Un pedazo de papel –desvelo y condena de una joven becaria inglesa, Kristen Hill– quedará como legado para ser preservado o destruido. Esa página arrancada de los diarios de Lewis Carroll en 1863, intento por eliminar el último vestigio de una historia que debía a toda costa suprimirse, será el principio de una serie de crímenes –además de un suicidio– que tendrá como víctimas principales a un editor y a un periodista; crímenes con varios asesinos que parecen estar inspirados en escenas de Alicia en el país de las maravillas, aunque el envío de fotografías de niñas que tomó Carroll intente desviar el curso de una investigación que llevará a cabo el profesor de Lógica Arthur Seldom, junto al joven estudiante G. Seldom es ahora miembro de la Hermandad Lewis Carroll, institución que decide publicar los diarios del célebre matemático y escritor británico. Los crímenes de Alicia (Destino), con la que Guillermo Martínez ganó el 75° Premio Nadal de Novela, es una excepcional secuela de Crímenes imperceptibles (2003), que fue llevada al cine por el director español Álex de la Iglesia, y que acaba de reeditar Planeta.
“Los que están a la caza de un Carroll pedófilo hasta ahora no lograron exhibir una prueba definitiva”, se dice en Los crímenes de Alicia, candidata a ser llevada también al cine, aunque el escritor aclara en la entrevista con PáginaI12 que “no tiene novedades”. En abril se estrenará la película El hijo, de Sebastián Schindel, protagonizada por Joaquín Furriel y Martina Gusmán, que está inspirada en “Una madre protectora”, la nouvelle que cierra el libro de cuentos Una felicidad repulsiva, que en 2015 obtuvo el I Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez.
– “El crimen perfecto no es el que queda sin resolver, sino el que se resuelve con un culpable equivocado”, dice Arthur Seldom. En un momento, pareciera que Los crímenes de Alicia va por el camino del culpable equivocado, ¿no?
–Eso tiene que ver con mi novela anterior, en la que Seldom tiene una participación en la simulación de los crímenes. Entonces el primer caso policial cierra con un culpable equivocado y el chico todavía no escribió el primero de los casos. Esta novela ocurre al año siguiente de Crímenes imperceptibles. La frase sirve para los dos libros; pero hay una especie de victimario fantasmagórico. Se cree que hay alguien que está en una cruzada contra la pedofilia, pero finalmente no es así.
–Se podría afirmar que hay tres asesinos distintos...
–Tres crímenes y cuatro asesinos, porque, ¿quién es la culpable entre Kristen y la madre? Las dos: una pone el veneno y la otra lleva la caja. La idea es de la hija, pero la madre toma la decisión última de llevarlo a cabo. Esa idea del mensajero que es a la vez el asesino me gusta mucho.
–La carta en la que Kristen confiesa, ¿la tenías pensada de antemano?
–Sí. Lo que no tenía pensado es que fuera una especie de reescritura de una carta muy famosa de la historia de la matemática, que es la carta de (Évariste) Galois, que escribe antes de batirse en duelo. Galois desarrolla una teoría revolucionaria de la matemática, escribe una carta, va al duelo y lo matan. Esa carta está parafraseada en algo que dice Kristen, cuando habla de la gloria y que necesita todo el ánimo para morir a los veinte años, que son frases de la carta de Galois.
–Uno de los temas de Los crímenes de Alicia es lo apócrifo, la relación que hay entre el original y la copia.
–Sí, es un tema que está desde el principio. G se dedica a estudiar la caligrafía. De una serie de biografías que leí sobre matemáticos saqué que (Jules-Henri) Poncairé fue perito caligráfico y parte de los estudios estadísticos que se hacen para detectar si una letra es verdadera o falsa tiene que ver con observaciones que hizo Poincaré durante el juicio a Dreyfus. La cuestión de la autenticidad del documento es lo que pone en marcha una serie de acciones: la posibilidad de que el narrador se introduzca en la trama, el personaje de Leyton Howard… Se encuentra un papel que parece casi imposible que exista. En ese sentido, es como si “La carta robada” estuviera en un sobre que dijera: “carta robada”. Kristen piensa que quizá sea un papel falso y naturalmente aparece la idea de la copia. En el segundo nivel que hay en la novela, me interesaba la recreación de “Pierre Menard, autor del Quijote”; hay un personaje que de algún modo es la copia contemporánea de Lewis Carroll. Las mismas acciones, las mismas fotografías que aparecen con niñitas de la misma edad, ahora tienen un significado opuesto a la de la época; cómo los mismos hechos y las mismas acciones pueden cambiar de signo de acuerdo a cómo son leídos. Hay una especie de “otra vuelta de tuerca” en el final, cuando el papel auténtico queda para todos los expertos como falso.
–Hay una pregunta que sobrevuela la novela: ¿Cómo se juzga una vida?
–Lo interesante respecto a Carroll es que no hay evidencias definitivas de que haya sido un pedófilo. ¿Qué pasa con una persona que tiene las mismas actitudes que Carroll, pero se contiene de tocar a un niño? ¿Cómo se juzga? Me gusta que en mis novelas haya un hecho que no se pueda dilucidar del todo hacia dónde se inclina; que estén equilibradas las posibilidades, los juicios, los argumentos a favor y en contra y todo eso aparece hacia el final en el juicio. Hay una doble intriga en la novela: está la intriga puramente criminal de quién está detrás de los crímenes, y después está la intriga alrededor de la figura de Carroll y cómo entenderlo hoy.
