Desde Caracas
Juan Guaidó y la oposición venezolana construyen día a día un muro que los rodea y que de a poco los encierra en su obtusa decisión de terminar, por los medios que fueran, con el gobierno constitucional de Nicolás Maduro. Sin embargo, no se trata de un error de cálculo o construcción lo que comete el diputado, ingeniero de profesión, sino que forma parte de una estrategia antes escrita y diseñada donde su rol es ser la cara visible de este plan destituyente. En ese juego, Guaidó no tiene autoridad para negociar con el gobierno bolivariano ni con aquellos que ofrecen mesas de diálogo porque, más allá de lo que exprese en los medios, no deja de ser un peón. Su rol es azuzar la crisis a través del plan de ayuda humanitaria con el que oculta el ahogo económico y financiero que vive el país fruto del bloqueo que aplica el gobierno de los Estados Unidos con el beneplácito de Europa. Guaidó no tiene ni siquiera capacidad de salir por arriba de ese muro. No se lo perdonarán sus seguidores que dilapidan odio y reclaman sangre por las redes sociales y tampoco la administración de Donald Trump que lo controla.
De todas formas el diputado cumple con entusiasmo el rol que le adjudicaron pero el tiempo no le sobra. Mientras el gobierno de Nicolás Maduro no se repliega y mueve sus hilos en la política doméstica como en el extranjero, Guaidó sólo tiene promesas para ofrecer. La famosa ayuda humanitaria continúa siendo un anuncio y una propuesta. Sus colaboradores, mucho más histriónicos que él, hablan sin cesar por los medios diciendo que ya está llegando ese auxilio y lo hacen como si se tratara de una caja de encomienda que una madre envía a sus familiares a otra provincia. Para colmo, tanto la ONU como la Cruz Roja advirtieron que no serán parte de esa pantomima porque deben cumplirse una serie de requisitos que tienen que acordarse y cumplirse con el gobierno que recibe la ayuda, esto es, Maduro. Es por eso que el presidente bolivariano define a la ayuda humanitaria como un show mediático.
Dirigentes del chavismo consideran que el objetivo de la oposición es generar, a través de la ayuda humanitaria, un conflicto fronterizo mediático cuando no les permitan ingresar los camiones que dice la oposición contar. No está claro si aquello será suficiente como para justificar la tan mentada invasión que, de concretarse, también necesita tiempo para su puesta en marcha. Esa espera es posible que Guaidó la entienda, además de estar obligado, pero no está claro si lo comprenderán los fanáticos seguidores de la oposición que le reclaman la cabeza de Maduro. Ese sector de la población, la más adinerada y privilegiada, se autoalimenta de rencor propio de clase y consume con fruición las promesas que le hacen los partidos de la oposición.
En el mientras tanto, Guaidó llama a sesionar a la Asamblea Nacional que preside pero aunque debatan y aprueben leyes ninguna llega a transformarse porque no controla los resortes del Estado, ni siquiera la imprenta del boletín oficial para contar con la formalidad de una ley sancionada. Eso, con el correr de los días provoca desconcierto y descreimiento entre los seguidores que ven que todo sigue como siempre porque, al menos en Caracas, la vida continúa dentro de los carriles convencionales de la normalidad.
De todas maneras el peligro de la invasión forma parte del cálculo de probabilidades y Maduro no descuida ese flanco por aquello de lo imprevisible que resultó ser Trump a quien tampoco le conviene fracasar frente a un presidente latinoamericano. En ese sentido, Maduro no dejó de trabajar sobre la unidad de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana que, a diferencia de países como la Argentina, no está integrada por los hijos e hijas de las clases privilegiadas. Por supuesto que hay defecciones pero esas están lejos de ser la gota que horada la piedra porque no hubo una huida en masa como preveía y había prometido el diputado Guaidó.
La crisis está lejos de resolverse. Lo que no está del todo claro es cómo se superará este momento en particular. Maduro ofreció y continúa habilitando alternativas mientras Guaidó permanece detrás de su muro que se cierra a su alrededor y que no simboliza democracia y mucho menos libertad.