“Vuela al punto por las grandes ciudades la Fama, la más veloz de todas las plagas”, escribió Virgilio hace más de dos mil años. Y esa misma idea parece habitar como fantasma el breve y fascinante recorrido de Bobbie Gentry en la industria de la música, una historia que podría leerse como la contracara del cuento de hadas sobre la chica que viaja a Hollywood con la esperanza de que alguien la descubra. Bobbie llegó a California desde su Mississippi natal, estudió música y filosofía, compuso, arregló, produjo e interpretó sus propias canciones, tuvo un hit masivo en 1967 con la sórdida y magistral “Ode to Billie Joe” (que quitó de un zarpazo a “All You Need Is    Love” del tope de los rankings), grabó un puñado de discos con piezas hoy clásicas del country rock, se casó con el dueño de la cadena hotelera Desert Inn, se divorció a los tres meses, volvió a casarse y a divorciarse dos veces más y tras diez años de éxito sostenido en la música se retiró para guardarse en el más hermético de los anonimatos. ¿Cuál fue la razón? Nadie lo sabe. De un día para el otro empacó su guitarra en el estuche y partió sin avisos ni despedidas, dejando tras de sí un halo de misterio que continúa hasta el día de hoy. 

En su camino dejó un legado esencial no sólo por sus cualidades compositivas e interpretativas sino también por el rol de pionera que ocupó en su época, luchando para tomar protagonismo en cuestiones técnicas y musicales donde las mujeres no tenían voto ni voz. Uno de sus trabajos más originales fue The Delta Sweete (1968), un álbum conceptual acerca de la vida en el Mississippi que no gozó de buenas ventas y terminó quedando prácticamente en el olvido: esa fue una de las razones que llevó a los Mercury Rev a hacer justicia por cuenta propia y lanzarse a una relectura personal del álbum con la participación de algunas de las cantantes más destacadas de los noventa a la actualidad: desde Norah Jones a Laetitia Sadier (Stereolab), Hope Sandoval (Mazzy Star), Rachel Goswell (Slowdive), Margo Price o Beth Orton, todas aportaron su talento para que Mercury Rev terminara firmando su mejor disco desde el celebrado Deserter’s Songs. 

“A fines de los sesenta en norteamérica ‘Ode to Billie Joe’ sonaba en todas las radios AM, fue una canción que dejó una impresión muy grande en nuestro inconsciente”, cuenta al teléfono Jonathan Donahue, cantante y compositor de la banda. “Durante mucho tiempo fue lo único que conocí de Bobbie Gentry, pero hace unos ocho años di con The Delta Sweete y me impactó, no podía parar de escucharlo. Entonces me puse a investigar y me di cuenta de lo único y original que era, más allá de que mucha gente no le dio importancia en el momento en que fue lanzado. Fue allí cuando empecé a pensar que podía ser una buena idea volver a grabarlo”. Así nació The Delta Sweete Revisited, una colección de reversiones ensoñadas y voces cautivantes en un particular cruce de intérpretes de distintas escuelas y dos buenas historias detrás.

AMOR Y ODIO

Ya desde sus primeros segundos la versión original de The Delta Sweete deja entrever la aguda lucidez de su autora. Cuatro compases de cuerda al aire con un marcado trasteo se funden en su corrosión con una sección de vientos oxidados, una carcajada misteriosa y la voz cálida y gastada de Bobbie anunciando a La Banda del Fondo del Río Okolona, parodia y a la vez homenaje a Sgt. Pepper que anticipa de esa manera el tono conceptual del disco. A partir de ahí Gentry despliega todo un arsenal de recursos musicales y narrativos a través de relatos con trabajadores del campo que se rebelan contra sus jefes, delirios de voces superpuestas en reuniones familiares, planes para escapar del pueblo, ahorrar dinero, comprar dinamita, regresar y volarlo todo, sueños surrealistas con pájaros de cristal y mañanas gloriosas con desayunos en calma, siempre bajo la idea del hogar natal no como idealización sino como un balanceo amor-odio resumido en la línea de “Penduli Pendulum” en la que canta “Péndulo cuándo aprenderé/ que partir siempre significa volver”. 

