Como esa caricia que nunca llega a la piel…

Las estrellas son sin cuenta, las pinceladas también. La niña se llama Milka y nació a principios del siglo pasado en un barrio en las afueras de Varsovia. La estoy escuchando cantar en medio de la doble hileras de cipreses. No es fácil entender todas sus palabras, canta en polaco.  La música no acepta los idiomas. Los cipreses tampoco, a pesar de ser tan europeos, de cuando el mar era sólo el Mediterráneo. El viento de la llanura los acaricia/atraviesa y los cipreses, sus ramas, sus hojas, son melodías de la misma melancolía.

¿Las nostalgias viven en el barrio infinito?

Es una tarde de primavera y no estoy en ningún jardín. Camino entre yuyos y escucho el dibujo. Milka se subió a la mesa cuando toda su familia estaba durmiendo. En la casa no hay ningún almanaque, desde la ventana que la canción me deja mirar no se puede ver el Vístula. O tal vez sea el Vístula mismo, pero no en su parte más profunda. Milka no conoce el río ancho y profundo: sólo la isla y el arroyo.  Nunca lo cruzó.

La nena canta en un dibujo.

¿Hay cipreses en Varsovia? El fuego nunca es verde ni oscuro. En mi simple ser, hay cipreses creciendo desde 1.969, cuando en una clase del Politécnico uno de los Hernández Larguía abrió una diapositiva con una pintura de Van Gogh. Los cipreses vibraban su energía, los detalles del  holandés eran parientes de los plátanos de mi barrio: las hojas nunca dejan de bailar.

La música como herramienta de lo imposible.

Milka se subió a la mesa cuando su madre estaba durmiendo. Ella sólo quería acariciar la pava. Es una bruta pava de chapón, la única que su madre había podido comprar/tener para calentar agua.  La pava está ennegrecida y abollada en varias partes; pero la acaricia,  la pava brilla y se convierte en una lámpara mágica. La ventana empieza a ser  canción, ve un barco enorme, más grande que todo su barrio y lleno de luces rielando en la piel del río. Milka tiene el cabello rubio y largo, más largo que su  gracioso gorro de dormir y sueña con viajar lejos lejos en ese barco grande.

La pincelada es una nota de libertad.

Sigue siendo una tarde primavera, la canción sigue sonando  y los cipreses no están en un parque. Mis pasos avanzan entre el yuyo salvaje que crece entre las tumbas del cementerio judío abandonado. Sus puertas están cerradas y muchos judíos quieren ocultarlo. La canción de la niña se escucha a través del murmullo del viento cubriendo la doble hilera de cipreses que separa el cementerio. Hacía el sur están las tumbas de mármol negro de cafishos y madamas, hacia el norte están las hileras de sepulcros de arena y cal: las de las chicas cautivas en el prostíbulo de San Fernando (Baigorria).

La esperanza nunca muere en la canción del pincel.

Milka hace tiempo que cantó el dibujo al dorso de una carta que le fue devuelta desde su Polonia. Apenas había dejado de ser niña cuando se dejó llevar por un hombre a un barco que no tenía tantas luces, cruzó un mar que nunca había podido imaginar y fue obligada a prostituirse en beneficio de los mafiosos de Zwi Migdal.

Muchas lápidas están grabadas en hebreo, la de Milka no.

Me alejo, la ventana sigue abierta, ella no deja de cantar su canción. En las últimas notas cuenta que un obrero de Celulosa,  enamorado de ella, quiso ayudarla a escapar. Al llegar a la puerta del pasillo, recordó que había olvidado el dibujo. Fue atrapada por el guardián.

La canción terminó. La niña ya no juega en la mesa. El murmullo de los cipreses me empieza a lastimar. Como esa caricia que nunca llega a la piel.

Una hilera doble de cipreses divide cementerio judío de Granadero Baigorria. Hacia el sur de la frontera de los cipreses están las tumbas de los criminales de la Zwi Migdal, tumbas lujosas de mármol con nombres de cafishos y madamas judíos que por décadas explotaron sexualmente a muchachas judías pobres que traían con engaños de sus pueblos. Igual a cómo hicieron los asesinos de Marita Verón. Al norte de la canción, están las tumbas de cemento de las esclavas sexuales.

Los cipreses nunca dejan de cantar la canción de Milka en el cementerio abandonado. Muchos necesitan "olvidarlo" porque es la prueba de un crimen repitiéndose en iglesias que defienden "las dos vidas", municipalidades y ex CCD.

El cementerio israelita de Baigorria no tiene tumbas de niños ni adolescentes.