Fue sin dudas importante el triunfo de gremios y docentes, que hicieron retroceder al bestiario macrista en su plan de cerrar las escuelas nocturnas porteñas. Fue una caricia para el golpeado sentimiento popular, y bienvenida sea, sobre todo porque mostró una vez más cuál es el camino: no aceptar el autoritarismo –educativo o el que sea– y resistir pacífica pero firmemente hasta vencer. 

Pero también es cierto que las caricias no curan el cáncer, y es bueno recordarlo. Porque la destrucción en todos los otros planos de la república es brutal y continúa. Han quebrado el sistema de salud, y no sólo la pública puesto que también facilitan abusos de las prepagas. Y ni se diga el sistema jubilatorio, condenado a desaparecer para que la previsión social vuelva a ser negocio de amigos del Gobierno. 

Esta última película ya la vimos, pero no las otras. Son originales, estos tipos, además de malos, abusadores e insensibles. Se aprovechan de todo, y mientras hacen negocios grotescos y repudiables, sus mentimedios trabajan sobre “la gente” y “los vecinos” para que nuevamente se suiciden, como en 2015. Ahora haciéndoles la cabeza, como se dice, con la negación del crecimiento de las protestas contra tarifazos y despidos, y con otros ocultamientos, y el engaño sistemático que vomita las 24 horas el sistema televisivo concentrado. Y ahora, ya se anuncia, con una película que se difundirá en todo el mundo por el inteligentísimo y encantador, pero peligroso, sistema llamado Netflix.

Sí, han leído bien: lo que viene es un filme titulado “Codicia”, que está editando en los Estados Unidos Jorge Lanata.

El tema es “la ruta del dinero K”, como la llama el sistema de patrones y periodistas venales que gobierna hoy esta república. Como si no les alcanzara la agresiva difusión de los inexistentes cuadernos del policía Centeno –fotocopiados de quién sabe qué originales redactados dónde, pero archidifundidos y aceptados por el sistema de servicios judiciales truchos de Comodoro PRO– ahora hacen una película para implantar la mentira a nivel global. La cual comienza con la muerte de Néstor Kirchner en octubre de 2010, y seguramente será estrenada y publicitada –de modo nunca antes visto– en el próximo octubre, o sea días antes de las elecciones. He aquí un avance de esa mentira colosal.

 

Por supuesto, como arma política ideológica en materia comunicacional hay dos estrategias básicas: una la explicó hace años el glorificado historiador y periodista polaco Ryszard Kapuscinski, en su libro Los cínicos no sirven para este oficio. Allí canonizó lo que todo comunicador sabe: “Hay cientos de maneras de manipular las noticias en la radio y la televisión. Y sin decir mentiras. Podemos limitarnos a no decir la verdad. El sistema es muy sencillo: omitir el tema. La mayor parte de los espectadores de televisión reciben de forma muy pasiva lo que ésta les ofrece. Los patronos de los grandes grupos televisivos deciden por ellos qué deben pensar. Determinan la lista de las cosas en que pensar y qué pensar sobre ellas (...) Si no hablamos de un acontecimiento, éste sencillamente no existe”.

La otra –siendo mucho más agresiva– es también mucho más poderosa: en lugar de omitir, evidencia; en lugar de silenciar, declara; en lugar de ocultar, muestra. Pero todas mentiras. Y lo hace a lo grande, con soberbia autoritaria, con acción y movimiento, luces y colores, y declaraciones y textos brillantes y hasta bellos. Sólo que absolutamente falsos. Es lo que muchos canallas hoy llaman “posverdad” y tanto pavote repite sin saber lo que dice.

Ya lo dijo Herman Melville en su memorable Moby Dick: “En este mundo, compañeros, el Pecado, si paga el viaje, puede andar libremente y sin pasaporte, mientras que la Virtud, si es pobre, es detenida en todas las fronteras”.

La basura mediática que trajina la mentira lo hace, es evidente, con aplicación y fanatismo religiosos. Así han logrado imponerse el último quinquenio en todo el mundo. Destruyeron Libia y Siria, se apoderaron de Paraguay, de Brasil y de nosotros, y ahora operan en Venezuela (la mayor reserva de petróleo y de oro del planeta). Y pronto –ojalá me equivoque– en México, Bolivia y el siempre moderado Uruguay. Y Netflix –este redactor lo sostiene desde hace años– es actor principal en la tarea de manipular a los pueblos. Y si esta afirmación genera resistencias, bueno, no lo reconozca quien no quiera, pero la tele, los sistemas de cable y ahora Netflix como sistema planetario son la garantía de engaño a los pueblos.

En algunos mentideros porteños se afirma que en charlas ideológicas de Cambiemos se difunde lo que llaman “Paradigma weberiano”, en alusión al filósofo alemán  Max Weber (1864-1920), quien fue una especie de teórico de la idea de Estado Totalitario y, para algunos, adelantado del nazismo. Para Weber, la democracia consentía modos de liderazgos carismáticos y formas demagógicas para generar o imponer conductas. Por eso desde la izquierda europea fue cuestionado como responsable de preparar “el terreno intelectual” sobre el que se montó el nazismo. Una especie de Durán Barba de hoy, acaso menos maquiavélico. Weber, digamos.

Tenemos que reorientar entonces nuestra inteligencia y nuestra acción: se trata de responderles siempre con información, seriedad y verdad, y podemos y debemos hacerlo desde los muchos, muchísimos medios alternativos de que disponen las personas y los comunicadores conscientes, y que constituyen hoy la esperanza de los pueblos. Quizás algun@s lector@s no lo sepan, pero son decenas, centenares, miles las radios, canales y programas alternativos que dicen la verdad. Somos cada vez más, y vamos a ser mejores –tenemos que serlo– cuando regresemos victoriosos después de las elecciones de octubre.

Hasta entonces, un poco menos de Netflix –y sobre todo cero inocencia y mucho leer, estudiar, conversar, compartir– puede ser una noble acción para detener a estos bárbaros.