A diferencia de los trabajos más celebrados de Mercury Rev, esta nueva versión del disco no fue producida por David Fridmann, bajista y productor de la banda durante muchos años y hoy reconocido mago detrás de las perillas en discos de Flaming Lips, Tame Impala o MGMT. Sin embargo, Donahue y el guitarrista Grasshopper ya tienen bien aprendido su oficio y supieron poner en escena una instrumentación variada pero precisa que logra destacar en primer plano la participación de sus invitadas. “Fuimos muy afortunados, cada una de ellas aceptó participar en el tiempo que tomó hacer una llamada o enviar un mail”, asegura Donahue. “Todas son cantantes que en nuestro ideario musical están arriba de todo. Y no les dimos indicaciones de ningún tipo, cada una brindó su propia interpretación de Bobbie Gentry. Laetitia, por ejemplo, nos sorprendió cantando en un tono más bajo de lo que suele hacerlo. Por momentos recuerda a Nico, cantó de una manera tan hermosa y sincera que es una de las canciones más increíbles del disco”.  

Como bonus se permitieron agregar una canción que no aparece en el original. Se trata de “Ode to Billie Joe”, aquel tema que hechizó a toda una generación en el misterioso relato de un joven que se quita la vida arrojándose desde el puente Tallahatchie, todo narrado desde la estructura coral de una mesa familiar en un ejercicio estilístico que pone en contraste el drama inabordable con los más fugaces devenires cotidianos. El mismo Bob Dylan tomó prestada la fórmula para la ácida “Clothes Line Saga” (originalmente llamada “Answer to Ode”) que apareció en sus Basement Tapes. En la versión de Mercury Rev se luce la reina country Lucinda Williams con una intensa interpretación sobre arreglos de guitarras, teclados, violines y flautas que desembocan en un final de fantasía instrumental, un entramado de sutilezas al que ya nos tiene bien acostumbrados una banda que paradójicamente en sus comienzos, hace casi treinta años, brilló y naufragó en la épica de su propio caos musical.

BELLEZA Y RUIDO

Bob Dylan fue uno de los primeros en ver a los Mercury Rev sobre un escenario. Fue en 1991, cuando la banda abrió para él en su tercera presentación en vivo. “Lo recuerdo muy claro”, asegura Jonathan. “Vio todo nuestro show parado a un costado del escenario, llegó ahí con un buzo con la capucha puesta y en un momento se la sacó. No hablamos con él, probablemente habrá pensado que ya había visto eso mil veces durante los sesenta o algo así”. Lejos de la calma inspirada en la naturaleza que rodea a Mercury Rev en estos días, las anécdotas de aquellos primeros años son muchas y míticas: que los echaron de un Lollapalooza por hacer demasiado ruido, que Fridmann se quedó con el dinero del primer adelanto que recibieron de una discográfica y con eso le pagó unas vacaciones a   su madre en las Bahamas, que David Baker    –cantante de la banda en aquella época– bajaba de golpe del escenario para tomar alcohol con el público, que en una escala los sacaron a patadas de un avión luego de que Donahue intentara sacarle un ojo con una cuchara a Grasshopper y que no había show en que escasearan insultos y trompadas hasta que Baker decidió (o lo decidieron) irse de la banda, lo que concluyó con Donahue tomando el papel de cantante principal. Y ahí comenzó otra historia. 

Como registro de aquellos días dejaron dos discos fascinantes, Yerself is Steam (1991) y Boces (1993), un tendal de belleza emocional surgida del caos, una melancolía indomable difícil de relacionar con el sonido de bordes pulidos que tuvieron a partir de See you on the other side (1995) y sobre todo con Deserter’s Songs (1998), el exquisito trabajo con el que se reinventaron a través de un minimalismo instrumental que vendió miles de copias en todo el mundo. “Los primeros años fueron un período con personalidades muy intensas. Trabajábamos duro en las composiciones y en orquestar el sonido aunque los acoples y la distorsión no dieran esa sensación, y fue recién en Deserter’s Songs cuando pudimos lograrlo como queríamos”, recuerda Donahue. “No solemos hacer en vivo esas primeras canciones por respeto a David, porque él las cantaba. Pero seguimos siendo muy buenos amigos, de hecho hace poco estuvimos planeando hacer algo por el aniversario de Yerself Is Steam. Quizás en el futuro volvamos a hacer algo juntos”. 

