Con un show de una hora exacta, sus grandes éxitos, sus guitarras y la sola compañía del multiinstrumentista Rafael Rocha, Adriana Calcanhotto dejó inaugurada la temporada 2019 de la Usina del Arte. Fue con un show gratuito al aire libre, en la plaza que está frente al centro cultural de La Boca, disfrutado en una noche de calor del jueves pasado por un público numeroso que celebró las canciones de la compositora brasileña coreándolas, bailándolas y aplaudiéndolas efusivamente. Y que, en el final, se unió en un coro inesperado y contudente: “¡Lula libre!”. Sorprendida y sin sumar palabra alguna, la cantante y compositora se limitó a ofrecer un bis, y cerrar su concierto.
La belleza de las melodías que crea Calcanhotto sonó límpida en este formato más despojado. También –comprobadamente ante el entusiasmo de un público local que la gaúcha radicada en Río conquistó hace más de una década, y que cantó de principio a fin todos los temas, en otra lengua–, una virtud particular de la música popular del Brasil, que bien puede envidiarse sanamente desde estas tierras a la hora de las comparaciones. Y es esa capacidad de mantener viva la condición experimental de la música, pero no desde los territorios marginales de lo alternativo, sino desde el centro mismo del maistream y de la industria. Sonar en una telenovela de horario central que siguen millones, por ejemplo, como ha hecho Calcanhotto, sin tener que conceder, sino siendo ella misma.
Probablemente sea culpa del Tropicalismo, de esa tan mentada antropofagia que, de Oswald de Andrade para acá, fue incorporada con naturalidad por las generaciones que siguieron. Es esa capacidad de llevar encima todo el folklore brasileño ya sintetizado e incorporado –O microbio da samba, llamó Calcanhotto a esa clave rítmica omnipresente con la que dice haber nacido “infectada”–, para abrir, desde ahí, el libre juego de la música, las ganas de experimentar sin prejuicios. Plato y cuchillo en mano, Calcanhotto cantó en este concierto de grandes éxitos “Vamos comer Caetano”, una canción que habla un poco de todo esto, como juego y homenaje a la vez.
Sonaron también sus versiones de “Clandestino”, de Manu Chao, y de “Eu sei que vou te amar”, ese himno. Celebradas ya en los primeros acordes, y coreadas, “Vambora”, “Devolva-me”, esas canciones de amor desgarrado (oh, qué duro es ser dejado, por suerte están las canciones). Una que hizo en coautoría con Arnaldo Antunes, “Para lá”. Y “Livre do amor”: “una canción mía que tuve el privilegio de que Gal Costa grabara en su último álbum”, la presentó. Y otra que compuso para Maria Bethania, “Tua”. Otra cuestión para envidiarles a los brasileños: esa circulación fluida y natural de nuevas composiciones entre los intérpretes, una fértil red para la MPB.
Se escucharon también “Seu pensamiento”, “Ela é carioca”, “Eu vivo a sorrir”, “Era para ser”, interpretado solo con guitarra, un tema que también grabó Maria Bethania en 2016, y que sonó en la muy popular novela A lei do amor, de la Red Globo. Si algún éxito faltó, fue “Fico assim sem voce”, pero esta vez Adriana Calcanhotto no trajo a Adriana Partimpim, su alter ego, con la que hace discos de canciones para chicos (y no tanto). Además de este concierto, lo cantautora vino a dar un workshop de escritura y composición de canciones, ayer y hoy, también dentro de las actividades de la Usina.
Cuando llegó el saludo final, el público sorprendió con un coro propio que sonó fuerte: “¡Lula libre!, ¡Lula libre!”. Calcanhotto guardó silencio y pronto arrancó con el bis, “Maresia”. Y tasa, tasa, cada cual para su casa.