De pequeña, Milagros Mumenthaler vivió la penosa experiencia del exilio. Nació en Córdoba en 1977, pero creció en Suiza. Cuando tenía tres meses de vida, sus padres se fueron de la Argentina que gobernaba Jorge Rafael Videla. La familia eligió Suiza por el pasado ancestral: en el siglo XIX, el bisabuelo de la cineasta emigró del cantón de Berna a la Argentina en busca de fortuna. Residente en Buenos Aires desde sus diecisiete años, Milagros Mumenthaler tiene gratos recuerdos de Suiza que sucedieron en 2011: su ópera prima, Abrir puertas y ventanas, ganó el Leopardo de Oro en el prestigioso Festival de Locarno. En la misma muestra cinematográfica, una de las protagonistas, la actriz María Canale obtuvo el premio a la Mejor Interpretación Femenina. La realizadora sigue ampliando su carrera en el país donde nació: mañana jueves estrenará su segundo largometraje de ficción, La idea de un lago, en el Espacio Incaa Gaumont y, a partir del sábado, también en el Malba. En esta película, la memoria y la figura de un padre desaparecido motorizan la historia, pero no desde una perspectiva histórico–política. Y el tema de la ausencia, que ya estaba presente en Abrir puertas y ventanas, es uno de los ejes.
El film surgió del libro de fotografías y poemas Pozo de aire, de Guadalupe Gaona, quien realizó un trabajo autobiográfico focalizado en la ausencia de su padre, desaparecido en marzo de 1976, cuando el plan genocida iniciaba el terrorismo de Estado. “Cuando leí el libro se me dispararon unas imágenes y secuencias visuales que permanecieron en mí durante bastante tiempo porque lo leí cuando estaba ensayando con las actrices de mi primera película”, cuenta Mumenthaler a PáginaI12. “Esas secuencias perduraron en mí y sé que eso no pasa siempre. Una, como directora, tiene ideas o cosas, y después se diluyen. Entonces dije: ‘Con esto tengo ganas de hacer algo’”, agrega la directora.
La idea de un lago tiene como protagonista a Inés (Carla Crespo), una fotógrafa de treinta y pico, que se propone terminar un libro sobre sus recuerdos de infancia y sus paisajes en el sur de la Argentina, donde ha vivido varios veranos cuando era chica. Allí justamente se tomó la foto (que aun conserva) junto a su padre, desaparecido por la dictadura cívico–militar. Inés está embarazada pero distanciada de su pareja desde hace unos meses. Utilizando diferentes formatos fílmicos, la cineasta combina de manera poética el pasado de la protagonista en Villa La Angostura con su presente en Buenos Aires, a través de una narración no lineal, que va y viene en el tiempo permanentemente. En el presente, Inés comparte sus días con su hermano menor (Juan Bautista Greppi) y su madre (Rosario Bléfari), una mujer sobreprotectora que no pudo rehacer su vida amorosa tras la desaparición de su pareja.
–En su segunda película vuelve al tema de los lazos familiares, pero desde otra mirada. ¿Es una temática que le interesa por algo en particular o fue una casualidad que las dos tengan ese eje?
–Desde mis cortos vengo incursionando en algo que siempre me interesó: cómo se representa lo íntimo. Ese es un cine que me interesa porque lo íntimo también tiene que ver con la visión fuerte de un director. Me gustan las películas donde se desvela algo del director, que hay alguien atrás haciendo la película y queriendo contar eso. A veces, son una continuidad. Había hecho el corto El patio, que tuvo bastante recorrido, pero siempre tuve la necesidad de ampliar ese tema de la ausencia. Por eso hice Abrir puertas y ventanas. En realidad, me llegó casi por casualidad y tuve la necesidad de hacer algo. No creo que en un próximo proyecto vaya a seguir con el tema de la ausencia, sí con la representación de lo íntimo. Siempre creo que los lazos familiares son fundamentales porque hago películas de personajes.
–En sus films el mundo femenino tiene un protagonismo casi absoluto. ¿Le resulta más natural contar historias de mujeres?
–Sí, más natural sí. Es verdad que yo pongo mucho de mí en las películas, pero cuando me consultan eso, me pregunto si a los hombres se lo preguntarán también porque muchas veces sus protagonistas son hombres. Se da naturalmente. No me propongo hacer una película sobre el universo femenino. Es algo que fluye. En mis dos películas tuve la suerte de que fluyeran. Nunca me tuve que sentar frente a una hoja en blanco y pensar: ¿Qué voy a hacer ahora?
–Podría haber resultado una película más política, pero no es el caso. ¿Fue algo que se planteó desde el inicio?
–Sí, me interesó que el libro no habla de los hechos políticos: si bien los menciona en el prólogo, después la fuerza de los poemas no está por ahí. Me pareció interesante que tampoco se define una persona solamente por ser hijo de desaparecidos. Le pueden pasar también miles de otras cosas en sus relaciones familiares, en sus relaciones de pareja. Entonces, me interesaba plantear un punto de vista en ese sentido.
–¿Qué relación puede establecer entre naturaleza y memoria, dos palabras importantes al momento de definir la película?
–La memoria va con los tiempos: están el pasado, el presente y el futuro y cambia constantemente, pero hay un ejercicio de la memoria a nivel personal, en la gente, que no se modifica y que siempre va a ser el mismo. Para mí, la conexión del hombre con la naturaleza, el cómo la atraviesa, también es la misma. Un paseo de una persona hace quinientos años en medio de la naturaleza va a ser el mismo dentro de doscientos. Eso me interesaba. Obviamente, el libro está anclado en todas las fotos y tiene que ver con Villa La Angostura y con una casa familiar, pero también hay algo del personaje Inés, cuando es chiquita, que al haber estado todos los veranos ahí, la naturaleza, por su inmensidad, la coloca en algo muy particular y reflexivo. Y muy de observación. Como Inés pasó todos sus veranos ahí, puede conectar ese ser ausente de una manera muy propia.
–¿Esta historia busca hacer presente lo ausente?
–Hay algo de la persona ausente –y la figura del desaparecido le da una fuerza mayor–, pero que hace que en el imaginario hacia esa persona todo es posible. Cuando uno mira una fotografía en la que está con una persona que ya no vive, si bien hay un anclaje muy importante, a partir de ahí es un disparador para un montón de relatos distintos. Y la persona no estuvo ahí para corroborarlo.
–¿Eligió una narración no lineal para que navegue entre los recuerdos de la protagonista?
–Primero, por dónde uno se coloca como director frente a la película que está haciendo. Entonces, primero había algo de ser fiel a ese primer gesto: yo leyendo un libro de poemas autobiográficos con fotos. Después, la propuesta era entrar en la cabeza de Inés, en sus recuerdos, sus memorias, y ver hacia dónde ella nos quiere llevar. Eso es imposible pensarlo con una narración lineal.