Hay un lado musical no muy conocido de Donahue y Grasshopper que ayuda a completar el rompecabezas de su obra: se trata de los discos instrumentales que ambos vienen grabando desde 1995 bajo el seudónimo Harmony Rockets. Editado el año pasado con la participación de Nels Cline (Wilco), Steve Shelley (Sonic Youth) y el guitarrista Peter Walker (colaborador musical durante los sesenta en los experimentos con luces de Timothy Leary), el último de esos trabajos fue elegido por la revista Uncut como uno de los mejores de 2018 y es un hechizante despliegue de melodías y disonancias que desemboca en momentos de belleza conmovedora: es en esas sesiones improvisadas donde se completa como en un todo el aspecto más cancionero que el dúo aborda con Mercury Rev. Del otro lado de la línea Donahue se exalta frente a esa idea y la agradece repetidamente, tres, cuatro, cinco veces, dejando quizás ver en ese gesto la frustración por las críticas que sugirieron que en los últimos años su dream pop fue más pop que otra cosa. “Nunca fuimos una banda pop con canciones de tres minutos”, afirma el cantante. “Mercury Rev es la combinación de la música de los programas de TV para chicos que veíamos en nuestra infancia con la de compositores como Pauline Oliveros, Terry Riley, Steve Reich o Tony Conrad (profesor y mentor de la banda en sus inicios). No llegamos a la música llamada ‘alternativa’ desde el pop. Llegamos sumando a ese lado avant garde la música orquestada que nos fascinaba”.

HOGAR DULCE HOGAR

Fue en esa línea entre cálidas orquestaciones instrumentales y arreglos de vanguardia que decidieron recrear The Delta Sweete, algo que a su vez planteaba el desafío de trasladar el sonido despojado del original al barroco actual de la banda. “Queríamos una versión sincera, echar luz sobre esa obra sin buscar un paralelo musical estricto”, sostiene el cantante. “Nuestro sentido de hogar no está en el Delta sino en las montañas, y en ese sentido preferimos preservar el amor de Bobbie por su tierra trasladándolo a los sonidos que nos inspira nuestra propia tierra” ¿Un disco country sin guitarras? Donahue ríe: “Fue todo un rompecabezas. No queríamos aparentar ser una banda country ni tampoco pretendíamos hacer un disco de parodia. Para Mercury Rev, y para mí en especial, el camino hacia ese disco no fue mental, ni siquiera musical. Fue algo emocional”.

Ese aspecto emocional está muy presente en The Delta Sweete, sobre todo en las baladas con arreglos de cuerdas que se suceden en su cara B. En la última línea de “Courtyard”, el tema que cierra el disco, Gentry canta “Figuras repetidas en el suelo de un patio/ ilusiones de todo aquello por lo que vivo”, resumiendo quizás de esa manera el sentido de hogar como metáfora de una vida monótona pero en paz que probablemente jamás llegará, una idea que podría resultar clave al intentar comprender las razones de su alejamiento de las luces y la fama. “Bobbie tenía un entendimiento muy firme de quién era, qué quería y cómo juntar esas dos cosas”, apunta Donahue. “Hay mucha valentía en su manera de enfrentarse a la posibilidad de tener más fama y adoración y finalmente alejarse porque nada de eso la convencía. Creo que esa es una de las cosas que más le quedó a los amantes de la música acerca de Bobbie Gentry, ese demostrarnos que se podían escribir esas canciones tan hermosas sin caer en el pozo infernal que puede ser la fama”. 

Entre todas las teorías sugeridas por quienes se lanzaron a investigar qué fue de ella desde entonces, hay quienes aseguran que hoy Bobbie es una vecina más en un barrio privado ubicado en Memphis a dos horas del río Tallahatchie. ¿Intentaron los Mercury Rev hacerle llegar su homenaje? “No”, asegura Donahue. Y concluye: “Algo que decidimos desde muy temprano en el proceso de grabación fue que no íbamos a molestarla ni siquiera levemente en esa tranquilidad que se esforzó tanto en conseguir durante los últimos cuarenta años. Tiene que ver también con cómo cambió nuestra relación con la música. De joven uno quizás pretende estampar lo que siente en la frente del que escucha, pero con el tiempo buscamos la naturaleza más pura de la música, esa que logra conectar a la gente. No nos gustaría molestar a Bobbie sólo para ver si conseguimos hacerla salir y obtener una reacción suya. Si tenemos suerte, el disco encontrará su camino hacia ella de la misma manera en que ‘Ode to Billie Joe’ encontró en su momento su camino hacia nosotros. Y eso será más que suficiente”.