Son varios los motivos por los cuales Rafael Curci es convocado: la publicación de su quinto libro dedicado a la reflexión y a la teoría del arte del títere bajo el título de La sombra iluminada; la edición en dos tomos de los episodios completos de la historieta Mikilo, su creación como guionista a fines de los 90; y el reciente lanzamiento de su primera novela El exorcista de Banfield.

De paso por Buenos Aires tras formar parte del 5to Festival Títeres a Toda Costa en Uruguay (país donde nació en 1963), y a punto de volar de regreso hacia San Pablo donde reside desde el 2007, Curci no olvida que sus proyectos están ligados a la Argentina. Llegó al país a los 11 años cuando sus padres debieron exiliarse tras el golpe de Bordaberry, aquí estudió y se formó primero en el taller-estudio de Ariel Bufano y luego como integrante del Grupo de Titiriteros del Teatro San Martín. Luego de 20 años de trabajo hoy es considerado uno de los pocos teóricos especializados en teatro de títeres y objetos en el mundo.

“Esos primeros tiempos fueron de formación, de experimentación, de práctica constante, imprescindible y rigurosa –reflexiona–. Todo lo que utilicé después, los distintos procesos de producción y creación, las herramientas prácticas y analíticas tomaron forma y maduraron en Buenos Aires. Llegué a Brasil con 44 años y sin hablar una sola palabra de portugués. Y pude sobrevivir todos estos años gracias a que me foguee en el más maravilloso y vapuleado campo de pruebas que existe, que es el del teatro que se hace y deshace día a día en el Río de la Plata”.

Dan prueba de la importancia de sus años de formación donde creó las recordadas obras El soldadito de plomo e Ilusiones y mareas (ambas ganadoras del Premio Teatro del Mundo en 2001 y 2004), sus libros: De los objetos y otras manipulaciones Titiriteras (2002), Dialéctica del titiritero en escena (2007), Textos sin Moralejas (2014) y El Gran Demiurgo (2015). A ellos se suma ahora el quinto y último trabajo La sombra iluminada, dedicado a reflexionar sobre la práctica del teatro de sombras. 

“Lo que intenté hacer es analizar con detenimiento las condiciones prácticas y circunstanciales en las que aparecen y se desarrollan los conocimientos y habilidades propias del titiritero. En todos los casos, el análisis se centra en señalar y discernir sobre los procedimientos (exitosos o no) limitados en un sentido histórico y social, que han sido y son utilizados por distintos titiriteros hasta el presente. Estos libros tienen como objeto despertar el interés y estimular la reflexión sobre las distintas áreas que le dan cuerpo y sustancia al arte del titiritero. Me propuse describirla desde sus variantes técnicas, modalidades y procedimientos. Se trata de un oficio que es tan viejo como el del sastre, el panadero o el del zapatero remendón. La ejecución medianamente aceptable de esta disciplina artística requiere de un profesional idóneo y entrenado, con mucha práctica y conocimientos variados, por eso mis libros abordan distintos saberes que atañen a éste género como dramaturgia, medios y técnicas, semiología y sistemas de signos, actuación, teatro de objetos, puesta en escena, diseño, realización, producción y dirección”.

–¿Qué misterio une al titiritero con su títere?

–Cada titiritero establece una relación única e intransferible con los títeres que manipula. Para mí son una herramienta de trabajo, de interacción, de disfrute y goce pleno. Los cuido, los mantengo limpios y afinados, los pinto cuando se descoloran, les remiendo la ropa cuando se les desgarra y los pongo a punto antes de cada presentación. Todos son únicos, especiales e irremplazables. Javier Villafañe tenía una relación bastante especial con Maese Trotamundos, el títere de guante que él usaba para presentar sus obras. Mantenía con ese personaje diálogos profundos y existenciales, y muchas de esas conversaciones las trascribió en sus libros. De repente el viejo abría su maleta de cartón y se calzaba el títere de Maese Trotamundos en la mano. Y cuando Javier sostenía en alto a su criatura construida a base de papel maché, cartón y tela, te dabas cuenta de que para él ese personaje era algo mucho más sustancial y significativo que un mero títere de guante.

