La agresividad y la reiteración de las amenazas del presidente norteamericano revelan una disposición a apelar a formas violentas de intervención en Venezuela. Para ello ha movilizado a todos sus aliados internacionales, especialmente en Europa y en América Latina. Conforme el gobierno de Trump se empantana dentro de EE.UU., se le vuelve más necesario apelar al chivo expiatorio de Venezuela.
La gran mayoría de gobiernos latinoamericanos y prácticamente la totalidad de los gobiernos europeos han adherido a una política violenta e intervencionista como la de Trump. Es cierto que Europa nunca ha dejado de ser aliada norteamericana a escala mundial. No se ha librado nunca del “fantasma soviético”, ahora reactualizado con el “fantasma Putin”, como chivo expiatorio para justificar su alianza subordinada con los EEUU. Ni siquiera siendo tan maltratados por Trump –con sus ataques a la Otan–, los gobiernos del viejísimo continente se sienten heridos en lo que queda de su orgullo.
No bastaba con la ofensiva de los gobiernos de derecha en contra de Venezuela, el gobierno socialdemócrata de España y hasta el de centro-izquierda de Portugal (del que forman parte el Partido Comunista y el Bloque de Izquierda) también han reconocido el presidente de derecha, que los EEUU tratan de imponer como su gobierno en Venezuela.
En América Latina, México, Uruguay y Bolivia intentan resistir, pero la adhesión al reconocimiento del presidente de la derecha es ampliamente mayoritaria, incluyendo las actitudes más beligerantes de algunos países, entre ellos Colombia. La operación anunciada de una supuesta llegada de ayuda humanitaria por la frontera de Venezuela con Colombia, llevada por militares norteamericanos y colombianos como pretexto para el ingreso de esas tropas en territorio venezolano –alegan que es para atender a la crisis humanitaria–, es un intento más de comprometer a sectores de las FFAA en una operación política contraria al gobierno. Pero confirma la conciencia de la oposición y de los EE.UU. que, sin división del Ejército, Maduro se sostiene en el gobierno.
Los gobiernos de México y Uruguay han convocado a la reunión de hoy en Montevideo para buscar una solución política al conflicto. A la cita está confirmada la participación de los países de la Unión Europea y puede que incluso estén presentes Rusia y China, que apoyan la iniciativa.
Pepe Mujica está muy preocupado con la posibilidad de que se desate una guerra en plena América del Sur, después de que los gobiernos progresistas habían logrado decretar la región como libre de conflictos bélicos. Mujica propuso nuevas elecciones en Venezuela, sin la participación ni de Maduro ni de Guaidó, suponiendo que el país no soporta seguir en la situación actual, que ni el gobierno ni la oposición logran derrotar uno al otro en los términos actuales del enfrentamiento. Que la prolongación de esa situación aumenta el riesgo de intervención militar, que de paso a un abierto enfrentamiento militar.
El principal problema de esa propuesta, que podría restablecer un marco político internacional de consenso, es que probablemente sea rechazada por los dos. Mientras, la proyección de la situación actual no permite prever nada bueno para Venezuela. Ni seguir con la tensión actual en aumento, mientras la situación interna es presionada negativamente por los factores externos. Ni mantener la escalada de manifestaciones internas, con el país en vilo, aguardando alguna solución mágica que no existe.
El Papa también se dispone a hacer intermediaciones, pero resalta que sólo lo hará en caso de que las dos partes lo soliciten.
Todas las fuerzas y personas interesadas en una solución democrática para la crisis venezolana tienen que manifestar claramente la condena a las amenazas militares de EE.UU. y de sus aliados. De ahí solo puede venir lo peor para Venezuela. No es posible que instituciones que ya fueron democráticas, se limiten ahora a reivindicar el derecho de la oposición a manifestarse y a pedir una solución negociada para el conflicto, sin empezar, de forma clara y evidente, con la condena a las agresiones externas.
La reunión de hoy a lo mejor sea la última posibilidad de encontrar un marco de consenso para una solución democrática a la crisis. Lo peor es que las partes se mantengan inflexibles y, como dice Mujica, crean que es posible que una de ellas triunfe aplastando a la otra. Esa expectativa solo lleva a la intensificación de las tensiones y a la prolongación y profundización de la crisis.
La reunión puede constatar que esa prolongación es negativa y que el apoyo a un gobierno respaldado por EE.UU. es un peldaño más hacia una conflagración general de la crisis. Pero superar ese cuadro negativo supone soluciones políticas, que requieren grandeza de cada una de las partes, demostrando que efectivamente quieren una solución política y pacífica para la crisis. Esto requiere que las dos partes sean contempladas, que se llegue a una propuesta que permita terminar de una buena vez con la más profunda y prolongada crisis que Venezuela haya conocido. Y requiere que se encaminen hacia la superación del conflicto, no a la destrucción material e institucional del país.