I. La idea, proveniente tanto de la izquierda como de la derecha, según la cual bajo determinadas circunstancias se critica una cierta disociación entre discursos y prácticas es de una banalidad insoportable. Los discursos son siempre articuladores de prácticas, interpretan, comprenden e incitan formas de acción. También tienen un carácter performativo, configuran mundos. Esto significa que no hay práctica fuera del discurso, o que no hay práctica sin un discurso que le dé sentido. De ahí que el “discurso” en Foucault, el “sentido común” en Gramsci o la “ideología” en Althusser también son prácticas que constituyen un campo de disputa en sí mismo. El problema del discurso neoliberal no es su “disociación” con la práctica sino su propia naturaleza discursiva, es decir, su racionalidad: hacer de la “forma empresa” la matriz de toda existencia social. Valga esta misma aclaración para las críticas al kirchnerismo, aunque en sentido opuesto. Que el discurso sobre la igualdad y los derechos –constitutivo del discurso kirchnerista– no se haya materializado totalmente en las prácticas no habla de una “disociación” entre discurso y práctica, sino de una condición profundamente democrática para su verificación.
II. Durante estos años nos hemos acostumbrado a considerar a la ideología como una mala palabra: si alguien está en la ideología está en la falsedad o el error. Sin embargo, la ideología es irreductible y lo importante es saber, en todo caso, cómo funciona: sus mecanismos, sus aspectos reproductivos y transformadores, para ejercer así una crítica inmanente, a partir de la práctica ideológica misma. Necesitamos de la ideología para producir cohesión, unidad, convicciones, ficciones útiles que se articulen en sus tres aspectos principales –la interpelación, el reconocimiento y la materialidad de sus rituales– con la formación política y científica, puesto que con las demás prácticas no basta. Lo que durante el kirchnerismo se llamó “épica” o “mística” es nada menos que la ideología y resulta indispensable; pero tenemos que comprender a su vez la materialidad de la ideología y que no todo es ideología, o, lo que es lo mismo: la ideología es no-toda. De ahí que se vuelva imprescindible entender cómo se entrelaza la ideología con las otras prácticas: el psicoanálisis, la política, la ciencia, la filosofía, el arte, etc. Todos, en tanto seres que realizamos prácticas, necesitamos de una ideología común, sea ésta ideología de género, feminista, populista, liberal, comunista o plebeya, desde la cual dar batalla también al discurso de la derecha que suele arreciar desde los medios de comunicación y sus ideólogos. No podemos combatirlos solo invocando la racionalidad de un saber científico, o la estricta lógica política; nuestra virtud se juega en el entrelazamiento tópico entre esas prácticas y la ideología. La práctica ideológica guarda así su especificidad y su eficacia, sobre todo si es materialista y está advertida del resto. Debemos asumir un punto nodal estratégico que despeje el campo y marque la diferencia; allí es la práctica ética la que nos orienta en la coyuntura.
III. Tan entretenidos estamos todos con el “efecto posverdad” que lo más importante pareciera ser transformarnos en chequeadores de información. Como si lo principal que tuviéramos que hacer con la proliferación de discursos e imágenes fuera compararlos una y otra vez con una especie de base de datos de la verdad. El desafío no es desenmarañar las posibles verdades presentes en un mar de engaños. Lo que falta es, ante todo, una disposición frente al discurso que nos permita jerarquizar, valorar, comprometer, transformar, revisar lo que somos. Faltan maestros, faltan amigos. Y antes que eso, como su condición de posibilidad, falta que tengamos la valentía de buscar maestros –incluso de constituirnos en tales si esto fuese necesario– y de dejarnos encontrar por nuevos amigos. Solamente una dislocación producida por un otro significativo puede hacer que prevalezca un silencio por sobre los ruidos y una palabra justa que finalmente nos toque. Son los maestros y los amigos quienes nos ayudarán a guiarnos en ese magma de discursos a la vez confuso y monótono. Y lo podrán hacer porque vienen con nosotros.
IV. Para combatir lo que hemos denominado “efecto posverdad” y encontrarnos a través de distintas prácticas entre maestros y amigos, necesitamos mostrar que la verdad implica y transforma radicalmente a los sujetos: nosotros mismos. Hay una frase terrible que nos interpela desde su gravedad y fuerza inercial, escuchada al azar y repetida con frecuencia: “Prefiero estar peor con Macri que mejor con Cristina”. ¿Cómo entender esa forma de la razón que está dispuesta a sostener al actual gobierno aún en contra de sus propias condiciones de vida? ¿Cómo no caer en la postura condenatoria de cierta razón militante y evitar también la rápida comprensión del piadoso recolector de opiniones del sentido común?
El punto nodal estratégico no estaría entonces tanto en la lucha económica, ni siquiera en las luchas políticas o ideológicas mencionadas (la tan mentada “batalla cultural”), sino en las prácticas éticas y de cuidado de sí que puedan producir realmente la diferencia cualitativa para que, ahora sí, las luchas económicas, políticas e ideológicas cobren un inusual sentido de transformación de la sociedad en su conjunto. Algo de eso está mostrando el movimiento feminista al hacer crujir, desde sus cimientos, pero con responsabilidad y cuidado, el suelo mismo de nuestra sociedad patriarcal.
Porque, sin dudas, el problema mayor no es tanto el ostensible fracaso de las políticas económicas de este gobierno, ni los denodados esfuerzos de organización política y búsqueda fallida de unidad por parte de la oposición. La persistencia de la imagen positiva del actual presidente y el rechazo de cierta parte de la sociedad a la política en su conjunto no responden al problema del mayor número. Si esto fuera así, alcanzaría con conseguir más militantes. El punto nodal consiste en la necesidad de formación de mejores cuadros en todos los planos y frentes posibles, que puedan mostrar una diferencia significativa a través de modos concretos de organización, formas de relacionarse y de decir ejemplares, que expongan subjetividades implicadas en un proceso de transformación real y muestren que otro modo de vida es posible y deseable. Si no producimos ese verdadero “cambio”, ese significante vacío permanecerá junto a la ideología que lo sostiene hasta que advenga la catástrofe...
* Diego Conno es politólogo, docente e investigador de la UNAJ, la UNPaz y la UBA. Diego Singer es filósofo, docente e investigador de la UBA y la Unsam. Roque Farrán es filósofo, docente e investigador del Ciecs, la UNC y el Conicet.