La investigadora Leticia Bentancor, del Conicet, en el Laboratorio de Ingeniería Genética y Biología Celular y Molecular de la Universidad Nacional de Quilmes, encabeza uno de los grupos que estudia el síndrome urémico hemolítico (SUH), una enfermedad infecciosa que afecta principalmente a niños y es transmitida por la ingesta de alimentos mal cocidos o bebidas contaminadas. Para el SUH todavía no hay vacuna ni tratamientos disponibles, y diversos equipos de Argentina buscan estrategias capaces de solucionar un problema complejo que cruza salud pública y seguridad alimenticia. Luego de una estadía en Boston (EE.UU.), en 2012 regresó a Argentina con el programa de repatriación. Hoy la situación es muy distinta y está preocupada porque, en épocas de ajustes y retrocesos, esa posibilidad está clausurada para los más jóvenes que comienzan a irse.
–¿Qué es el síndrome urémico hemolítico?
–Se produce tras la ingesta de carne mal cocida, verduras mal lavadas, leche no pasteurizada, entre otras bebidas y alimentos contaminados con una toxina denominada shiga. Es producida por la bacteria Escherichia coli y la secuencia codificante se halla dentro de un virus que está inserto en el genoma de la propia bacteria. En Argentina, se trata de una problemática central para la salud pública porque nuestro país cuenta con el índice más alto a nivel mundial (13 por cada 100 mil niños menores de 5 años) y, además, es la principal causa de falla renal aguda en la infancia y la segunda de trasplante renal en la adolescencia. Como si fuera poco, las secuelas, crónicas o neurológicas, afectan al 30 por ciento de los pacientes. Aunque la diálisis peritoneal ha reducido significativamente la mortalidad, aún no existen terapias preventivas, ni tratamientos específicos que posibiliten controlar el nivel de daño. Fue el doctor. Mohammed Karmali, investigador en Canadá, quien describió las características de la bacteria y el virus bacteriano –denominado “bacteriófago”– causante del SUH. De hecho, cuando uno compra esta toxina en el extranjero para realizar experimentos resulta casi de película la cantidad de autorizaciones que se deben completar para recibir apenas unos microgramos del insumo.
–¿Podría explicar cómo opera este virus?
–El virus infecta a la bacteria, se inserta en su genoma y permanece latente hasta que se produce una situación de estrés. Por ejemplo, Escherichia coli y su variedad particular “O157:H7” se halla en la flora intestinal del ganado. Durante el faenamiento, las vacas se colocan hacia abajo de manera que los intestinos recaen sobre el resto de la carne y ésta se contamina con las materia fecal presente en los intestinos. Por eso la carne picada resulta la más contaminada, por tener una mayor superficie disponible, y de ahí que el síndrome sea conocido como “el mal de la hamburguesa”.
–¿En qué consiste su investigación?
–Al comenzar con las investigaciones advertimos que, si bien se había avanzado en el conocimiento del agente y los mecanismos que producen el SUH, aún no se contaba con terapias específicas ni vacunas. También sabíamos que los antibióticos están contraindicados, ya que provocan la escisión del bacteriófago y, por consecuencia, inducen a incrementar su replicación y la expresión de toxina. Entonces, nuestro propósito apuntó a disminuir la producción de toxina mediante la inactivación del virus. En el presente, estamos detrás de agentes antibacteriofágicos, esto es, pretendemos bloquear el bacteriófago en el intestino y cortar su circuito de infección al interior del cuerpo. Hemos obtenido resultados alentadores que podrían ser evaluados en otras enfermedades donde los bacteriófagos son los responsables de expresión de toxinas. En uno de los papers propusimos el empleo de quitosán, un aditivo aprobado por la FDA (Administración de Medicamentos y Alimentos, por sus siglas en inglés) en EE.UU. y, también, probamos la aplicación de péptidos antibacterianos.
–¿Qué resultados obtuvieron?
–Los ratones que recibieron quitosán, luego de la infección con un bacteriófago, disminuyeron la concentración de la toxina. También lo evaluamos en un modelo de infección con E. coli y con una sola dosis sobrevivió el 50 por ciento de los animales. Por lo cual, creemos que es necesario continuar esta línea de investigación optimizando la dosis de post infección para disminuir aún más el desarrollo del SUH.
–Más allá de sus aportes, la ciudadanía debería conocer las medidas de prevención. ¿Qué hay de la seguridad alimenticia?
–Por supuesto, más allá del posible desarrollo de una vacuna o de cualquier clase de terapia es central la educación, la seguridad alimenticia y el establecimiento de un diagnóstico precoz. Los argentinos no tenemos conocimientos precisos acerca de cómo debemos organizar las heladeras, lavar las verduras, o bien, sobre cómo utilizar los diversos utensilios (tablas y cuchillos) para cortar la carne cruda y la cocida. Siempre recomendamos cocinar bien las carnes hasta que no queden rosadas ni jugosas por dentro, ya que la bacteria que causa la enfermedad muere con una cocción mayor a 72° C. También resulta fundamental el empleo de agua potable para beber, cocinar o lavar los alimentos; además, es necesario lavarse las manos antes de cocinar y mantener la cadena de frío de aquello que vamos a comer. Son costumbres que tenemos que adquirir y, sobre lo cultural, como te imaginas, también hay que trabajar mucho.
–¿Cómo es la realidad de los jóvenes que trabajan en su laboratorio?
–Los jóvenes ya están pensando seriamente en irse y muchos de ellos no regresarán porque tienen buenas oportunidades laborales en el exterior. Algo similar ocurrió con mi generación, recibida en 2001. Los jóvenes que se doctoran son profesionales que se formaron en la universidad pública por cinco años y recibieron una beca doctoral o de agencia por otros cinco años. Son personas altamente capacitadas en las cuales el Estado invirtió durante una década para su formación. Realmente lo que ocurre es gravísimo y es muy triste para todos los que formamos parte del sector científico-tecnológico.