–¿Carroll sería un pedófilo para la sociedad de estos tiempos?
–Totalmente, con mucho menos de lo que hizo. Él anota en su diario que lleva la foto de Alicia semidesnuda como ofrenda a Lord Tennyson, porque era la persona a la que él más admiraba, y Tennyson le dice: “es la imagen más sublime que he visto en mi vida”. Era algo que se practicaba a la luz del día; el sobrino de Carroll escribió una biografía y le dedicó dos capítulos y a nadie se le ocurría pensar en esa época que algo pudiera estar mal. Recién en 1950 se sugiere la posibilidad de que hubiera algo indebido.
– “Nuestra época, aparentemente tan liberada en lo sexual, ha vuelto a convertir el desnudo infantil en tabú”, se dice en la novela.
–Ahora no podrían circular fotos de niños desnudos. En la época de Carroll también hubo vaivenes. Cuando él empieza con la fotografía, el desnudo infantil era ampliamente aceptado; estaban las fotografías y pinturas de (Oscar Gustav) Rejlander, que eran compradas por la realeza. Los niños eran considerados querubines, como ocurre en otras culturas. Pero luego la fotografía comercial se extendió y apareció la fotografía pornográfica, se creó la Sociedad para la Supresión del Vicio y todo lo que era desnudo cayó dentro de la misma bolsa y Carroll dejó de hacer sus fotos. Antes de esa época hizo la serie que es más shockeante de una niñita con el pubis expuesto, una foto que recuerda más bien una pose de modelo pornográfica. Pero no hay una prueba definitiva, depende mucho de cómo mire cada uno las fotos. Carroll es un personaje muy extraño, yo mismo no tengo ningún juicio definitivo sobre él. Me interesaba más poner sobre la mesa todos estos elementos y cada lector decidirá.
–¿Por qué en Los crímenes de Alicia los criminales son personas educadas?
–Por el contexto, por la ciudad, yo quería que se diera eso. Pero a la vez el narrador logra ver por debajo otra cuestión que queda abierta para los demás personajes de la historia, que es el suicidio de la hija de Albert y Laura; es como si el narrador viera cómo fue toda esa historia; sospecha que esa nenita lo conoció a Henry Haas, cuando era más joven, y que se suicidó por Haas. Pero si él revela eso, lo matarían inmediatamente. Hay otra tensión criminal en juego que no termina de resolverse porque el narrador, que puede unir esos hilos, se retira de la escena. Como en toda novela policial, hay que conseguir que las personas aparentemente más inocentes tengan su costado de posibles sospechosos; es parte del acto de ilusionismo que es la novela policial.
–¿Qué aspectos o cuestiones de una sociedad te parece que están condensadas en la novela policial?
–Lo que más me llamó la atención de algunos crímenes que no quedaron del todo resueltos, como María Marta García Belsunce, como Nora Dalmasso, el crimen de la amiga de Lucila Frend, es que nunca hay algo así como un conjunto sólido de hechos de los que partir, que estén acreditados de manera indudable. La novela policial clásica parte de algunos datos que el lector tiene que conocer y dar por sentado para poder darle algún sentido a lo que viene a continuación. En general esa parte está dada por la información policial; es la función literaria de la policía en la novela policial. En la Argentina nunca tenés una base… siempre quedan dudas y lo interesante es que esas dudas, desde el punto de vista gnoseológico, van creando opciones y puede ocurrir que la persona sea culpable o inocente y que las conjeturas se vayan equilibrando. La novela de intriga está más cerca de representar algo de lo que está ocurriendo en la sociedad argentina que la novela negra. Me resulta más atractiva la novela de enigma y por eso elijo ese género. No es que tenga nada en contra del otro. La realidad argentina es tan enloquecedora que se parece más a la novela de enigma, con esos crímenes que quedan un poco en la nebulosa. El lector de novela policial siempre lee bajo sospecha todo lo que se le dice.
–¿Más cerca de qué tipo de novelas policiales estaría Los crímenes de Alicia?
–Es una novela de intriga clásica, que tiene esta doble intriga con la exhumación literaria. La asocio con las novelas que me gustaba leer en la adolescencia, el relato clásico de intrigas, pero a la vez tengo tres vertientes en lo que escribo: una es el relato de las escenas literarias y en esta novela está la mezcla entre esos dos mundos, aparecen los editores, los diarios íntimos, el papel arrancado, la carta, y por otro lado la matemática, la lógica, las hipótesis. Las otras dos vertientes son el relato policial y el relato familiar. Witold Gombrowicz tiene una idea extraordinaria que aparece en Cosmos y en el relato “Crimen premeditado”: la investigación es como un campo magnético que deforma el campo a investigar. Ese es el leitmotiv de Arthur Seldom.
–Siempre está la sospecha de que la policía embarra la cancha. Seldom se siente culpable por haber llamado a la policía y dice que se hubiera evitado los crímenes...
–Eso lo pongo como un chiste, que tiene que ver con otra cuestión. Cuando publiqué Crímenes imperceptibles, me preguntaron por qué no la había situado en Argentina. Entonces yo respondí –y después lo escribí en una pequeña nota– que en la Argentina cuando hay un crimen sin resolver todo el mundo sabe que el culpable es la policía. En esta novela recupero esta idea un poco en chiste. Lo que Seldom quiere decir es que si pasamos a la acción las cosas se van a salir de carril. La acción provoca sus propias distorsiones.