–¿Por qué el títere siempre ha estado marginado respecto de las otras artes?

–Parece que es algo que ya está establecido no sé por quién y aceptado vaya a saber por cuantos. Para mí no hay artes mayores ni artes menores ni marginales, lo que hay es arte. No hay teatro para adultos y teatro para niños, lo que hay es teatro. Los titiriteros podemos abordar y exponer todo tipo de temas y contenidos con los niños. Podemos habar de la miseria, los afectos, las guerras, el abandono, los deseos, la muerte, la renovación, las desigualdades, las pérdidas, los cambios, el amor, los desencuentros... Podemos elegir cualquier temática por más peliaguda y urticante que parezca, siempre y cuando nos tomemos el trabajo de abordar con criterio y responsabilidad los contenidos que deseamos expresar y comunicar desde el retablo. Por eso siempre digo, no somos entretenedores ni proveedores de pasatiempos fútiles, somos artistas que buscamos estimular la sensibilidad de la platea generando, al mismo tiempo, algún grado de conciencia.    

–¿Qué opina de las proyecciones y los videomaping hoy muy utilizados como recursos escénicos?

–Yo los veo como un mero accesorio, un recurso. Fijate que siempre se habla de esa supuesta “magia” que ostentan los títeres. Bueno, esa “magia” genera un efecto. El videomaping es un artificio elaborado que proyecta un efecto, nunca magia. No podés sostener una obra sobre la base de efectos y recursos, por más bonitos y atractivos que sean. La verdadera “magia” radica en la correcta articulación del lenguaje titiritero en todos los niveles que requiere una representación teatral.   

–¿Cómo es hoy trabajar como titiritero en Brasil?

–Hasta hace unos años era lo más parecido al paraíso, con programas de estímulo a la creación, circulación y producción teatral, tanto a nivel provincial como nacional. Instituciones como los Sesc y los Sesi contrataban espectáculos generando circuitos de trabajo y garantizando cierta continuidad laboral. Pero después del vergonzoso y orquestado impeachment contra Dilma Rousseff, tanto los programas como los recursos destinados a actividades culturales fueron cercenados o eliminados. Hoy por hoy, el panorama es triste y desolador, sin miras a mejorar. Más bien, todo indica que va a empeorar. 

Antes de tomar su vuelo para regresar a su casa en el barrio Nueva Odessa en el interior de San Pablo, Curci no deja reflexionar sobre el momento que vive Brasil: “Para este nuevo gobierno compuesto mayoritariamente por fascistas violentos y retrógrados, los artistas somos una minoría de vagabundos inservibles a la que hay que reprimir o eliminar, junto con los negros, los indios, los homosexuales, los profesores universitarios y los maestros de escuela, los extranjeros... El brasilero es muy distinto al rioplatense. Ambos tienen en común haber padecido un lavaje de cerebro continuo y sistemático a través de los medios masivos de difusión y sus operadores de turno. La misma derecha conservadora que estuvo socavando y poniéndole palos en la rueda al gobierno de Dilma Russeff apostó todas las fichas a ganar las benditas elecciones que venían perdiendo desde hace años. Pero el tiro les salió por la culata, de la nada apareció Jair Bolsonaro y les arruinó la fiesta. Los enemigos de Bolsonaro son todos aquellos que no piensan como él y en esa bolsa gigantesca entramos todos, incluso los sectores más conservadores y de derecha. La mitad de los brasileros no votaron a Bolsonaro y apenas manifiestan su descontento en las redes sociales. Ese sector enorme y heterogéneo no consiguió salir todavía del pavor que lo embarga y tiembla de miedo ante el terror de lo que se avecina.