Suele decirse que la adolescencia es la etapa más dura para vivir y una de las más hermosas para recordar. Pero Melisa Liebenthal la pasó mal antes, y ahora, cuando mira hacia atrás, el resabio mantiene inalterable el sabor agridulce. Ese viaje al pasado es una de las directrices principales de Las lindas, documental de tintes ensayísticos que, después de pasar por Rotterdam y el Bafici, entre otros festivales, arribará este viernes a las 20 a la cartelera del Malba (Figueroa Alcorta 3415). Allí la realizadora utiliza gran parte del caudal fotográfico de su vida para, junto con varias de sus amigas, analizar qué implica ser mujer en una sociedad en la que la belleza física tiene estatus de mandato. “Mi idea era hacer un autorretrato documental, género que tiene la particularidad de que uno habla de su propia experiencia pero tocando temas que son universales, o sea, que se trabaja con materiales íntimos para llegar a algo más amplio”, afirma ante PáginaI12. Y agrega: “También me interesaba resignificar mi archivo personal, todas esas fotos familiares que en un principio sirven para congelar esos momentos supuestamente felices, y abordar el feminismo. Para mí siempre fue muy fuerte cumplir con la performance de mujer”.
Surgido a raíz de un taller cursado en la FUC en 2013, el film arranca en plena sesión de maquillaje de una chica rubia y de ojos claros. Ella es una las integrantes del grupo de amigas de Liebenthal, quien mientras tanto hace algunas intervenciones mínimas desde atrás de la cámara. Los tópicos de la charla están hilados por la frivolidad, yendo desde salidas nocturnas y ropa hasta recuerdos compartidos de la infancia. La directora irá acrecentando su protagonismo delante de la lente a medida que avance el metraje, al tiempo que aquellas chicas “lindas” dejarán lugar a otras en apariencia más frágiles y “menos lindas”. A partir de allí, la película empezará a develar sus capas de sentido para indagar no sólo en la relación entre ellas, sino también en los distintos tópicos que componen la idea de lo femenino, la belleza y la búsqueda identitaria, siempre con el agrado ante ojos ajenos –preferentemente masculinos– como norte.
–¿Qué sintió al reencontrarse con sus fotos familiares?
–Una de las primeras secuencias que armé fue la de la sonrisa, que es toda con imágenes viejas, así que la idea de las fotos estuvo siempre. Eso coincidió con este descubrimiento del feminismo. Cuando me puse a ver otra vez los álbumes, estaba muy claro el pasaje de mis fotos sonriente y feliz de chica a la cara posterior a mis once años. Era un corte muy claro, muy visible, que se veía en el orden cronológico que le había dado mi viejo. La pregunta era por qué la pubertad fue un momento tan traumático para mí, por qué esa cara en ese momento. Ahí entró la lectura de género, y me di cuenta de que quizá la pubertad fue tan traumática por la sexualización del cuerpo, el peso de ser mujer, cómo lidiás con todo eso. Siempre me pareció interesante tener tanto material de mí misma, primero analógico y después digital. Cuando te reencontrás con ese archivo gigante de tu propia imagen después de un tiempo descubrís cosas que en un principio no habías visto.
–Las lindas está dividida en varias secuencias temáticas, y recién sobre la segunda mitad usted cobra relevancia en el relato. ¿Cómo dio con esa estructura?
–Llegar a eso fue lo más difícil. La película nació de un experimento, de filmar y probar recursos narrativos, y al principio tenía distintos bloques muy autónomos y con título propio: “Depilación”, “Pelo”, “Astrología”, “Entrevista a Sofía” y así. Lo más complicado fue unirlos y que tengan una cierta progresión, que pudieran verse como una película lineal de una hora y pico. Ese proceso fue el más interesante como cineasta porque fue un descubrimiento muy concreto desde los materiales: ir probando, poniendo, moviendo, afinando, todo a partir de las fotos. No me surge escribir un guión, no puedo pensar de esa forma. Empieza como algo muy intuitivo de salir a filmar, y después ver, editar y seguir filmando hasta ir encontrando lo que quiero contar. Al principio es algo vago, pero se va volviendo más particular.
–En ese sentido, el montaje fue una etapa fundamental…
–Sí, porque hasta que no empezó no sabía qué tenía en las manos. El tema, la idea de autorretrato, la intimidad, las fotos viejas, mis amigas, todo eso estaba, pero de ahí a hacer a una película hay una distancia.
–¿Qué vio en sus amigas para volverlas sujetos cinematográficos?
–Eso es parte de la cosa intuitiva que no puedo explicar muy bien, algo que simplemente sentí hace varios años. En 2011 ya había hecho un corto sobre tres amigas que salían de noche con la presión del levante y demás. Lo que más interesó acá es que, si se presta atención, en lo más banal, superficial y anecdótico de las conversaciones se pueden rescatar señales sobre cómo fuimos moldeándonos para encajar en cierta figura femenina. Y eso apareció una vez que estaba el material. También funcionó por una idea si se quiere más ajena, que era mostrar la amistad entre mujeres con más matices. En el cine y la televisión se habla de eso como algo competitivo, de tirarse los pelos, y acá quería ir en contra porque no me parece que sea así.
–Una de sus amigas dice en un momento que no quiere que la filme más. ¿Cómo manejó la exposición ajena?
–Al principio no sabía que iba a ser una película, así que era todo relajado. Después de haber ganado el BAL y que el proyecto se volviera más público, seguí manteniéndolas al tanto. Incluso antes les había preguntado si me daban el ok, y ahí surgió la cuestión con Camila. Siempre traté de construirlas como personajes de la forma más amorosa posible, pidiéndoles aprobación de todo lo que iba a aparecer y también aplicando el sentido común para marcar un límite que no estuviera más allá del tema. Sabía que si, por ejemplo, alguna me hablaba del divorcio de sus padres, lo iba a sacar porque no tenía nada que ver con lo que quería contar.
–¿Hay una distancia entre la Melisa que se ve en la pantalla y la de la “vida real”?
–Las lindas es un fragmento de mi experiencia; agarré lo que pasó a mí y lo vi a través de cierta óptica, que en este caso fue la lectura de género. En ese sentido, las posibilidades eran infinitivas porque había mil ópticas posibles. La distancia está, es inevitable. Más allá de que sea tu propia imagen o cosas de tu vida, tenés que distanciarte para armarlo como película. Pero también cuando escribís un diario personal hay un trecho entre lo que pasa y lo que estás articulando en imágenes o palabras. En Las lindas hay una conciencia de esa distancia. Entender que en las imágenes no soy yo fue un proceso fascinante.
–El relato está guiado por una voz en off que, a diferencia de lo que suele ocurrir, plantea más preguntas que respuestas. ¿Eso responde a los temas que iban surgiendo a medida que armaba la película?
–Sí, la idea era plantear preguntas pero no dar necesariamente respuestas. No soy yo, como directora, la encargada de darlas. En todo caso, el objetivo era abrir una reflexión. Algunas de esas preguntas fueron surgiendo, otras ya las tenía, pero la película no da un acercamiento objetivo al tema, no es un documental clásico en el sentido de “el mundo es así”, sino que intenta plantear mi experiencia para que cada uno se identifique con lo que quiera.
–Durante el Bafici definió a Las lindas como una reflexión sobre lo que quiere decir el mundo femenino para usted. ¿Encontró una respuesta?
–Es muy amplio, pero creo pasa por la libertad en relación al otro, de dejarle el espacio para que sea lo que es y aceptarlo.