Nadia iba caminando al colegio y pasaba por la biblioteca municipal, que atendía un enano. Como no tenía libros infantiles para ofrecerle, empezó a darle libros de poesía, tal vez impulsado por la extensión de los textos. “Yo leía y no entendía... estaba en quinto grado”. Comenzaba así el cortejo con la palabra que Nadia Romina Sandrone, actriz, productora, poeta y directora de teatro, desarrollaría en simultáneo en Zárate, su ciudad natal, y en Buenos Aires. Desde la poesía comenzaron a ramificarse las demás artes. El teatro, la escritura y la actuación fueron la iniciativa para mirar el mundo desde un lugar simbólico, poético, metafórico.

“Primero vino la lectura. En mi casa nunca hubo libros, soy la primera universitaria de mi familia, no estaban ni los manuales obligatorios, pero siempre tuve una sed…”, dice quien supo ser la oveja negra de una familia que recién ahora está comprendiendo ese cosmos artístico que la rodea. En aquella infancia, Nadia se anotaba en toda actividad que surgiera en el pueblo, hasta que llegó el Taller Municipal de Teatro. “La ficción, ese otro mundo posible, y toda esa experiencia, quiero contagiarla en este contexto en el que se nos están negando o nos están quitando un montón de cosas. Trabajo mucho en zonas de complejidad alta y es muy tangible cómo se quita el derecho a la imaginación, y creo que ahí está el poder de la creación”, dice.

Terminó el secundario y, con la sed del teatro en la lengua, Nadia hizo una entrevista para trabajar de vendedora en el local Todo Moda, en Zárate. El destino se manifestó: no la llamaron. Entonces se instaló en Buenos Aires para estudiar en lo que era el IUNA, hoy UNA. “Vine a estudiar teatro, que es Licenciatura en Actuación. Fueron años de mucha incertidumbre. Yo tenía la cabeza explotada, escapé a cierta estructura. Ahora miro y digo ‘no entiendo cómo hice todo lo que hice’ porque yo trabajaba, estudiaba, ensayaba. Creo que era esa necesidad de producir sentido, de llenar un vacío”, dice la artista.

En los años que vivió en Buenos Aires, Nadia fue y vino de la UNA, gambeteó materias, hasta que se decidió a terminarla. “A mí me dio muchísimas herramientas la universidad, yo estoy muy agradecida. Fueron muchas puertas. Todos los trabajos para los que me convocan en teatro vienen de ahí”, cuenta, y agrega que hoy también se reconoce como vestuarista ya que por su cuenta, y en la época de estudiante, empezó a ofrecerse en ese rubro.

La alternancia entre Zárate y Buenos Aires para producir eventos y ciclos de poesía y música o teatro, surgió desde que supo que debía tomar los espacios, adueñarse, coparlos. Era el momento de proponer una idea y llevarla a cabo. La performance Gombrowicz, a secas, que dirigió en 2014 para el Primer Congreso Internacional Witold Gombrowicz, es un ejemplo de su convencimiento para irrumpir en esos sitios. “Yo sabía que se estaba armando un congreso y mandé casi una patada con el mail, onda: ‘si no estoy yo…’, cualquier cosa. Pero con la figura de Gombrowicz una puede decir cualquier cosa, porque él ataca la forma. Yo dije ‘¿quién está haciendo un congreso y no me llamó?’. Y yo no era nadie”, recuerda y se ríe de su propio arrojo alimentado por la obsesión con el escritor polaco.

Cuando asumió el gobierno de Cambiemos, Nadia se quedó sin trabajo. Hasta ese momento era parte del programa Centro de Actividades Juveniles, del Ministerio de Educación. “Obviamente, se cayó, se vació. Íbamos a dar capacitaciones docentes a toda la Argentina. Tuve experiencias increíbles con gente increíble y esa fue una de las experiencias que más me nutrió en relación con tomar los espacios, producir instalaciones poéticas e irrumpir”, cuenta. Dentro del programa que llevaba el teatro a pueblos del interior, la artista abarcaba una línea contemporánea que incluía nuevos conceptos. “Hasta ese momento siempre fui muy admiradora de la gente que produce en Zárate, hasta que dije ‘che, me toca producir a mí’”.

