Este año volvemos a organizarnos para la huelga feminista en todo el mundo. Nosotras y nosotres paramos: en las casas, en las ferias, en las fábricas, en las universidades y en todos los lugares de trabajo; en la selva, en las ocupaciones de tierra y en las villas; en las economías populares y en los trabajos precarizados; en las calles y en las comunidades, en los hospitales y en el campo. Paramos en todos los lugares y ampliamos una vez más el paro: hacemos saltar sus fronteras, le inventamos nuevas geografías. Redefinimos así los lugares mismos donde se trabaja y se produce valor. Reconocemos y dignificamos las labores históricamente invisibilizadas, explotadas y despreciadas: el trabajo reproductivo, el trabajo comunitario, el trabajo migrante.
También paramos contra la familia heteropatriarcal y el confinamiento doméstico, contra la explotación de nuestros territorios, contra el abuso sexual de los machos en posiciones de poder, contra los femicidios y travesticidios, contra la criminalización de lxs migrantes, contra la clandestinidad del aborto, contra la justicia patriarcal, contra el empobrecimiento y el endeudamiento sistemático, contra el asesinato de las lideresas territoriales, contra el racismo, contra los fanatismos religiosos y la moralización de nuestros deseos. Porque paramos contra las estructuras y los mandatos que hacen posible la valorización del capital.
Porque hemos logrado componer transversalmente todos estos sentidos, tiempos, espacios y prácticas de la huelga es que nos hemos convertido en un movimiento verdaderamente anti-neoliberal, capaz de bloquear y a la vez evidenciar todas las violencias que hoy exige la acumulación capitalista.
El fascismo global es una respuesta a esto. A la masividad, radicalidad e internacionalismo que hemos desplegado como movimiento feminista desde la multiplicidad de feminismos. Escuchamos al presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, enunciar como primer punto de su programa combatir a la llamada “ideología de género” (concepto impulsado por la Iglesia católica y manipulado por los evangelismos a través de las campañas #ConMisHijosNoTeMetas, después de que ese país haya tenido sus movilizaciones más grandes impulsadas por el movimiento de mujeres, lesbianas, travestis y trans para repudiar la muerte de Marielle Franco –negra, lesbiana, favelada– y para gritar #EleNão. Hemos visto esa misma respuesta fascista en el decreto Pillon a favor de la familia heteronormada en Italia y en la victoria de la ultraderecha en el sur de España. Lo hemos visto en la impunidad del juez de la corte Kavanaugh en Estado Unidos y en la crueldad de Trump con lxs migrantes. Lo hemos visto en Argentina, donde el gobierno de Mauricio Macri no deja de imponer políticas neoliberales que se articulan en una criminalización de la protesta, persecución de dirigentxs sociales como Milagro Sala, militarización de los territorios, además de incrementar la feminización de la pobreza y la precarización de todas las existencias.
El fascismo lee nuestra fuerza. Es imposible enfrentarlo moderando las demandas del movimiento feminista. El movimiento feminista no es cotillón de ONG, ni es inofensivo en términos de disputas políticas, ni puede ser banalizado como lenguaje de legitimación para prácticas neoliberales.
No hay oposición entre la urgencia del hambre a la que nos somete la crisis y la política feminista.
Creemos, por el contrario, que es el movimiento feminista en toda su diversidad el que ha politizado de manera nueva y radical la crisis de la reproducción social como crisis a la vez civilizatoria y de la estructura patriarcal de la sociedad. El movimiento feminista se hospeda al interior de organizaciones diversas y por ello está presente en las luchas más apremiantes del presente. Hemos visto a las jefas de hogar sacar las ollas a la calle y ponerle el cuerpo a la denuncia del ajuste, la inflación y la deuda. Hemos visto a las sindicalistas contestar las reformas laborales regresivas. Hemos visto a las mujeres indígenas del Abya Yala impulsar la plurinacionalidad de nuestros encuentros frente a la misoginia de los parlamentarios que se creen representantes de la nación. Hemos visto a las mujeres negras y afro defender sus territorios contra las violencias racistas y coloniales. Hemos visto a las pibas en situación de calle discutir qué son las violencias de las economías ilegales. Hemos visto a las presas denunciar la máquina carcelaria como lugar privilegiado de humillación. Hemos visto a las mujeres de las villas tomar la palabra en el senado para reclamar el aborto legal, seguro y gratuito.
Creemos que el movimiento feminista en toda su diversidad y a través de la herramienta del paro como proceso político de organización transversal, de la marea verde, de la insurrección de las nuevas generaciones, de la escucha colectiva a las denuncias de abuso sexual entendido como abuso de poder, de las genealogías rebeldes que nutren una imaginación radical y de las luchas contra el extractivismo y el despojo de los recursos comunes, está produciendo aquí y ahora una nueva forma política. Una política que viene a cambiarlo todo. Una política que cuestiona los privilegios en todos los espacios, que no ampara la impunidad, que no se conforma con delegar los cambios a los expertos ni a salvadores y que no se somete a hablar en la lengua de la victimización.
El movimiento feminista se ha convertido en caja de resonancia de toda la conflictividad social, tramando alianzas que rompen las jerarquías patriarcales, construyendo complicidad entre luchas, elaborando nuevas prácticas y lenguajes para la emancipación. Por eso, frente al fascismo neoliberal y colonial que quiere redoblar sus violencias, nosotras y nosotres paramos. Paramos porque nos mueve el deseo de revolucionar nuestras vidas. Paramos porque sabemos que se va a caer. Al patriarcado lo estamos derrumbando desde abajo.
¡Nos vemos en las calles! ¡Vivas, libres y desendeudadas nos queremos!