra, puede justificar un precio regular, y sobre todo, evitará que el comprador pase por un hombre de mal gusto." La otra pintura, sin mención de autor, era un paisaje del valle del Marne que pertenecía a la escuela, "muy discutida todavía y no completamente aceptada", de los grandi tratti: "el observador debe mirar esos cuadros sin fijarse en los detalles y a la debida distancia o apretando ligeramente los párpados." Eran cuadros apropiados para los salones de un "amateur de buen gusto" que contaran con la luz y el espacio adecuados.

III

Sobre el filo del año 1890, el periodista italiano Fernando Resasco llegó a Rosario en tren y al salir de la estación del Ferrocarril Central Argentino, en la oscuridad de la noche, se hundió hasta las rodillas en "aquella tercera parte de Rosario, que es el barro." Lo animaba el objetivo de trazar una semblanza ciudadana para incluirla en el libro sobre la República Argentina en el que estaba trabajando. La recorrida, ya a plena luz del día, por la plaza 25 de Mayo lo decepcionó. El monumento patriótico de la plaza principal, juzgó, estaba rodeado por una verja "para defenderlo de las injurias del porvenir. De las del presente no, porque ya es una injuria la obra misma."

La belleza y el arte estaban en otra parte. En el puerto, "indudablemente el mejor espectáculo" , y en el Mercado Modelo, cuya fachada, "de pocas y muy sencillas líneas, era hermosa: estilo de Palladio." También en la calle Córdoba, donde se detuvo

(…] mucho tiempo para admirar, en un edificio nuevo, una de aquellas fachadas de palacio, verdaderamente modelos. De los que, por sus primorosas líneas, por su buen gusto, se labran muy pocos, así en el nuevo como en el antiguo Continente. Este palacio había sido levantado por orden del doctor Camilo Aldao. El portero no supo decirme el nombre del arquitecto; pero por el estilo me inclino a creer que hubo de haber sido un italiano. En esta bellísima fachada predomina el estilo de 1400; hay en ella algo de Sansovino, algo de todo, si ustedes quieren, pero no mezclado caprichosamente, sino con arte admirable. Es muy natural que en una ciudad de negocios como Rosario se distinga, por su belleza y su fausto, la arquitectura de los Bancos.

El barro ofrecía resistencia, la belleza y el fausto seguían ligadas a los negocios, como en la cercana y lejana, a la vez, época de la ciudad de la bota y la bola doradas. Cercana ya que el tiempo transcurrido era ciertamente corto y lejana porque en ese escaso lapso de tiempo Rosario se había transformado en el centro de operaciones comerciales más importante del interior argentino. La ciudad que acogió a los Aldao transitaba, cuando la visitó Resasco, por una vertiginosa etapa de expansión demográfica que haría saltar la cifra de las 50.000 registradas en 1887 a la de las 90.000 censadas en 1895. La expansión urbana y demográfica llegó de la mano de una sensible transformación social: los comerciantes, financistas y empresarios que impulsaron la modernización económica pero también los obreros y los artesanos que la hicieron posible con sus habilidades y su esfuerzo físico estaban ahora organizados en asociaciones corporativas y sociedades gremiales o de resistencia que empezaban a manifestar diferencias respecto del sentido y las formas del proceso de modernización. La exposición industrial de 1888 y las primeras manifestaciones y huelgas obreras fueron expresiones de esa puja de sentido. Fenómenos como la Revolución del 93, cantera de toda una generación de políticos, y la creación de partidos como la Unión Cívica Radical o el Partido Socialista pusieron de manifiesto el tenor de las tensiones políticas y sociales provocadas por dicho proceso.

IV

El Primer Censo Municipal, levantado en el mes octubre del año 1900, procuró contar personas, edificaciones y actividades económicas para administrar el municipio y contar, a su vez, cómo era Rosario para atraer los brazos que faltaban en pos de ahondar la senda que la había convertido, en apenas medio siglo, en la segunda ciudad de la Argentina "por su población, por su comercio, industrias, viabilidad, riqueza y ornato." La llegada de inmigrantes atraídos por la libertad de trabajo, conciencia y por las oportunidades laborales ofrecidas había hecho trepar el número de habitantes a 112.461, extranjeros en un 41.4%. Entre los nacidos afuera del país dominaban los italianos, que constituían el 22.8 % de la población afincada en la ciudad.

Por imperio de una ley histórica y biológica, la ciudad había alcanzado "un alto grado de perfeccionamiento moral y político" y, salvo que causas imprevistas detuviesen su marcha al progreso, se transformaría en poco tiempo, en una de las más "ricas, pobladas y fabriles" de América del Sur. Tenía todas las comodidades y adelantos propios de una sociedad culta: teatros espaciosos; hoteles confortables; escuelas y colegios; institutos de música; fundiciones de hierro; talleres de pintura y escultura; alumbrado eléctrico y a gas; aguas corrientes; una red cloacal notoriamente deficiente; tranvías; cuatro empresas ferroviarias y un excelente puerto natural.

Debido a la abundancia de arquitectos preparados, anotaron los redactores de la obra, "contamos con edificios que, si no son prodigios de elegancia y riqueza, nada dejan que desear en amplitud de departamentos, pureza de factura, higiene y distribución de luz y aire." No primaba entre ellos un estilo: los había de todos los órdenes conocidos en la arquitectura moderna. De los 23 arquitectos contabilizados, extranjeros en abrumadora mayoría, 9 eran italianos. Entre los constructores lo eran 73 de los 108 registrados y en el resto de los oficios vinculados a la construcción y al ornato edilicio la presencia italiana era aún mayor.

Entre esos oficios buscaba su lugar el arte. En las ocho marmolerías que prosperaban al ritmo vertiginoso de la expansión edilicia se hacían trabajos de escultura, pero "hablando con propiedad" sólo había un estudio de escultor con reconocimiento público gracias al mérito de algunos de sus trabajos. Los redactores del Censo también pusieron reparos para calificar como arte a la pintura que se hacía en Rosario. Había nueve "casas de pintores" abocadas al negocio de la pintura en la forma "menos propicia para calificar de artísticos sus trabajos", porque se ocupaban preferentemente de pintar paredes y, en raras ocasiones, de la decoración de salas, techos y zaguanes. La reciente apertura de un estudio dedicado a la enseñanza pública de la pintura en el que tomaban clases "más de treinta hijos de este pueblo" revelaba, no obstante, cierto despertar de "la afición a la pintura, arte al que se mostrado siempre refractaria la población." La "Exposición de Artes y Labores" efectuada un año antes con los trabajos realizados por las alumnas señora Petrona Centeno de Centeno fue interpretada como un indicio de ese despertar artístico.

 

* Texto publicado en el libro Entresiglos, el impulso cosmopolita en Rosario, editado en 2017 por el Museo Castagnino.