Antes de existir, éste iba a ser un cuento sobre gitanos. Y sobre una venganza. En particular sobre los gitanos que se fueron instalando en Maldonado y Punta del Este en los ‘90, algunos muy –demasiado– cerca de los caserones de los veraneantes esteños. Como uruguaya lo recuerdo bastante bien. Para esa gente, era algo así como las invasiones bárbaras. Una cosa era tolerar a la gitana exótica leyendo la mano en la calle Gorlero, otra diferente era que tuviera un poco de plata y se estuviera construyendo una casa como vecina. Y en plena temporada. No conozco la dimensión que tomó la cosa, ni tampoco sé qué pasó con esos gitanos. Si los sacaron, se fueron, o siguen allí.  Pero con eso la cabeza quise escribir un cuento que hablara de una amenaza latente, de una cercanía ominosa para quienes buscan lo exclusivo. Dejar afuera. Pero a medida que trataba de escribir sobre esos contrastes, me iba metiendo cada vez más en la enajenación de una familia de la alta burguesía uruguaya. Y me fui dando cuenta que me interesaba, sobre todo, hablar de otros contrastes o fisuras de clase –las internas– y de un sistema que necesita chivos expiatorios para su supervivencia. Donde el más poderoso le pega al de más abajo y ese de más abajo al que tiene un poco más abajo y así sucesivamente. Hasta llegar a los gitanos. Así que al final este cuento terminó siendo, también, un cuento sobre gitanos. Y sobre una venganza.