Tuvo que dejar la casa que alquilaba en Almagro, una “trinchera artística”, junto a Julián Desbats y La Rusa, de Lxs Rusxs Hijxs de Putx. Volvió a Zárate como una decisión intuitiva y desde ahí empezó a producir y a copar los espacios públicos. Nadia lo atribuye a cierta llamada de la orilla, del río, del barro y a tomar contacto con la isla. “Ese año había iniciado Los Escribientes del Sótano. Yo viajaba desde acá para dar las clases. Y desde el año anterior ya daba un taller en el local de una amiga. Ahí empezó  toda esta fiebre. Siento que fue un llamado y me puse a disposición”, cuenta. ¿Y qué es Los Escribientes del Sótano? “Es un taller de poesía, un grupo transgeneracional que va desde los 12 años. Le hicimos un homenaje a Ricardo Sierro, que es un señor de 86 años que llega en su bicicleta, es realmente muy inspirador, muy convocante. Yo lo doy en una institución y me llamaron la atención porque venía una cantidad enorme de gente… “¿Esta gente a qué viene?”, me preguntaron. Viene a escribir. Yo creo que es un espacio de resistencia, un espacio de afectación de la potencia del deseo. Fue un gran momento en que la gente necesitaba decir algo o expresar y encontrarse. Sobre todo es la necesidad de generar un cuerpo colectivo en el cual uno tome contacto con la belleza, con lo poético, con lugres más nobles, menos pueriles que aquellos a los que nos arroja la existencia.”  

Y en el ímpetu del hacer, Nadia se puso a merced del movimiento. Su amistad con La Rusa, también paranaense, la llevó a crear Ruina, un dúo de canciones creadas entre las dos cuyas presentaciones en vivo contiene performance, teatro e improvisación. “Son canciones que hablan de la idea de ruina como un lugar donde buscar algo, donde encontrar un tesoro, no como la idea de lo arruinado, sino la ruina como espacio de construcción. Y bueno, nos divertimos”, dice.

Ya en el constante cruce entre el río Paraná y la Capital, Nadia participó en distintas presentaciones y ciclos, como Pornosonetos, una obra inspirada en los textos de Pedro Mairal bajo el seudónimo de Ramón Paz. También, como escritora en Cinco horas, de Josefina Gorostiza; y en la dirección de Doy rara, sobre la novela La piel dura, de Fernanda García Lao, en La Libre. Un hito de 2018 fue Tren Fantasma, una performance que se presentó en la última Filba y dirigió junto a Camila Fabbri. Esta obra homenajeaba en una especie de recorrida en la oscuridad a otras mujeres de la literatura y participaba un grupo de escritoras mujeres.

- Tus trabajos están atravesados por el feminismo, como Tren Fantasma.

- En Tren fantasma yo lloraba, no lo podía creer. Fue muy increíble. Y eso también surgió porque nos llamó una chica, y nos juntamos con Cami. Tren Fantasma fue un lugar de encuentro, investigación, porque con Cami nos pasamos tardes enteras leyendo poetisas rusas, por ejemplo. Fue encontrar un lenguaje que dio un poco de aire.

- ¿Qué te producen los diferentes encuentros artísticos con mujeres?

- Fuerza, rabia, impulso. Están pasándonos cosas individuales que es necesario ponerlas en el cuerpo colectivo, ponerlas en diálogo con otras. Ahí reside la construcción. Hay un montón de lugares a tomar. Me genera una empatía feroz.

- ¿Y Zárate Love?

- Fue lo primero que hice. Tiene que ver con estos viajes y de ir a la gente y decir: ‘el teatro del pueblo es de ustedes, la Biblioteca Municipal es de ustedes. Yo de pronto volví y dije ‘che, la Quinta Jovita es mía’. La gente no sabe, a propósito, que las cosas nos corresponden. Ahí fui a la Quinta Jovita, que es un lugar precioso de Zárate, y dije ‘yo quiero hacer una lectura acá’. Fui y me peleé con todos porque en Zárate no hay políticas culturales. Sí hay una escena muy ferviente pero no una dirección de cultura que apoye y que promueva. Y además son absolutamente elitistas, cerrados. Zárate Love tiene que ver con eso, ocupar espacios públicos para un acontecer poético y musical.

 

Próximos encuentros:

-Domingo 24 de febrero: Fe en la poesía, un encuentro con poetas a la vera del río (Zárate).

-Miércoles 6 de marzo: reestreno del ciclo Enredadera – Mujeres en la literatura y el teatro. Dirección de Doy rara (a las 20, en La Libre, Bolívar 438, CABA).