Un informe del JP Morgan, con fecha de enero pasado y situado en Punta del Este, se pregunta si el gobierno puede llegar a las elecciones con la economía en plena recuperación. La respuesta es que “no”. La razón principal no es ni desconocida ni compleja: “Hay muy poco poder de compra en pesos en la calle, treinta por ciento menos que a comienzos del período kirchnerista”, detalla. Como para que no haya una recesión galopante. Luego se explaya en la caída de salarios y del crédito y, a pesar de que se espera una “normalización” de la cosecha -es decir ni siquiera un salto productivo, sólo una normalización tras la sequía de 2018- agrega que la actividad en las ciudades siempre tarda más en recuperarse que en el campo, una manera de decir que eso del derrame de la riqueza exportadora no es algo tan automático. Y un panorama que, dicho sea de paso, no incluye el efecto inundaciones. Maravillas de depender del agro en la era del cambio climático.
Las pocas esperanzas se coronan con los efectos propios del año electoral. La causa sería la “incertidumbre política”. Sin embargo, el informe no carga las tintas sobre el “temor al regreso del populismo”, un fantasma que siempre persigue a la derecha vernácula, sino que, acertadamente, focaliza la incertidumbre en lo que podría suceder en los mercados cambiario y de deuda. Descontada la continuidad de la recesión y la inflación los economistas del JP Morgan entienden que las pocas fichas del gobierno estarán puestas en evitar un nuevo salto en el precio del dólar y en que se logre una alta renovación de los títulos de deuda de corto plazo en divisas de la era FMI (Letes y Repos). Con buena memoria histórica recuerdan la cabeza bimonetaria de los argentinos y la tendencia a ahorrar en dólares en períodos preelectorales, quienquiera gobierne. El nivel de esta demanda de moneda extranjera, tradicionalmente conocida como “fuga”, es el que podría alterar todos los planes, tanto de la cotización de la divisa como de la renovación de deuda y, en consecuencia, de la estabilidad macroeconómica y el resultado electoral.
Luego el documento compara los resultados económicos del segundo gobierno kirchnerista, o sea los números del peor momento de la etapa anterior, en tanto fue a partir de 2011 cuando comenzó a operar la restricción externa o escasez relativa de dólares, con los conseguidos por el macrismo. El resultado de la comparación es demoledor, a pesar de las proyecciones optimistas que se realizan para 2019 y la aceptación de los peores números del cuatrienio anterior, se tiene que en 2012-2015 el PIB creció un magro 1,5 por ciento acumulado y la inflación fue del 182 por ciento. Entre 2015 y 2019, en tanto, el PIB acumularía una caída del 3 por ciento y la inflación sumaría 211 por ciento. Es decir que dejando de lado el detalle social –el fuerte aumento del desempleo y la caída de la participación de los salarios en el ingreso– y el bombeo de los números, al macrismo le fue mucho peor que “al peor” (en materia de precios y crecimiento) de los gobiernos kirchneristas. El resultado luce todavía peor si se lo compara con las proyecciones que Cambiemos realizó a comienzos de su gestión, cuando se esperaba para el primer mandato un crecimiento acumulado del PIB del 11,4 por ciento y una inflación, siempre acumulada y para los cuatro años, del 68,9 por ciento. Argentina año verde.
La pregunta que sigue cae por su propio peso. ¿Puede la Alianza Cambiemos ganar las elecciones a pesar de su desastroso balance económico? El informe del banco de inversión repasa los números y los resultados electorales desde 1986 al presente. El resultado, con datos conocidos pero que cobran relevancia cuando se agrupan, es que los gobiernos triunfan en las elecciones cuando hay bonanza económica y pierden cuando los números son malos. La regularidad de estos resultados no supone una ley, no implica que se pueda inducir que el macrismo perderá. Sólo se trata del resultado empírico de la experiencia histórica. Luego el documento, que finalmente es del JP Morgan, también intenta demostrar que es “difícil” que “el populismo”, en referencia al kirchnerismo, vuelva a ganar debido a los sucesivos frenos electorales experimentados desde 2009 al presente con la excepción del 2011.
Si se toman literalmente las conclusiones electorales del documento la idea subyacente es que ni el macrismo ni el kirchnerismo podrían imponerse, lo que explica la reaparición del modelo de “la gran esperanza blanca” de candidaturas de tercera vía al estilo de la de Roberto Lavagna y el sedicente “peronismo” alternativo. Por estos días una parte del establishment económico se desespera en favor de la especie y no son pocos quienes sueñan con un balotaje que excluya al macrismo como única esperanza real para vencer al “populismo”. Se trataría de poder colar en una eventual segunda vuelta electoral una suerte de neomassismo sin Massa, personaje demasiado quemado por su cogobierno con el neoliberalismo.
Finalmente queda la cuestión de la herencia: la deuda externa. El capítulo es largo y, vale reconocer, un poco indignante. Luego de que el grueso de los economistas profesionales se cansaran de repetir que no importaba endeudarse porque la relación deuda PIB era baja, y luego de proclamar durante dos años que en una economía con déficit crónico de divisas era irrelevante endeudarse en dólares para cubrir gastos corrientes en pesos, una ficción instrumental, el JP Morgan hace una suerte de mea culpa y dice que ambas cosas fueron “errores”: el gobierno, sostiene el documento, “subestimó las derivaciones macro de financiar con dólares un déficit en pesos”. Sólo en términos de pasivos externos el resultado de semejante subestimación es que la deuda bruta pasó del 53 por ciento del PIB en 2015 al 91 a fines del 2018 y la neta del 22 al 56 por ciento. En 2001, a modo de comparación, este número era menor, 54 por ciento. Sintetizando, el próximo gobierno deberá enfrentar entre 2020 y 2023 vencimientos de capital e intereses por 116,3 mil millones de dólares. Más condicionado no se consigue.