El escenario como un territorio ocupado. Las balizas ordenan un pasillo por el que trajinan los personajes. Son todos hombres con poder. La urgencia de la política, que tiene en el general Lanusse a un presidente de facto gris en un contexto iluminado por la épica de una militancia joven, todavía convencida de su triunfo, se mezcla con la celebración del casamiento de la hija del militar en la quinta presidencial donde la batalla no va a detenerse.
Pero lo que guía esta historia es la cabeza de Jacobo Timerman y su destreza para pensar un diario sumido en las contradicciones que lo reconocen como un personaje tenebroso y apasionado, un intelectual en la letra manchada con tinta.
En la redacción de La Opinión desbordaban lxs jóvenes guerrillerxs que, en secreto, odiaban a Timerman. Es que este periodista que supo crear un diario para la clase media ilustrada, esa a la que no le interesaban ni los deportes ni la quiniela sino pertenecer a un mundo de palabras más exigente y a una información precisa que le diera esa sensación de saber por dónde pasaba la política arrasadora de los años 70, era alguien que cruzaba su ideología con su ambición y su terquedad.
La Opinión era la obra de una personalidad que sabía identificar un lector similar a esa sed insaciable de infinito a la que Timerman se refiere citando a Lautréamont. Eva Halac construye una dramaturgia que mezcla en una serie de diálogos cruzados (expresión de esa superposición de conflictos en la que están hundidos los protagonistas) la intriga de la conversación de estado y de la discusión en la redacción de un diario de élite, como si fueran la misma cosa. El afán revolucionario de los jóvenes redactores, aquí encarnado por Julián Sorel, entra en un contraste definitivo con las formas de Lanusse y Bustamante. Esos militares sobrepasados por las divisiones en sus propias fuerzas, con la amenaza siempre vigente del regreso de Perón como la gran figura política que los aplasta, son la caracterización de una situación explosiva que no lograba apagarse.
Timerman lee una época que va a destruirlo. En la composición de Guillermo Aragonés, es un hombre entregado a la insatisfacción que le da esa exigencia por pensar un periodismo aliado con el talento, más allá de las enemistades ideológicas. Un personaje que ve el conflicto desde la panorámica de su profesión y que será capturado por el sector enemigo. Alguien que quiere contar ese momento histórico en el formato de una nota periodística. Por eso para él siempre las líneas que se enfrenten serán dos y verá el reportaje donde otros encuentran la oportunidad para continuar la lucha armada por otros medios.
En el concepto wagneriano que Eva Halac tiene del teatro, las imágenes conforman una narrativa. El espacio intervenido donde los objetos hablan de la obstrucción, de un estado permanente de incidencia sobre los cuerpos, es contado en ese escenario amplio pero que siempre limita la circulación, que le quita libertad al desplazamiento, donde los personajes parecen estar acorralados. Es en los cuerpos, en esa relajada frivolidad que muestra el personaje de David Graiver, interpretado por Cristian Majolo y en el ímpetu de Julián Sorel a cargo de Juan Pablo Galimberti, en ese estado intemperante de Timerman donde la infancia pobre dejó una herida, se inscribe el constaste en los modos de vivir el drama que le da un dinamismo imparable a una obra que parecía destinada a desarrollarse en la pasividad de un escritorio.
En esos resortes teatrales que descubre Eva Halac para destacar una épica del empecinamiento, Timerman se vuelve un héroe tan cuestionable como fiel a la letra insaciable de su diario.
J. Timerman se presenta los viernes y sábados a las 21 y los domingos a las 20 en El Cultural San Martín. Sarmiento 1551. CABA.