Desde Londres
En casi tres años de gobierno, Theresa May no le ha encontrado la vuelta al Brexit. El Acuerdo de Retirada de la Unión Europea (UE) conseguido el 25 de noviembre, fue rechazado por el parlamento británico en enero. El mandato para renegociar ese Acuerdo con Bruselas, que votó la Cámara de los Comunes el martes, fue rechazado esta semana por la UE.
Las dos partes sostendrán la enésima ronda diplomática en torno a un acuerdo que debería haberse cerrado en octubre. El 14 de febrero, día de los enamorados, la primer ministro presentará ante el parlamento el resultado de estas conversaciones, pero ni la misma May transmite optimismo. “Queremos un cambio sustancial del Acuerdo de Retirada. No va a ser fácil porque no hay mucho entusiasmo por esta opción entre nuestros socios europeos”, dijo May.
En búsqueda de la cuadratura del círculo, la primer ministro está buscando caminos alternativos en el parlamento. La nueva estrategia es buscar el apoyo de una veintena de diputados laboristas de zonas desindustrializadas que votaron a favor del Brexit en el referendo de 2016. May está prometiendo planes de mega-inversión y otras dádivas económicas a estas zonas abandonadas a la buena de dios por el Thatcherismo en los 80. La iniciativa fue bautizada por los medios y el público de “cash for votes”.
Visto desde May el “cash for votes” es una cuenta de almacén trasladada al parlamento. “Hay un núcleo de 30 Torys que jamás va a votar a favor de lo que May negocie en Bruselas”, explica el matutino The Guardian. Ergo la necesidad de buscar el apoyo de la oposición. En esta búsqueda de ahogado, May empieza a cruzar fronteras impensables. A esas bestias negras de los conservadores que son los sindicatos laboristas, les está ofreciendo reforzar la legislación laboral en la modificación del acuerdo que le propondrá a la UE.
Es una estrategia con una aritmética ajustadísima a la que nadie da muchas posibilidades de éxito porque depende de cuántos laboristas logre seducir y cuántos conservadores se le pianten en el camino. La cosa sería diferente si May buscara un acercamiento con el conjunto del laborismo. Jeremy Corbyn plantea un acuerdo en el que el Reino Unido continúe en la Unión Aduanera con la UE, propuesta que cuenta con el respaldo de los clásicos aliados del Partido Conservador, los empresarios y el sector financiero.
El problema es que esta propuesta es anatema para los euroescépticos conservadores. Puesta a elegir, May parece preferir que el Reino Unido salga de la UE sin acuerdo a que se divida su propio partido. Ante los crecientes problemas para lograr una salida ordenada de la UE, las organizaciones industriales, financieras y comerciales del país están empezando a correr a los botes.
Esta semana la Alta Corte de justicia aprobó los planes de contingencia del Banco Barclays para transferir casi 200 mil millones de euros en activos a Irlanda. El Royal Bank of Scotland inició un proceso judicial similar en Escocia para transferir un 30% de sus inversores, equivalente a un 20% de sus ingresos, a un país de la UE. Según el Institute of Directors, que congrega a ejecutivos de grandes compañías, una de cada tres firmas tiene planes para relocalizarse en el continente en caso de un Brexit duro.
Multinacionales como la japonesa Sony y Parasonic ya trasladaron su sede central a otras naciones de la UE. A fines de enero, Tom Enders, presidente de la europea aeronáutica Airbus, que emplea a 14 mil trabajadores en el Reino Unido, señaló que la estrategia de May era “una vergüenza” y advirtió que se vería obligado a desviar futuras inversiones “en el caso de un Brexit sin acuerdo”.
El temblor se extiende al estatal Servicio Nacional de Salud. Un memo interno de la Fundación de Hospitales Universitarios de Birmingham, revelado por la BBC, señaló que si hay un “Hard Brexit”, “podrían quedarse muy rápidamente sin suministros médicos vitales”. En un tono similar se manifestaron las cadenas de supermercados líder respecto al suministro de productos alimenticios.
No es que el gobierno no lo sepa. De hecho, desde septiembre ha anunciado más de 80 medidas de emergencia para lidiar con el vendaval que se anticipa con el Hard Brexit. El problema más bien es que el Capitán del Titanic sabe que el actual rumbo conduce a los témpanos, pero antes que girar el timón, prefiere preparar a tripulación y pasajeros para que el naufragio no sea tan devastador.
La célebre flema británica parece derretirse ante el tema europeo que polariza a la sociedad y despierta pasiones insospechadas en un pueblo políticamente escéptico y apático. La Unión Aduanera con la UE resolvería el problema más conflictivo, el de la frontera física entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda, sería una solución pragmática, pero May rechazó de cuajo esta posibilidad hace dos años porque, según ella, traicionaría el mandato del referendo de 2016 para dejar el bloque europeo. Ahora no puede dar marcha atrás.
Así las cosas, es virtualmente imposible que el parlamento y la UE celebren el día de San Valentín en la votación del próximo 14 de febrero.